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Sergio Ramírez, primer Premio Cervantes centroamericano

Si un escritor necesita ‘vivir’, este nicaragüense de 75 años ha cumplido con creces. Una revolución, una guerra civil, ser vicepresidente, candidato a presidente… Días antes de recibir el Premio Cervantes, Sergio Ramírez nos recibe en su casa de Managua. Por Fernando Goitia / Fotos: Carlos Herrera, Getty Images y Cordon Press

El primer escritor centroamericano en ganar el Premio Cervantes ha vivido acontecimientos que parecía que fueran a cambiar el mundo. Símbolo intelectual de la Revolución sandinista, vicepresidente de Nicaragua en plena guerra civil, jefe de una oposición noqueada por el fracaso revolucionario y, finalmente, candidato vapuleado a la Presidencia de su país, Sergio Ramírez se ha sobrepuesto a los reveses con una escritura poblada de personajes refugiados en el cinismo y el humor, negro a ser posible, como antídoto contra la decepción y el desengaño. Su país, que encarnó durante una década la gran amenaza comunista a ojos de Estados Unidos, apenas aparece ya en las noticias. Ni siquiera desde que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), desalojado del Gobierno en 1990, recuperó la presidencia hace 12 años.

“En América Latina, las violaciones y abusos sexuales mediante el uso del poder han sido el pan de cada día”

Desde entonces, con la generosidad de la Venezuela bolivariana, el veterano líder revolucionario Daniel Ortega ha cimentado un régimen que controla todos los resortes del país. Ramírez es una de las pocas voces críticas con este nuevo sandinismo aliado con los mismos empresarios y políticos contra los que Ortega construyó su aura anticapitalista y antiimperialista. A una semana de recibir en Alcala de Henares el galardón más importante de la lengua castellana, el escritor habla con XLSemanal.

 

XLSemanal. En los setenta y ochenta, el mundo entero estuvo pendiente de Nicaragua. Después, salvo en los días del huracán Mitch, nadie muestra ya interés por su país. ¿Espera que regrese al mapa con este premio?

Sergio Ramírez. Al mapa literario, sin duda, ya que Nicaragua será durante un año el país del Premio Cervantes [sonríe]. Ahora bien, no creo que este foco literario sea suficiente. Al fin y al cabo, no somos más que una pequeña nación olvidada e irrelevante que ya tuvo sus 15 minutos de gloria. Hoy vivimos bajo un Gobierno autoritario que lo controla todo, pero en un mundo con autócratas como MaduroPutinErdoganKim Jong-un o Xi Jinping, mucho más peligrosos que Daniel Ortega, a nadie le interesa lo que pasa aquí.

XL. Bueno, usted tiene muchos lectores y Nicaragua es el escenario de sus novelas, le dan el Premio Cervantes… Algo interesa, ¿no? 

S.R. Sí, puede ser. Esperemos que sirva para que interese más.

XL. Su última novela, Ya nadie llora por mí (Alfaguara), por ejemplo, es un retrato cínico de la Nicaragua de hoy…

S.R. El cinismo lo pone el inspector Dolores Morales, que es el protagonista y también mi alter ego [se ríe]. Él es más joven y combatió, no como yo, que fui un intelectual desarmado metido a político, pero nuestra visión de Nicaragua es parecida.

 “Nicaragua no es más que una nación olvidada que tuvo sus 15 minutos de gloria”

XL. Morales investiga a un hombre muy poderoso acusado de violar a su hijastra. Una referencia clara a lo que pasó entre Ortega y la hija de su esposa…

S.R. Sí, pero el caso relatado en la novela no está relacionado con Ortega, como deduce usted por la trama. El personaje no es él, está caracterizado de manera muy concreta…

 

XL. En todo caso que Ortega, acusado de violar a una niña desde los 11 años, haya sido elegido tres veces seguidas, ¿qué mensaje manda en un país con dramáticas cifras de violencia de género?

