Un galán llamado Ingmar Bergman
Adicto al trabajo, iracundo y… mujeriego. Director de más de sesenta películas y ganador de cuatro Oscar, el genio sueco también acumuló amantes e infidelidades. A cien años de su nacimiento, le contamos la vida sentimental de este seductor que tuvo aventuras con todas sus actrices y que engañó a casi todas.
Se dice con frecuencia que Dios es amor, pero a mí me resulta más claro si me permiten decir que el amor es Dios. El amor es vida y la falta de amor es muerte, eso lo sé yo por amarga experiencia». Ingmar Bergman reflexionaba así en 1960 acerca de los dos ejes de su existencia en sus cuadernos de notas.
Bergman se fue de casa a los 19 años tras discutir con su padre y pegarle un puñetazo
La religión y el amor, Dios y las mujeres, marcaron su obra, pero sobre todo su caótica vida personal. Mientras el iracundo genio adicto al trabajo dirigía películas como Persona o Fanny y Alexander y ganaba cuatro Oscar, su vida sentimental era un desfile de amantes e infidelidades. Casado cinco veces, divorciado otras cuatro y padre ausente de nueve hijos, mantener a toda su prole lo obligó a convertirse en autor prolífico que, a pesar de todo, solía decir que sus películas eran su «amante más exigente». Cuando se cumplen cien años de su nacimiento y se acumulan los homenajes en torno a su figura, en España se publican por primera vez sus Cuadernos de trabajo, que recogen sus notas entre 1955 y 1974.
«Mamá es preciosa, la más hermosa de todas las personas que puedas imaginar, más hermosa que la Virgen María», escribió Bergman en su novela autobiográfica Niños de domingo sobre su madre, Karin. Aunque sentía auténtica adoración por ella, su madre siempre se mostró terriblemente fría y distante con él. Su cuarta mujer, la pianista Käbi Laretei, llegó a decir que Bergman siempre buscó mujeres que le recordaran a ella.
Bergman (Uppsala, Suecia, 1918) creció rodeado de iconografía religiosa. Su padre, Erik, era un pastor luterano. Mientras él y sus hermanos recibían terribles castigos físicos y eran encerrados en armarios si cometían una infracción, sus padres mantenían las apariencias frente a la congregación, pero su matrimonio era cualquier cosa menos idílico. Obsesionado con el cine y el teatro desde que a los 9 años cambió varios soldados de plomo por una linterna mágica, Bergman se fue de casa a los 19 tras discutir con su padre y pegarle un puñetazo: «’Si me pegas, te pegaré’, le dije. Lo hizo y yo también. Todavía recuerdo su cara», escribió. Pasaron 30 años sin hablarse.
Su cuarta esposa dijo de Bergman que buscaba mujeres que le recordaran a su madre, fría y distante con él
Quizá por eso a Bergman nunca le interesó formar una familia convencional. Ni siquiera supo estar casado o ser un padre presente. Vivió aventuras con todas sus actrices y engañó a casi todas. Con nariz aguileña y un físico más bien ramplón fue, sin embargo, un seductor nato. Sentía predilección por las artistas como él: coreógrafas, actrices, escritoras… Y ellas eran capaces de dejarlo todo por él, matrimonios e hijos incluidos.
La hora del lobo
En 1943, dos años antes de dirigir Crisis -su primera película-, se casó con la coreógrafa Else Fisher, con la que tuvo a su primera hija, Lena. Pero poco después, con ambas hospitalizadas por tuberculosis, Bergman inició un affaire con la también coreógrafa y amiga de su mujer, Ellen Lundström.
Cuando Fisher abandonó el hospital, Lundström ya estaba embarazada. Se casaron 2 años después y tuvieron cuatro hijos. El cineasta empezó a rodar sus primeras películas, conoció a la periodista Gun Grut y se enamoró de ella.
Tramitó rápidamente su segundo divorcio, pasó de nuevo por el altar, tuvo otro hijo y a partir de ahí Bergman empezó a encadenar romances con algunas de sus actrices, como Bibi Andersson, protagonista de Persona.
En 1959, el director se casó, su cuarto matrimonio ya, con la pianista Käbi Laretei, con la que tuvo otro hijo. Acababa de cumplir 40 años con un bagaje de siete hijos y tres exmujeres.
«Querer a alguien. Que alguien te quiera. Una experiencia rara, la de sentir comunión y contacto ininterrumpido. El rostro de Käbi marcado por el dolor y el insomnio, sus esfuerzos, el paisaje de su alma, el orgullo y la humildad, la fuerza y la alegría. Tendré que vivir encerrado en eso. Pase lo que pase y venga como venga el futuro (todo se me antoja posible) esta es la mejor parte de mi vida y, según creo, es del todo decisiva para continuar», reflexionaba en 1962 sobre su relación con Laretei en sus Cuadernos de trabajo.
