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Maduro hereda un infierno de sí mismo

Maduro carga con un fardo: nunca ha estado investido de legitimidad. En 2013, cuando se midió con Henrique Capriles Radonski, su contendiente cantó fraude. La diferencia de un punto porcentual que el Consejo Nacional Electoral le asignó al abanderado chavista por encima del candidato de la oposición sonó a trampa. A argucia estadística. Y Capriles no reconoció el resultado.

El domingo 20 de mayo, a Maduro le ocurrió lo mismo: su principal rival, Henri Falcón, desconoció los comicios que el gobierno capitaneó con la desfachatez de quien controla la maquinaria del Estado. Maduro, el reincidente. Pero no deben confundirse las cosas: el contexto en el que Capriles denunció el timo no es ni por asomo el mismo en que se mueve Falcón. Y ello es lo que hace sumamente peligroso lo que habrá de ocurrir en Venezuela en adelante. El país era un Edén hace cinco años, si lo comparamos con lo que se vive ahora. Flota en el aire una interrogante: ¿podrá Maduro sostenerse en el poder habiendo emergido de unas elecciones amañadas y en medio de un país que está al borde del caos?

Nadie puede saberlo. Maduro logró capear el temporal durante su primer mandato. El punto está en que ahora hay una serie de elementos en el tablero que pueden conspirar contra su permanencia en el poder. No son elementos nimios; el inventario de hoy es alarmante: la hiperinflación pulverizó el salario. El FMI proyecta que la inflación sumará 1,800,000 por ciento en los próximos dos años. El gobierno no tiene como pagar la deuda externa (ha caído en default). La producción petrolera se ha venido al piso: en 2013 se producían 2,900,000 de barriles diarios, hoy se producen menos de 1,500,000. Estados Unidos ha impuesto sanciones financieras al gobierno: ha prohibido que se compren nuevos bonos de deuda y que se compren activos a Venezuela. Diosdado Cabello (jefe del Partido Socialista Unido de Venezuela) y Tareck El Aissami (vicepresidente de la República) han sido incluidos en la lista negra del Departamento del Tesoro por supuesto narcotráfico. Hay una emergencia humanitaria. El sector salud está en terapia intensiva. Más de tres millones de venezolanos han emigrado. Hay más de 200 presos políticos. La comunidad internacional está dividida con respecto al resultado electoral del 20 de mayo: China, Rusia, Bielorrusia, Turquía, Irán, Siria, Cuba, Nicaragua, El Salvador y Bolivia cantan loas al autócrata. Pero Estados Unidos, el Grupo de Lima (14 países del hemisferio occidental) y la Unión Europea (28 países) desconocen el proceso del 20 de mayo.

No, definitivamente Maduro no la tiene nada fácil. No es lo mismo cantar fraude en el 2013 que cantarlo en 2018. Maduro II ha heredado un infierno de Maduro I. El delfín de Chávez tiene frente a sí una bomba de tiempo. Cuenta con una ventaja a su favor: la oposición está fracturada. Tampoco es fácil que se mantenga unida cuando el contendor es un estado totalitario. Sin piedad. Sin escrúpulos. Unos líderes están presos (Leopoldo López). Otros están inhabilitados (Henrique Capriles). Otros están en el exilio (Antonio Ledezma). El Big Brother es inclemente. Aplasta cualquier posibilidad de cohesión de sus contrincantes. Pero más allá de las fracturas (que también obedecen a la guerra de egos que reina en la alternativa democrática), subsiste ese factor de gran relevancia: la crisis social y económica que sacude a Venezuela. Y la pregunta es: ¿Qué hará el régimen en lo sucesivo, después de que la jugada de tratar de legitimarse en las elecciones del 20 de mayo se le cayó porque la mayoría se abstuvo de participar en la farsa, para mantenerse a salvo?

Lo que suena más lógico, vista su tozudez, es que se desplace por la senda de la inmolación.  La huida hacia adelante. La Asamblea Nacional Constituyente, un cuerpo creado a imagen y semejanza del régimen, podría dictar una nueva Constitución y armar el entramado legal de la dictadura en su nueva fase. Una fase con un formato más a lo cubano. Sociedad cerrada. Pero en este escenario surgen dos interrogantes. Una: ¿Y qué pasará con la enorme deuda externa que ha contraído el chavismo: 150 mil millones de dólares? ¿Puede desprenderse de este compromiso así, sin más? ¿Sin que se produzca una reacción externa? ¿Es tan fácil darle una patada a la mesa de la globalización y mandar al diablo a los acreedores? Dos: ¿Aceptarán los venezolanos, que han librado una larga batalla contra la dictadura, entrar por el carril del Big Brother como mansas palomas?

También pudiera ocurrir que la cúpula chavista no opte por la inmolación absoluta y que se mantenga más o menos como se ha mantenido hasta ahora. Ya no sería una puesta en escena a lo cubano: el régimen permitiría ciertos resquicios de libertad. Pero en este escenario, el chavismo se arriesga mucho. Se arriesga a no poder controlar los demonios que pueden desatarse catalizados por una hiperinflación que arrase con todo. La dictadura de Maduro, que ya lleva más de 300 muertos producto de las  protestas, que se sostiene por el apoyo de la cúpula militar y el de la inteligencia cubana, probablemente no querría llevarse una sorpresa de un caos en la calle. El colapso es una hipótesis de peso en sus cálculos. ¿Quién puede descartar el Armagedón con una inflación de 1,800,000 por ciento?

Hasta ahora se han producido protestas aisladas. Sin dirección. Pero no se sabe si en el futuro las manifestaciones podrían convertirse en una masa crítica que lo arrope todo. El régimen está consciente de ello. Visto que el colapso puede conducir a escenarios inmanejables, con repercusión en el seno de las fuerzas armadas, cabe una pregunta que suena a ciencia ficción: ¿Y si el régimen adelantara un plan de reformas? La mayoría de los gobiernos que enfrentan procesos hiperinflacionarios terminan arrojados a los brazos del FMI. No les queda otro camino que adoptar un plan de estabilización de la economía. En el caso de Venezuela, sobran las razones: todos los indicadores económicos y sociales están en el subsuelo. El problema es que Maduro no cuenta con piso político ni con aval alguno (menos después del 20 de mayo) como para que le presten 60 mil millones de dólares, que es lo que se requiere para el rescate.  Maduro está montado sobre un trono de espinas. Ha heredado un infierno de sí mismo. El fraude electoral no es una pócima milagrosa. Al contrario: puede ser la cicuta que lo sepulte.

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