S.R. Bueno, en América Latina las violaciones y los abusos sexuales mediante el uso del poder han sido el pan de cada día. No pueden escapar del escenario de una novela perteneciendo como pertenecen al mundo patriarcal en el que vivimos. En todo caso, una novela no denuncia, expone.

XL. Entiendo, y que cada uno saque sus conclusiones… Supongo que esto aplica a toda su obra, un gran fresco, en su conjunto, de la historia de Nicaragua…

S.R. Sí, bueno, uno nunca se lo plantea así, aunque puede que haya sido un poco el resultado. Es inevitable que broten tu país, tu cultura y la realidad que te rodea.

“Recitar a Rubén Darío era un deber patriótico. Yo aún lo leo cuando escribo, buscando su musicalidad, su ritmo”

XL. ¿Ya sabe de qué hablará en Alcalá de Henares cuando reciba el Cervantes?

S.R. Sí, de Cervantes, por supuesto, y de Rubén Darío, la gran figura nacional.

XL. Y tanto, aquí todo el mundo memoriza sus versos. ¿Cuántos se sabe usted?

S.R. Muchos [se ríe]. Recitar a Darío era un deber patriótico, pues. Aquí había concursos de declamación solo de él. El de tu escuela, el municipal, el departamental y, por último, el nacional. Y yo llegué hasta Managua con 12 años. La final se celebraba en el Salón Azul del Palacio Nacional. ¡Imagina el honor!

XL. Usted no es poeta, pero ¿es Rubén Darío una influencia clara en su obra?

S.R. Lo leo, de hecho, cuando estoy escribiendo. La prosa, como la poesía, precisa de ritmo y musicalidad y yo la encuentro en poetas como él o Cavafis, Szymborska, Brodsky, Borges… La virtud de Darío es la música, el ritmo, que te lleva a memorizarlo con facilidad. Las dos primeras líneas de Salutación del optimista, por ejemplo: «Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda /espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!». ¿Qué dice eso a un niño de 12 años? Nada, pero lo memoricé [se ríe].

XL. Más tarde, ¿qué lecturas lo empujaron a convertirse en revolucionario?

S.R. La primera fue Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, con 20 años. Era un libro muy popular en la Universidad de León, donde estudiaba Leyes. El marxismo estaba en el aire, pero nunca me interesaron los fundamentos del materialismo histórico. El capital de Karl Marx, me parecía soporífero, pero Fanon hablaba del Tercer Mundo, de países como Nicaragua; era algo real, tangible.

XL. Fanon, dice, fue el primero…

S.R. Sí, porque el que me sedujo de verdad fue Antonio Gramsci con sus Cuadernos de la cárcel. Su pensamiento vinculaba cultura y marxismo, y eso me marcó, ya que yo buscaba las claves de la opresión en la ignorancia y el atraso. Y es lo que quisimos paliar después en la Revolución: alfabetizar, educar, instruir, convertir lo nacional en valioso…

XL. ¿Sin ese componente cultural no se habría sumado?

S.R. Nunca lo sabremos [se ríe], pero sí que me atrajo mucho ese aspecto. Presidí el Consejo Nacional de Educación, tuve mucho que ver con la Cruzada de Alfabetización y creé la Editorial Nueva Nicaragua en 1981 buscando multiplicar el acceso de la gente a los libros. Editamos barato a Dostoyevski, Flaubert…, los queríamos en todas las casas.

XL. Dostoyevski y Flaubert en todas las casas… ¡Eso sí que sería revolucionario!

S.R. [Se ríe]. Sí, fue una idea un tanto idealista, pero así era el espíritu. Que una revolución es darle la vuelta a todo, ¿no?

