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El club de los mejores

La democracia es un sistema donde los ciudadanos tenemos el poder de tomar decisiones mediante el voto. En el papel, lindo, pero acá no lo tenemos claro y queremos no solo votar por el que nos gusta, sino convencer al otro de que haga lo mismo. Por estos días, todo el mundo te pregunta por quién vas a votar. Y no lo hace diplomáticamente, deslizando el tema después de indagar por la familia y quejarse del clima. Es más bien un “hola, ¿por quién vas a votar?”, sin anestesia. Gente que dice respetar a los demás y que jamás preguntaría, por ejemplo, por nuestra inclinación sexual, va escupiendo sin asco la pregunta del voto. Y si no le gusta lo que oye saca sus argumentos, y a veces ni eso: hace una cara o un ruido de desaprobación y sigue su camino. 

Yo los llamo el club de los mejores. Algo así como “en este mundo todos tenemos opiniones, pero las mías son mejores que las tuyas”. Siempre va a haber gente que en su afán por convencerte y obtener de ti lo que quiere va a hacerte sentir que estás equivocado. Y tú, en medio de tu inseguridad, vas a dudar, a sentirte mal, y si eres lo suficientemente maleable, terminarás cambiando de parecer. Por estos días de elecciones es bien difícil diferenciar un consejo desinteresado de la manipulación con segundas intenciones. 

Hay que ver lo que ha pasado con el apoyo de los intelectuales a Fajardo primero, y a Petro ahora. ¿Cuál se supone que es el mensaje? ¿Que si los “mejores” de nuestra sociedad eligen a alguien es porque saben algo que se escapa a nuestro entendimiento promedio y que hay que hacerles caso? Muy Piketty, Singer y Coetzee, pero yo no compro ese discurso porque lo siento impuesto y oportunista.

Siempre va a haber gente que en su afán por convencerte y obtener de ti lo que quiere va a hacerte sentir que estás equivocado. 

Está bien que del otro lado estén Popeye, Lucas Arnau, Maluma y tres expresidentes que más que confianza inspiran es miedo, pero a la larga cada voto cuenta por uno y encima los que apoyan a Petro no pueden votar.

Además, estamos tan necesitados de un líder que nos agarramos de lo que sea. ¿A qué hora Petro emergió como el salvador de Colombia? Si Uribe es el problema, Petro no es la solución. Queremos derrotar a los mismos de siempre, y Petro no lo es, porque no ha gobernado, pero un período presidencial le bastaría para meterse a ese club. A mí me parece similar a lo que dice combatir. 

Esto de los intelectuales y sus seguidores es como un dream team que, en vez de arrastrar, genera resistencia. Son de una superioridad moral disfrazada de dolor de patria, de querer ayudar, pero si miramos bien es estrategia, publicidad, y la publicidad es en varios aspectos uno de los grandes males de nuestro tiempo. Ya no solo nos vende los guayos de Messi y la bebida de Shakira, sino el candidato de Rodolfo Llinás. Y nosotros compramos porque nos gusta sentirnos en el bando de los mejores y que no estamos equivocados. Y es curioso porque llevamos siglos tratando de diferenciarnos, de separar la izquierda de la derecha, los liberales de los conservadores, los ‘buenos’ de los ‘malos, cuando en realidad todos estamos en la misma bolsa. Nuestro rival es nuestro igual, y mientras prefiramos atacar al otro en lugar de reconocernos en él, no vamos para ningún lado. 

Ahora tenemos una cantidad de gente que para decir lo que piensa arranca con “Aclaro que no soy uribista” o “Aclaro que no soy petrista”, como si tuvieran que disculparse de antemano por pensar de tal o cual manera. No aclaren, no se justifiquen, digan lo que piensan y hagan lo que sienten.

Eso, y no intenten convencer a los demás, que querer controlar a las personas es un sin sentido, además de una fuente de infelicidad. Lo que nos tiene en este estado de amargura no es Petro, Uribe o el futuro del país, es nuestro infinito deseo de que los demás hagan y piensen lo que creemos que es correcto. 

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