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El lamentable intento de hacer de Sánchez un Kennedy castizo

El gran problema de quienes se dedican a construir ídolos es que, a veces, pierden el control sobre sus ‘criaturas’ y acaban ejerciendo de meros cuidadores de ‘monstruos’ y justificadores de sus desastres. Ocurrió con Alberto Ruiz-Gallardón, quien se erigió como el líder de la derecha moderna y amable bajo la batuta de Marisa González, pero quien fue víctima de su afán por trascender. Su discurso se dirigía a la calle y sus acciones, a los más altos lugares de la bóveda celeste, allá donde sólo habitan unos pocos elegidos. Desde luego, no es tarea fácil contener esos ‘delirios de grandeza’.

Las campañas de imagen políticas suelen estar plagadas de lugares comunes, de conceptos que se utilizaron con éxito a miles de kilómetros -al menos, alguna vez- y de ideas que se sabe desde el principio que son traicioneras, y que derivan en rotundos fracasos. Un mes después de que Pedro Sánchez venciera en la batalla parlamentaria más decisiva de los últimos años, parece claro que la imagen es importante para este Gobierno.

Se publicaba hace unos días una fotografía que resultaba reveladora. En la imagen, aparecía Pedro Sánchez a bordo de un avión, con gafas de sol y junto a una mesa llena de papeles. A su lado, le hablaba un asesor con apariencia de funcionario de la embajada de Estados Unidos en Irán, año 1979. Pelo lacio, barba de un día, lentes de metal y encorbatado. Recordaba la imagen a la que le tomaron a John F. Kennedy hace seis décadas a bordo del Air Force One, con la mano apoyada en la rodilla y mirando por la ventana mientras su colaborador apuntaba algo en una libreta. Podría atisbarse en esta fotografía un intento de transformar a Sánchez en una especie de icono poppolítico, de esos que tanta facilidad tienen para ganarse a determinada prensa.

La estrategia es tan común como peligrosa, dado que la línea que separa lo serio de lo paródico es más fina de lo que parece en estos casos. Se puede aspirar a John Kennedy y terminar como el emblemático personaje de John Kennedy-Toole en La conjura de los necios. Es decir, apelando a grandes gestas, pero sin ser tomado en consideración por nadie con dos dedos de frente. Líbrele Dios a Sánchez de eso.

Cultivar la buena imagen o predicar transparencia no sirve para proyectos de largo plazo, dado que, tarde o temprano, se produce un revés que trunca el plan. Las poses suelen tener la mecha corta y a los gobiernos se les juzga a la larga por los hechos, no por las declaraciones de intenciones. Por los ‘Yes, we can’.

Las poses suelen tener la mecha corta y a los gobiernos se les juzga a la larga por los hechos, no por las declaraciones de intenciones.

La escasez de apoyos parlamentarios para aprobar medidas políticas que sirvan para paliar los problemas estructurales que afectan a España ha obligado al Gobierno a ‘cultivar el físico’ y a realizar una serie de movimientos de cara a la galería. Para reivindicarse como una alternativa a ‘lo que había’, pero sin poder real para cambiar nada de lo esencial. El plan entraña un gran peligro, dado que el PSOE necesita, a la vez, el voto de los socialistas moderados y de los desencantados que emigraron a Podemos. Y mover cualquier piedra equivocada -incluso en el Valle de los Caídos– puede hacerle fracasar en las próximas elecciones.

Dolor de cabeza con RTVE

Como se esperaba, lo primero que ha hecho Sánchez es iniciar movimientos para arrebatar al Partido Popular el control del alto mando de Radiotelevisión Española. El hecho merece una reflexión, por el fondo del asunto y por las formas. Desde luego, no parece lo más adecuado que el Gobierno del PSOE recurra a un ‘decretazo’ para designar al nuevo Consejo de Administración. Hay que tener en cuenta que los socialistas recurrieron -y ganaron- ante el Tribunal Constitucional el Real Decreto que aprobó el Gobierno de Rajoy en 2012 para poder nombrar al presidente de la televisión pública sin necesidad de consenso parlamentario. Mediante el cuestionable método del dedazo. Por esta razón, aplicar la misma fórmula resulta pueril. Máxime si se tiene en cuenta que los nombres que han barajado son de periodistas alineados con el PSOE.

Al Gobierno de la buena imagen le vendrá bien que el altavoz de RTVE no esté en manos de los enemigos durante la ‘regencia de Sánchez’, que terminará con la celebración de las próximas elecciones y después de la más larga campaña electoral de la democracia. También le ayudará a cumplir su meta -cosechar más diputados- la estrecha alianza que ha establecido con el Grupo Prisa, por cuyo periódico generalista, El País, han desfilado varios ministros durante las últimas semanas, exponiendo los avisos de Moncloa sin una excesiva oposición por parte de los entrevistadores.

El Ejecutivo se estrenó hace un mes con la ya famosa presentación escalonada del Consejo de Ministros. Mariano Rajoy presentó su primer Gobierno en un discurso que apenas si duró un par de minutos, sin grandes estridencias, con tono funcionarial. Sánchez lo hizo después de que sus asesores filtraran a la prensa los nombres durante un par de días. Consiguieron levantar expectación, algo positivo aunque éste sea un concepto de vida corta.

Los socialistas recurrieron ante el Tribunal Constitucional el Real Decreto que aprobó el Gobierno de Rajoy en 2012 para poder nombrar al presidente del ente mediante el método del dedazo

Pocos días después, Màxim Huerta se vio forzado a dimitir por sus problemas pasados con Hacienda y los usuarios de las redes sociales se mofaron de él por los exabruptos que durante años dedicó a quienes no pagaban al fisco. Este viernes, trascendía el nombre de Andrés Gil como posible candidato a presidir RTVE y pocas horas después se sabía que había borrado 13.000 ‘tuits para evitar el ‘efecto Màxim’. Lo dicho, la imagen es importante, pero quien pretende vivir en una constante campaña de lavado de cara está condenado a fracasar. Tarde o temprano, los enemigos encontrarán los puntos flacos.

No creo que se puedan esperar grandes cosas de un Gobierno que prioriza el relato sobre la acción, del mismo modo que resultó desesperante la incapacidad de los anteriores inquilinos de la Moncloa para elaborar un discurso coherente y transmitir serenidad a la opinión pública en momentos muy complejos, como la crisis catalana. Sería injusto hacer una evaluación de cualquier equipo gestor sin concederle los 100 días de rigor, pero a tenor del ruido intencionado que han generado en determinados temas peliagudos, como el relativo a la política penitenciaria o al Valle de los Caídos, parece que sus miras estarán más puestas en los comicios de ¿2020? que en los problemas estructurales. Y con eso no se mejora un país.

Con eso, se puede recuperar a los votantes que apoyaron a Pablo Iglesias en las últimas elecciones. Poca ambición y parco proyecto para con España. Hará falta mucho jabón para lavar su imagen. Y otros tantas fotografías en Twitter e Instagram para intentar camuflar las carencias.

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