XL. Su padre fue alcalde de su pueblo, Masatepe, en tiempos de Somoza. ¿Tuvieron conflictos ideológicos?

S.R. Nunca. Era un hombre bondadoso y muy querido, dueño de una tienda en el parque central donde llegaba todo el mundo; la casa era una tertulia perpetua… Cuando lo destituyeron, le dolió porque fue por intrigas, cosa que no ha cambiado en Nicaragua [se ríe]. Yo tenía 13 años y es un recuerdo muy triste. Más tarde, mi hermano y yo nos metimos en la Revolución y la Guardia llegó buscándonos; sacaron a mis padres a la calle y los hicieron arrodillarse amenazando matarlos.

XL. ¿Lo vieron hacerse revolucionario?

S.R. Él murió en 1981 y ante el triunfo de la Revolución se puso contento. Mi madre era directora de escuela y viendo que yo estaba en la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional renunció a su puesto para evitar que se dijera que era nepotismo. Porque su cargo también era político; igual que hoy, pues. Antes se nombraba a la gente de confianza del Partido Liberal; hoy, a los del FSLN.

XL. Fue usted vicepresidente de Daniel Ortega (1984-1990) en plena guerra civil, con un enemigo financiado por Estados Unidos. Decía entonces cosas como esta: «Solo hablaremos con la Contra por boca de los fusiles».

S.R. [Se ríe]. Pero hay que situarse en el momento, sino todo se ve como una gran insensatez. Hablar con la Contra era un deshonor, porque detrás estaba Ronald Reagan. Nuestra propaganda siempre los colocaba como asesinos, bandidos, pero lo cierto es que muchos eran campesinos que no tenían nada que ver con la Guardia Nacional de Somoza. La Revolución les había quitado su tierra o nunca les dio la que se les había prometido, también había indios misquitos que se sentían maltratados; era algo heterogéneo.

XL. En Adiós muchachos (Alfaguara), su crónica-memoria de la Revolución, se pregunta: «¿Valió la pena?».

S.R. Por supuesto, ¡derrocamos a Somoza! ¡Sentimos que estábamos cambiando el mundo, pues! Las cosas podrían haberse hecho de otra manera, pero es inútil pensar así. Es mejor ver qué sucedió, revisar y sacar lecciones.

XL. La Revolución le proporcionó, por cierto, una vida digna de una novela…

S.R. [Se ríe]. Sí, me dio la experiencia del poder, de sus mecanismos internos, algo invaluable para un escritor. A veces pienso qué hubiera pasado de haberme quedado en Europa. Yo pasé dos años en Berlín, becado, escribiendo y, al acabar, me ofrecieron un puesto en el Centro Pompidou. Era algo muy atractivo, pero sentía ‘el ruido’ y regresé. Entonces, me digo: «Qué terrible hubiera sido levantarme una mañana en París y leer en Le Monde que la Revolución triunfó en Nicaragua» [se ríe].

XL. ¿Se puede vivir algo más intenso que el triunfo de aquel 19 de julio de 1979?

S.R. No sé, pero es una impresión imborrable, el final de aquella lucha, la atmósfera de irrealidad, de incredulidad. Los miembros de la Junta de Gobierno estábamos en León cuando las cosas empezaron a acelerarse. El gran recuerdo es una guerrillera en el televisor. «¿Y entonces?, ¿tomamos la televisión?». Veíamos las columnas guerrilleras entrando a Managua con música de Carlos Mejía Godoy… «¿De verdad está sucediendo?». Y ahí apareció Sandino, un trocito de película donde se quita y se pone el sombrero. «¡Sííí! ¡Vencimos!».

XL. En 1990, tras la derrota electoral que puso fin a la Revolución, muchos miembros del FSLN se repartieron miles de propiedades en una expropiación masiva que vino a llamarse la ‘piñata’. Las leyes que la legitimaron se firmaron siendo usted vicepresidente…

S.R. Sí, pero la intención no era esa, sino resolver el problema de los miles de personas que se iban a quedar sin vivienda, de las cooperativas y productores agrarios que iban a perder sus propiedades, de los funcionarios, policías y militares que se iban a quedar en la calle… Se organizó una transferencia de propiedades, pero los dirigentes corrieron detrás de casas, fincas, empresas, fábricas… La piñata hundió la credibilidad del sandinismo. Al final se corrió un tupido velo y ahí vino la división.

