CorrupciónDemocracia y PolíticaPolítica

Antidemocracias

Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía ASSOCIATED PRESS

La clave de la degeneración reside en la reelección indefinida del presidente

Entrevistado en Londres, Alexis Tsipras explica con las debidas precauciones los riesgos que tiene ser vecino de Erdogan. El reelegido jefe absoluto de la “nueva Turquía” es, a juicio del primer ministro griego, experimentado pero “impredecible”, y el significado de esto lo aclara de inmediato al comparar la suerte de su país, al tener semejante vecino, con la de Reino Unido que tiene a Francia e Irlanda. A la pregunta de si se fía de Erdogan, prefiere no responder.

El ascenso irresistible de Tayyip Erdogan, culminado en la victoria electoral del 24 de junio, es el resultado de una forma de acción política firme y pragmática. Conocido desde joven como el reis, el jefe, igual que en su día Nasser en Egipto (el rais),desplegó pronto su talento de organizador, que le llevó a ocupar la alcaldía de Estambul en 1994. Será el primer paso para una tarea histórica: movilizar a la mayoría musulmana del país a fin de convertirla en base de un Gobierno que acabase con el laicismo y con la tutela militar, la herencia de Kemal Atatürk.

Con la ayuda del promotor de un Opus islamista, Fetulá Gülen, luego enemigo mortal suyo, Erdogan fue desmontando las estructuras del Estado poskemalista, primero en nombre de la democracia, solo que con una clara voluntad de ejercer un poder personal indiscutido, bajo las enseñas de un nacionalismo neootomano y del Islam. Erdogan es seguidor de Ziya Gölkap, ultranacionalista cuyos versos islámico-belicistas le costaron hace veinte años la cárcel. De ahí las prevenciones de Tsipras ante un proyecto imperialista que parte de la conquista de Constantinopla en 1453 y deberá culminar en 2071 con la restauración de la grandeza turca que se abrió mil años antes con la victoria sobre Bizancio. Antes, en 1923, el centenario de la República, versión islámica, fruto también de una victoria militar. La Operación Rama de Olivo en Siria no tranquiliza demasiado.

La reciente elección presidencial muestra que Erdogan ha visto cumplido el objetivo de eliminar cualquier obstáculo con tal de concentrar en su persona los tres poderes, como amo del Gobierno, de la legislación y de la instancia judicial. Aun resurgido frente a la autocracia, el kemalismo, proyecto de una Turquía laica, tolerante y moderna, conserva sus bastiones en torno a Esmirna, pero nunca supera el 30% del sufragio. Además, gracias al oscuro golpe militar fallido de julio de 2016, el país vive y vivirá en estado de excepción, sin inmunidad parlamentaria para así sangrar a voluntad al partido kurdo (y, de ser preciso, al opositor kemalista), con la prensa bajo durísimo control y cientos de periodistas en prisión, miles de funcionarios y profesores expulsados. Más una barrera protectora que el sociólogo Hamit Bozarslan califica de “paramilitar”, con cuerpos especiales en la policía y en la gendarmería, entregados a la eliminación de cualquier enemigo del Estado. Europa apenas musita críticas: OTAN e inmigración mandan.

Todo rechazo resulta sofocado gracias al monopolio de los medios y la eliminación de los disconformes, sean órganos de prensa o acciones y voces ciudadanas

Erdogan no está solo en el mundo, en esta reconversión dictatorial de instituciones formalmente democráticas, que ha hecho realidad desde 2008. Es el último llegado al círculo de las que llamaríamos dictaduras electivas, por cuanto el titular del poder es un dictador, más allá del autoritarismo, y utiliza unas consultas electorales manipuladas para legitimar su posición. Los observadores de la OCSE lo han anotado el día 24, como pudieran haberlo hecho para Putin o Lukashenko.

Desde la República romana y las ciudades-república medievales, hasta el porfiriato en México 1900, o recientemente hasta Chaves-Maduro y Daniel Ortega, la clave de la degeneración reside en la reelección indefinida del presidente. El vaciado del sistema de derechos individuales y su sustitución por instrumentos de control y represión, resulta posible dadas las expectativas de perpetuación en el poder para quien seguirá ejerciéndolo mediante elecciones manipuladas. Todo rechazo resulta sofocado gracias al monopolio de los medios y la eliminación de los disconformes, sean órganos de prensa o acciones y voces ciudadanas. La exaltación del nacionalismo interviene como envoltura ideológica y agente de movilización, incluso para la guerra (Putin, Erdogan). La dictadura deviene espada de doble filo contra los ciudadanos y hacia el exterior.

Epílogo. Después de dos años, en los cuales fueron expulsados de sus puestos 130.000 servidores públicos, se ha levantado el estado de emergencia, pero para dejar paso a una ley antiterrorista y prolongar tres años las medidas de represión. El líder del partido democrático kurdo sigue en prisión. El orden reina en Ankara.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política

Botón volver arriba