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Dudas y desafíos de la cancillería obradorista

Existe expectativa por el caso Nicaragua y la postura que pueda generar en el gabinete del virtual Presidente electo

En días pasados, voces influyentes han pedido al concierto de países no solapar al gobierno autócrata de Daniel Ortega y la violencia que ha desatado contra la población civil. Una de las más significativas es la del escritor Sergio Ramírez, antiguo compañero de luchas de Ortega.

Las exigencias de Ortega, un viejo conocido y amigo de México, alcanzan o alcanzarán irremediablemente a dos polos relevantes en el país: al próximo presidente, Andrés Manuel López Obrador, y a la política exterior mexicana vigente en las últimas décadas. En términos generales, los principios históricos que han regido y orientado la política exterior no han cambiado de manera significativa.

México ha preservado principios como no reconocer naciones a menos que sean consideradas como tales por la ONU. Entonces, y solo entonces, para México logran una condición de Estado, como es el caso de Macedonia.

Esa política exterior dominante ha mantenido como uno de sus principios rectores la no intervención en asuntos de otros países, aunque -otra vez en general- sí se ha pronunciado (todos los asuntos y con matices inherentes a cada caso), respecto a hechos y situaciones que afectan a las sociedades en distintas regiones. La Política exterior mexicana suele limitarse a lamentar hechos -asesinatos o víctimas producidas por enfrentamientos que involucran civiles y fuerzas del orden-, sin adjetivar, hacer juicios de valor o etiquetar a un gobierno.

A partir del año 2000, en el gobierno de Vicente Fox, la política exterior mexicana a cargo de Jorge Castañeda tuvo un giro (para muchos polémico) hacia un papel más activo.

Se propuso ocupar un espacio no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y algunas líneas de acción implicaron modificar políticas previas como la que definía que los soldados mexicanos no formaban parte de misiones internacionales como la de Cascos Azules.

Tras las acciones represivas desatadas por las fuerzas del gobierno de Ortega, que han producido alrededor de 400 muertos y más de 2 mil heridos, Sergio Ramírez pidió a López Obrador, en una entrevista de Ernesto Núñez publicada en Reforma, ser consecuente y condenar esos hechos desde una izquierda humanista y ética.

Existen más dudas que certezas sobre la política exterior del nuevo gobierno, pero todo apunta a una política exterior más activa que reactiva, y ágil en cuanto a que estaría dotada de una mayor versatilidad sobre temas y asuntos internacionales. Una de las apuestas de AMLO será situar a México como un actor emergente, activo y representativo de una nueva izquierda en el mundo.

De ser correctas, esas coordenadas podrían abrir flancos y paradojas al gobierno obradorista: ¿Condenaría sin ambages al gobierno de Ortega o se limitaría -como hasta ahora- a lamentar hechos sin condenarlos ni exigir responsabilidades? ¿Preservará el principio Juarista de no intervención que usaron los gobiernos priístas para callar ante hechos autoritarios a cambio de no ser observados?

Vaya definiciones las que AMLO y el futuro canciller Marcelo Ebrard deberán resolver en el corto plazo.

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