Sobre inteligencias y éticas
Desde las cavernas gubernamentales en la administración pública o desde los cuarteles chavistas, solo se producen partes de guerra contra aquellos que no les son fieles y sumisos, sean políticos, comunicadores sociales, estudiantes, empresarios o simples ciudadanos.
La violencia verbal –y física- aumenta. La tiranía madurista está intensamente dedicada a lo único que le importa hoy: la sobrevivencia de su poder reflejado y el mantenimiento de sus sinecuras.
Las amenazas están siempre a la orden de cada día; lo único por saber es a cuál actor de la tiranía le toca emitirlas, y a quiénes van dirigidas, sin son directas o indirectas; si son advertencias o sentencias. El último ejemplo notorio es el del ministro de la defensa, Vladimir Padrino López quien, ante el multitudinario número de ascensos militares el pasado 2 de julio (¡casi 17.000!), afirmó –violando claramente la Constitución- que ellos se hicieron “por su lealtad al presidente de la república, Nicolás Maduro”. Padrino dijo también que los ascendidos demostraron “respeto a los derechos humanos” y jugaron un papel crucial “en la estabilidad institucional del país, en la preservación de la democracia venezolana, y de la paz”. En otras palabras: que todos los militares involucrados en los asesinatos de civiles durante las protestas de 2017 fueron premiados.
INTELIGENCIA SOCIAL
Una definición clásica de lo que es la inteligencia social nos la ofrece el psicólogo Edward Thorndike: “La inteligencia social es la habilidad para entender y ayudar a que los seres humanos actúen con sabiduría en las relaciones humanas.”
La inteligencia social –así como su hermana, la inteligencia emocional- es un concepto adecuado a los modelos de intercambio societal en boga hoy, en torno a redes sociales fortalecidas por la tecnología, que hacen que experimentemos la realidad más como un aeropuerto que como una tranquila aldea.
Una inteligencia social adecuada promueve el trabajo en equipo, la cooperación. Busca evitar los pensamientos tóxicos, que desgastan y distorsionan la percepción. Dentro de las dimensiones de la conciencia social están la empatía, el arte de escuchar, las emociones positivas, la valoración de la humildad y la reducción del ego.
Gracias a estos conceptos centrales en la psicología de hoy, se tiene claro que el verdadero progreso implica el trabajo conjunto de las personas y comunidades, sobre la base de principios positivos en pro del crecimiento conjunto y la reducción del conflicto. Y teniendo ello claro, se acepta como un hecho inconmovible que el principal factor de toda sociedad, organización o grupo es la persona humana.
Nada de lo anterior se oye en los labios de los principales actores gubernamentales, predicadores y practicantes del juicio sumario de la calumnia y la mentira. En especial el inefable Maduro. De declaración en declaración, para el presidente lunar, de mera luz reflejada de la proveniente de La Habana, quien discrepa no puede considerarse un ser humano. Por ello sus modelos ejemplares, lo acepte o no, son Hitler, Stalin, y claro, los verdugos Castro y el Che Guevara. Por algo los mandarines robolucionarios son enemigos declarados de toda convivencia plural, de la diversidad de modelos de vida y de visiones alternas de sociedad.
LA INTELIGENCIA CHAVISTA – MADURISTA
Periódicamente se realizan reuniones de auto-denominados movimientos colectivos oficialistas, con nombres muy sugestivos, como “Unidad del Poder Popular”, “Corrientes Revolucionarias Venezolanas”, o “Bolívar Vive”.
Recuerdo una, realizada hace varios años en el Parque Central, donde se encontraba presente el entonces ministro de la Defensa, luego gobernador de Trujillo, Rangel Silva, a quien en dicha reunión se le solicitaron estas acciones específicas: crear una red de inteligencia social, para “descubrir paramilitares e infiltrados”; derrotar el “monopolio mediático” (sic); informar a la colectividad del peligro de una invasión norteamericana (tema siempre presente); crear comités de abogados para denunciar en instituciones internacionales a la “oposición desestabilizadora”, e investigar a sectores involucrados con el narcolavado.
Me hubiera gustado verle la cara al ministro Rangel Silva ante esta última exigencia.
El supuesto jefe militar (ejemplo perfecto de que la inteligencia no se lleva bien con algunos uniformes), en su respuesta, dio la acostumbrada perorata sobre su fidelidad a la revolución (“con quien estoy casado”) y con el hoy fenecido líder supremo.
Toda una reunión de forajidos: Para estos enemigos de la venezolanidad, la “inteligencia social” significa espionaje, persecución, un arma de guerra y de violencia. Todo lo contrario a su significado real.
DEBILIDADES Y FORTALEZAS
En su libro publicado en 2012 “La crisis del Sionismo”, el periodista y analista Peter Beinart habla de dos éticas contrapuestas: la ética de la debilidad y la ética del poder, o de la fuerza. Observa este autor que si usted se asume en estado de debilidad, acosado por todos, usted adoptará cualquier política que le permita sobrevivir,independientemente del impacto sobre los otros. Por otra parte, una ética de la fuerza reconoce su propia fortaleza, y que uno debe promover sus propios intereses, pero con algún concepto de responsabilidad. Porque usted es fuerte, usted tiene mucho que perder, y debe tomar en cuenta los intereses alternos.
Los partes de guerra como los que que mencionábamos arriba, y que caracterizan al paisaje y atmósfera maduristas, son reflejos inevitables de una conciencia de debilidad, de derrumbe, de incertidumbre, de riesgos que lucen a la larga insuperables. Ello fortalece sus instintos depredadores, de ataque, de huida hacia adelante, de desesperación. Esta constatación unifica el mensaje de toda la sargentada chavista, por ahora todavía fiel a Maduro.
Encerrados en sí mismos, en su egoísmo, matan toda forma de empatía real, por no decir de solidaridad verdadera y de compasión hacia los ciudadanos y sus problemas. Daniel Goleman nos recuerda que cuando nos concentramos en nosotros mismos nuestro mundo se contrae, pero nuestros problemas y preocupaciones se agrandan. Sin embargo, cuando solidariamente nos concentramos en los otros –tarea de todo gobernante democrático- nuestro mundo se expande y así incrementamos nuestra capacidad de conexión y de acción compasiva.
Desde su creciente debilidad egoísta, no hay cálculos que tomen en cuenta las instituciones, el futuro del país, las necesidades de rectificación, los llamados a la sensatez. En su particular camino al infierno, lo único que prevalece es su deseo de sobrevivencia.
A costa de lo que sea. A costa de quien sea. Por eso son tan peligrosos.