Anatomía de la transición
En días recientes la Universidad Academia Humanismo Cristiano organizó un seminario en conmemoración de los 20 años del libro del sociólogo Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito (LOM). La relectura del libro permite volver sobre nuestra transición, lo cual no solo tiene una importancia historiográfica. Sus dispares interpretaciones aún inciden en los imaginarios y debates políticos del presente.
El libro de Moulian trasciende el análisis de la transición, siendo particularmente lúcido en describir, por ejemplo, la dimensión cultural del legado autoritario. Se adelanta así en varios años a los actuales debates sobre consumismo, endeudamiento, integración vía mercado y disciplinamiento social. Pero en su afirmación central lo que el libro devela es la continuidad exitosa, en el escenario transicional, del modelo económico y cultural neoliberal instaurado en dictadura.
Las interrogantes aún rondan. ¿Existía otro camino? ¿Se podría haber hecho más? El libro pareciera decir que no. Por una parte, por la derrota, que se analiza en detalle, de la estrategia de derrocamiento ensayada en el período 83-86. Por otra, por la naturaleza refundacional del régimen -Moulian habla de una “dictadura revolucionaria”– y la inédita operación de “constitucionalizar” el modelo. Hacia fines de los 80 se intentó, erróneamente, comparar la transición chilena con las de los países del Cono Sur o del sur de Europa, sin reparar en que el caso chileno era radicalmente distinto y requería, por tanto, una teoría y, sobre todo, una estrategia transicional propia.
Todas las dictaduras planifican su proyección, pero casi todas fracasan. En el caso chileno esta operación tuvo un éxito casi absoluto. La crítica que se podría desprender del libro de Moulian a las fuerzas agrupadas en la Concertación a comienzos de los 90, no radicaría en no haber dado con un tipo de salida distinta, sino en haber transformado avances parciales (el triunfo en el plebiscito o la llegada al gobierno) en sinónimo del comienzo irreversible de la transición; no haber hablado en ese momento a la sociedad chilena de las limitaciones políticas y de las tareas democratizadoras pendientes, sino haber optado por el relato de una “transición ejemplar”, intentando mutar la carencia en virtud.
Los graduales avances y las falencias de los gobiernos de la Concertación podrían haberse explicado mejor desde las limitaciones objetivas que tuvo la salida de la dictadura y la democracia semisoberana que allí se impone, que desde ese relato exitista político y económico (la “transición ejemplar” se conjugó con el “Chile jaguar”). Es en ese escenario de complacencia donde irrumpe el libro de Moulian, en un gesto del tipo “el rey va desnudo”, y conecta con un malestar social hasta ese momento sumergido. Chile actual ha envejecido bien y su (re)lectura sigue siendo recomendable y necesaria.