Sin embargo, apenas 4 meses después, Bergman hacía balance de aquellos años de deriva sentimental y escribía en esas mismas páginas. «En estos momentos estoy solo, después de haber dejado a mis espaldas varios matrimonios. (Y me costó un buen dinero, debo decir). Tengo muchos hijos a los que conozco solo someramente o a los que no conozco en absoluto. Mis fracasos humanos son incontables. Por eso me esfuerzo en ser el artista perfecto».
Paradójicamente, el cine lo llevó hasta la siguiente mujer de su vida. En 1965 conoció a Liv Ullmann en el rodaje de Persona y se enamoró perdidamente. Veinte años más joven que él, se convirtió en su amante, en su musa y en la madre de su hija la escritora Linn Ullmann. «Liv es mi última posibilidad y no soy con ella como debería. Tiene que poder confiar en mí y recuperar la alegría», escribía en 1966.
Todas esas mujeres
De aquella época convulsa, de matrimonios fugaces e infidelidades constantes, se arrepintió el resto de su vida. «No reconozco a la persona que era yo hace 40 años […]. No confiaba en nadie, no amaba a nadie. Estaba dominado por una sexualidad que me obligaba a incesantes infidelidades, torturado constantemente por el deseo, el miedo, la angustia y la mala conciencia», escribió en su autobiografía La linterna mágica.
«Abandoné la adolescencia a los 54 años», solía decir. Efectivamente, todo cambió a partir de 1971, cuando el cineasta se casó con la baronesa Ingrid von Rosen. En realidad, eran viejos conocidos… Coincidieron por primera vez cuando él estaba casado con Gun Grut y mantuvieron una relación intermitente durante años. Junto a ella, Bergman encontró por fin la paz, pero sobre todo descubrió una felicidad desconocida. Elegante y refinada, atendía la correspondencia, leía sus guiones (era la única capaz de entender su endiablada caligrafía) y los pasaba a máquina.
Vivió hasta el final rodeado de mujeres: cuatro enfermeras y todas las ex que lo visitaban
«Con cierta angustia acojo cada día y pienso: cómo puede ser que yo viva así. La plenitud en lo cotidiano, en la realidad, no es forzada ni inventada, sino real. Y sé que proviene de Ingrid. A través de ella recibo todo lo que un ser humano puede recibir. Vivo una vida verdadera. Voy a salir a mirarla para comprobar que es real», escribía en 1972 sobre su quinta esposa. Gracias a ella, Bergman se convirtió en el patriarca que nunca se había molestado en ser.
La baronesa se preocupó de que sus hijos empezaran a frecuentar la casa de Fårö, la diminuta isla del Báltico donde pasó sus últimos meses. De hecho, por su 60 cumpleaños, Ingrid juntó a toda la prole bajo el mismo techo por primera vez. Entre ellos había escritores, cineastas, actores y hasta un piloto de avión, que acabaron idolatrando a su padre y refiriéndose a él de forma cariñosa como el «gran gorila». «Todo es mérito de Ingrid. Todas estas cosas buenas vienen de ella», escribió en sus notas.
Cuando en 1995 Rosen murió víctima de un cáncer de estómago a los 65 años, Bergman cayó en una depresión. Ni siquiera era capaz de escribir. Volvió a hacerlo junto con Maria von Rose, hija de la baronesa, en un libro sobre su madre. Cuando se publicó, se supo que en realidad Maria también era hija de Bergman. Había nacido en 1959, el mismo año en el que el director se divorció de Grut y se casó con Laretei, aunque ella no supo quién era su padre hasta que cumplió 22 años. Fue el último escándalo que Bergman protagonizó antes de morir.
La carcoma
Aunque siguió trabajando hasta los 85 años, en 2006 el cineasta se sometió a una cirugía de cadera de la que nunca se recuperó. En Fårö vivió hasta el final rodeado de mujeres: las cuatro enfermeras que se encargaban de cuidarlo, pero también las exmujeres y examantes que lo visitaban, con las que Bergman siempre conservó una relación estrecha y afectuosa.
No tenía miedo a la muerte, sino, como él mismo solía decir, una gran curiosidad por conocer qué venía después. Bergman falleció el 30 de julio de 2007 a los 89 años. Liv Ullmann, uno de sus grandes amores, estuvo a su lado cuando el director dio su último suspiro.
Lo que pasó después estaba perfectamente organizado. Meticuloso, Bergman había planeado hasta el último detalle de su propio funeral: escogió la música y el ataúd, vetó las flores de colores y a los invitados famosos. Y dejó muy claro dónde y con quién quería ser enterrado. Mirando al mar y junto a su última esposa y el gran amor de su vida.
PARA SABER MÁS
Cuadernos de trabajo (Editorial Nórdica).
La linterna mágica (Tusquets).