Ahí viene Petro
Hace unos años decía mi buen amigo y colega Alberto Casas que uno puede saber cuándo un candidato va mal porque empieza a pelear con las encuestas. Eso bien puede aplicársele ahora al ex-vicepresidente Germán Vargas, quien, a pesar de sus esfuerzos por aglutinar fuerza política y por lanzar propuestas de hondo calado en frentes que van desde la seguridad hasta la inversión social, no despega en los sondeos. Hay algo de injusticia en esto: Vargas ha cometido errores, pero, kilo por kilo —como dicen en el boxeo—, es un excelente candidato por su demostrada capacidad de ejecución.
Pero el principio de Casas no funciona con Gustavo Petro, quien viene creciendo y pasa ya en las encuestas del 30 % de la intención de voto, y aun así cuestiona a los encuestadores. El exalcalde de Bogotá no debería quejarse, pues, aunque no va de primero —en la medición más reciente, la de Invamer, está a 10 puntos porcentuales del líder, Iván Duque—, en unas cuantas semanas superó esos 30 puntos, el techo que muchos analistas le habían puesto. Y puede subir más.
Petro está haciendo una campaña inteligente. Para empezar, se quedó con casi todo el voto de la rabia, esa legítima indignación que sienten millones de colombianos con el desenfreno de la corrupción, con el descaro de que hacen gala muchos políticos de los partidos tradicionales. Aun si en la administración de Petro, en Bogotá hubo varios episodios sombríos, el exalcalde luce como un líder diferente frente a la mafia de los mismos con las mismas que ha hastiado a amplios sectores de votantes.
Pero, además Petro le ha puesto a su mensaje un tono de optimismo, una calidez y una frescura que contrastan con el discurso agrio que caracteriza el debate entre los demás candidatos. A Vargas se lo ve furioso; a Duque, demasiado serio; a Fajardo, amargado; a De la Calle, triste. Y frente a esa imagen, Petro sonríe, habla de cambio y de renovación, y hasta hace chistes.
No hay que llamarse a engaño. Petro viene creciendo también —y mucho— porque ha hecho una sorprendente demostración de poder económico. A más de una descomunal inversión publicitaria, la organización de sus manifestaciones nada tiene que envidiarle a la que han exhibido por años los grandes caciques electorales. Contratar cientos de buses, ofrecer refrigerios e instalar equipos de sonido de la mejor calidad cuesta miles de millones por manifestación. Y Petro ha hecho varias como la de hace unos días en Montería.
¿De dónde sale tanta plata? En el Caribe —donde Petro lidera las encuestas—, los conocedores hablan de la financiación de un grupo de empresarios de la región que se enriqueció haciendo negocios multimillonarios con la Venezuela de Chávez y Maduro. Ellos habrían recibido la instrucción del presidente venezolano de mantener lleno el tanque de la campaña petrista. No hay que olvidar que una victoria de Petro es vital para Maduro, un asunto en el que se juega el pellejo tras haber perdido a Lula en Brasil, a Rafael Correa en Ecuador y a los Kirchner en Argentina.
Más allá del mensaje bonito y de las manifestaciones, es bueno recordar que el modelo de sociedad que Petro ofrece es el socialismo del siglo XXI, que tan estruendosamente fracasó en Venezuela. Y recordar también que, por buen candidato que parezca, en Bogotá Petro demostró que es un pésimo administrador. Aun así, es hoy uno de los dos aspirantes con opción de llegar el 7 de agosto a la Casa de Nariño. El otro es Iván Duque. Entre ellos dos está jugada esta elección. Lo demás son cuentos.