XL. ¿Asume parte de la responsabilidad?

S.R. Bueno, participé en el diseño legal y político, pero no soy responsable de que se enriquecieran, porque lo hicieron burlando esas leyes. No hay inocencia en la vida, nadie sale indemne de nada, pero yo desde luego no me beneficié.

XL. En Ya nadie llora por mí, por cierto, un sandinista dice en la Managua de hoy: «En esta Revolución hacemos reales para que nos respeten y respeten al Partido». Resume esta frase la filosofía del FSLN?

S.R. Sí, esa es la tesis de la nueva burguesía nacional, que corresponde a la ‘boliburguesía’ venezolana: «El proyecto revolucionario no se defiende sin dinero. Un partido pobre y unos partidarios pobres no pueden hacer frente a la burguesía». Ahora tenemos una élite muy rica que se enriquece cada vez más, aunque el FSLN vendiera su regreso como el triunfo final de la Revolución.

“Nicaragua está llena de desengañados solitarios, pequeñas islas que participaron en una lucha romántica, que hoy arrastran su viejo sueño frustrado como un fardo”

XL. Nicaragua, revela un estudio, tiene hoy más millonarios que Panamá o Costa Rica, países mucho más prósperos…

S.R. Sí, los empresarios están contentos con Ortega. Cogobiernan, de hecho, porque la cúpula empresarial y el Gobierno crean juntos las leyes económicas y financieras. EL FSLN controla todos los órganos del poder y la oposición. El expresidente Arnoldo Alemán [octavo presidente más corrupto del mundo de las dos últimas décadas, según Transparencia Internacional] y Ortega han pactado repartirse el país: estabilidad a cambio de impunidad y negocios para todos. La economía crece, el FMI bendice las cuentas, pero el 40 por ciento de la población vive con menos de dos dólares diarios y el 70 por ciento del empleo es informal.

XL. Parafraseando a Zavalita, de Conversación en La Catedral, ¿en qué momento se jodió Nicaragua?

S.R. [Sonríe]. Bueno, nuestros males vienen de lejos, aquí se suceden los caudillos y todo el que alcanza el poder administra el país como su finca.

XL. Pasaron de una gran esperanza a una gran frustración. Muchos, además, lucharon y mataron por la Revolución. Cómo se lidia con una decepción de semejantes dimensiones?

S.R. Como cada uno puede, pues, porque la gente aquí no tiene reales para ir al psicólogo. Mi querido inspector Morales, por ejemplo, recurre al humor negro, algo muy terapéutico, aunque teñido de amargura, porque sabe que no tiene remedio. Nicaragua está llena de desengañados solitarios como él, pequeñas islas en extinción que un día participaron en una lucha romántica, heroica, que hoy arrastran su viejo sueño frustrado como un fardo.

Privadísimo

  • Su padre fue alcalde de su pueblo, Masatepe, durante la dictadura de Anastasio Somoza.
  • Publicó Cuentos, su primer libro, con 18 años. Hoy, cuando escribe, escucha a Brahms, Schubert, Beethoven…
  • En los setenta, lideró el Grupo de los Doce, clave en el apoyo exterior al Frente Sandinista (FSLN).
  • De 1979 a 1984 fue miembro de la Junta de Gobierno y, después, vice-presidente hasta 1990.
  • En 1995 dejó el FSLN y se postuló a la Presidencia. Obtuvo el 0,44% de los votos. Fuera de la política, tres años después ganó el Premio Alfaguara de Novela con Margarita, está linda la mar.
  • En 2013 creó el festival literario Centroamérica cuenta que celebra en mayo su sexta edición.
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