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Diego Aristizábal: Una mariposa es un detalle

De repente, sin que esté necesariamente en el olvido, sin que se cumpla una fecha específica para conmemorar, leo una obra que me hace volver sobre las páginas de Vladimir Nabokov: El encantador”, un pequeño libro de Lila Azam Zanganeh que explora la felicidad, algo inusual en este escritor ruso. Y para eso Lila sumerge sus ojos en cada palabra hasta ir descubriendo a ese hombre a quien la caza de mariposas lo excitaba tanto como inventar criaturas en su escritorio.

Para encontrar ese aspecto en Nabokov, Lila tenía claro que debía dejar a un lado la excesiva reverencia y plantear un juego que, al mejor estilo de “Alicia en el país de las maravillas”, empieza al cruzar el espejo. “¡Tratad con amor los detalles, los divinos detalles!”, dice Nabokov y Lila atiende muy bien la sugerencia para entender entonces la complejidad de la belleza que se esconde en lo sutil. Lee despacio, muy pero muy despacio, vuelve una y otra vez sobre las palabras, sobre las frases, sobre las mismas páginas que su madre le leyó cuando intentaba ahuyentar la infinita nostalgia que le producía haber tenido que abandonar Irán.

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Lila Azam Zanganeh

Lila persigue la voluptuosidad del lenguaje mientras se pregunta ¿por qué es tan importante la belleza? Ella sabe que detrás de la belleza está la felicidad; por eso para encontrar la esencia en Nabokov, cada vez lee más lento, quiere entender las frases que dicen: “En la naturaleza descubrí el deleite carente de utilitarismo que buscaba en el arte. Ambos eran una forma de magia, ambos eran un juego de intrincados encantos y engaños”.

Y es así como ve a Nabokov cazando mariposas como si fuera un niño que incluso después de los 70 años era capaz de esperar más de tres horas hasta que apareciera magnífica una mariposa en su hábitat natural. Los transeúntes y turistas solían mirarlo con sorpresa, asombrados por su red. Algunos incluso, escribió el propio Nabokov, creyeron que era un mensajero de Western Unión o un vagabundo excéntrico. “Y aunque la caza de mariposas no tenía nada de mística, fue allí, en los claros de sus aventuras de caza, donde halló su mayor felicidad y una de sus expresiones más notables”, dice Lila mientras recuerda cómo Nabokov disfrutaba seleccionando paisajes al azar y sentía un tremendo éxtasis al estar rodeado de mariposas extrañas y de las plantas de las cuales se alimentan.

Por eso la imagen que tiene ella de Nabokov no tiene nada que ver con la mayoría de imágenes donde se ve a un señor adusto, nada tiene que ver con el misógino ni con el profesor que los alumnos reverencian; al contrario, su idea es la de un hombre que sonríe y lleva puesta una chaqueta deportiva que lo cubre de la lluvia mientras su alma “pasea con pantalones cortos”.

A mí me gustó esa imagen descrita por esta mujer que parece una muñeca de ojos grandes y quien sostiene que Nabokov era un buscador de la felicidad porque nunca dejó de maravillarse: “Curiosidad es insubordinación en su forma más pura”; por eso su literatura no deja de sorprendernos, especialmente si leemos sus novelas y sus cuentos en voz alta para que las palabras se conviertan en mariposas que aletean apenas las pronuncian nuestros labios.

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