Donald Trump y Vladimir Putin, una amistad alarmante
Tal vez sin proponérselo, el asesor de Seguridad Nacional John Bolton definió el fondo y la forma de la esperada reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin: «Básicamente, será desestructurada», dijo un día antes, añadiendo que, al menos por parte de la administración Trump, no buscaban «resultados concretos».
Una vez más se impone la impronta del presidente de los Estados Unidos, que es el caos, la aversión a las agendas y la falta de sustancia. Su objetivo es convertir encuentros de primer orden mundial en vulgares reality shows, en los que se comporta como un domador de circo con látigo en mano, como un invitado grosero que agravia a anfitriones, o como un interlocutor obsequioso con personajes de dudosa reputación. Ese ha sido el abanico de sus perfomances desde que ocupó la Casa Blanca.
Como era previsible, de su repertorio, Trump eligió el apretón de manos fraternal con Putin para marcar diferencias con los jefes de estado con quienes se reunió antes de su visita a Helsinki. En Bruselas, provocó una tormenta innecesaria con los socios de la OTAN. A su paso por Londres, criticó la gestión de su anfitriona, la primera ministra Theresa May, dando una exclusiva para alabar a uno de los artífices del Brexit, el ultranacionalista Boris Johnson, y adoptar un todo condescendiente con la mandataria británica por no haber seguido sus «consejos». Por si fuera poco, les dijo a los medios, no sin antes acusarlos de publicar fake news, que la Unión Europea es enemiga de su país, a vueltas con su política económica proteccionista en la que iguala a sus aliados europeos con China.
Trump ha repetido la fórmula de la cumbre previa a su reunión con el dictador norcoreano Kim Jong-Un, en la que ofendió a gobernantes de democracias occidentales y se comportó como el bravucón del barrio antes de escenificar un encuentro tan lleno de lindezas como hueco con Jong-Un. En esta ocasión, su gira europea ha sido una sesión de sparring para propinar golpes bajos y debilitar las alianzas con las que hasta ahora contaba Washington. Justo lo que Putin lleva haciendo minuciosamente desde hace años, pero ahora con la inexplicable connivencia del presidente estadounidense.
De este encuentro en Helsinki no saldrá nada constructivo ni para la Europa democrática, que se defiende de los embates del Kremlin, ni para Estados Unidos, sumido desde las elecciones de 2016 en los alegatos de unos comicios que desde el principio estuvieron viciados por la injerencia rusa.
Putin iba a hacer todo lo que estaba en sus manos para que Hillary Clinton -quien en calidad de Secretaria de Estado de Obama impulsó sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea, su presencia en Siria y violación de los derechos humanos- no llegara a la presidencia. Y no encontró mejor compañero de viaje que Trump, quien el 27 de julio de 2016 dijo en una rueda de prensa, «Rusia, si estás escuchando, espero que seas capaz de encontrar los 30.000 mails que faltan», haciendo referencia a los correos electrónicos de su adversaria.
Precisamente, el pasado viernes, el Departamento de Justicia reveló que, el mismo día en que Trump pareció hacerle un guiño al gobernante ruso, se puso en marcha el primer intento de hackear los servidores que usó Clinton. En el documento que se dio a conocer se indica la imputación de 12 ciudadanos rusos al servicio de los aparatos de Inteligencia, involucrados en una maniobra que se gestó en Moscú para favorecer el triunfo del empresario neoyorquino. La onda expansiva de la trama rusa se sintió en la capital finlandesa, a pesar de que los dos líderes le quitaron hierro al asunto en la conferencia de prensa, descalificando los indicios que señala el informe.
Sin la presencia de asesores que algún día pudieran desentrañar los recovecos de tan alarmante amistad, Trump y Putin han hablado de sus cosas. Es útil tener una buena relación con Rusia siempre y cuando no se convierta en complicidad. Nunca la diplomacia ha estado más desvirtuada.