Cultura y Artes

Las consecuencias mortales de malinterpretar

 

 

¿»Malus» o «malum»? Credit Linda Huang

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La traducción es una asistente discreta de la función lingüística: la mayoría de las veces solo nos percatamos de su presencia cuando las cosas salen mal. En algunos casos, se trata de errores relativamente pequeños, como una versión poco refinada de la prosa de un autor, algo que un crítico literario denuncia con acritud.

Sin embargo, varios momentos han quedado registrados en la historia debido a problemas de traducción con consecuencias de mayor trascendencia, ya sea por un error, un cambio intencional o una simple malinterpretación. Para ser un trabajo que por lo regular involucra cuantiosas horas de minuciosa lectura frente a la pantalla de una computadora o un libro, la traducción puede resultar una profesión extremadamente peligrosa.

Una declaración desafortunada del líder soviético Nikita Krushev en 1956, “Vamos a enterrarlos”, dio lugar a una de las fases más peligrosas de la Guerra Fría: una de total paranoia en la que se creía que ambos bandos acabarían uno con el otro. Sin embargo, resulta que no dijo eso, al menos no en ruso. En realidad, Krushev dijo: “Vamos a vencerlos”, que podría haberse considerado un alarde prematuro, pero no el tipo de declaración hostil que escuchó la mayoría de los estadounidenses debido al error del intérprete.

La traducción que recibió Harry Truman de la respuesta del primer ministro japonés Kantaro Suzuki a un ultimátum de las fuerzas aliadas en julio de 1945 —solo unos días antes del bombardeo de Hiroshima— fue “Mudo desprecio” (mokusatsu). En realidad lo que dijo iba en línea con algo así: “Sin comentarios. Necesitamos más tiempo”. Japón no obtuvo ese tiempo.

Los sucesos del 11 de Septiembre, así como todo lo que desencadenaron, quizá podrían haberse evitado si los mensajes en árabe que interceptaron los servicios estadounidenses de inteligencia el 10 de septiembre se hubieran procesado antes del día 12, una demora que se debió más a una falta de personal que a una interpretación equivocada, pero a fin de cuentas se puede considerar un problema de traducción.

Todos estos ejemplos son recientes, pero también es posible citar otros ocurridos en distintas épocas de la antigüedad. La Biblia, el libro más traducido en la historia, ha generado no solo las discusiones más prolongadas sobre el tema de la traducción —como la incesante batalla entre los conceptos de fidelidad y precisión—, sino también algunas notables interpretaciones erróneas.

Cuando San Jerónimo, el santo patrón de los traductores, tradujo la Biblia al latín, incluyó un juego de palabras que dio origen a uno de los símbolos más poderosos de la iconografía cristiana, al transformar el árbol del conocimiento del bien y del mal (malus) en un árbol de manzanas (malum). Es cierto que en la época de San Jerónimo malum podía referirse a varios frutos: por ejemplo, la serpiente representada en la bóveda de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel está enroscada en una higuera. No obstante, en el siglo XVI, tanto Alberto Durero como Lucas Cranach el Viejo se apegaron a la descripción de San Jerónimo y crearon pinturas famosas de Adán y Eva al lado de frutos que sin duda alguna son manzanas. Además, cuando en el siglo siguiente John Milton escribió acerca del “intenso deseo” que experimentó Eva de “probar esas apetecibles manzanas”, contribuyó a cimentar la imagen de la brillante Malus pumila rubí utilizada hoy en día.

¿Cómo traducir las declaraciones espontáneas de Donald Trump a una audiencia global?

Por supuesto, un “problema de traducción” muchas veces depende de criterios subjetivos, por lo que sus efectos pueden abarcar un amplio espectro que va desde dar pie a reflexiones filosóficas hasta llegar a tener consecuencias mortales. Una traducción del Nuevo Testamento al inglés común, realizada por el erudito del siglo XVI William Tyndale, provocó que el clero lo ejecutara por hereje; poco tiempo después el impresor y estudioso francés Étienne Dolet murió ahorcado y quemado en la pira debido a una traducción de Platón que se consideró también una herejía.

En un ejemplo más reciente, la revista Armed Forces Journal señaló en 2011 que en Irak era “diez veces más probable que murieran intérpretes en combate a que murieran soldados estadounidenses o internacionales”. Quizá, como dice el viejo juego de palabras del italiano traduttore, traditore (traductor, traidor): ni los soldados cuyas palabras interpretaban ni los enemigos a quienes se dirigían tenían total confianza en sus palabras.

Uno de los casos más repugnantes de una muerte relacionada con la traducción fue el asesinato en 1991 de Hitoshi Igarashi, el traductor al japonés de Los versos satánicos de Salman Rushdie. Lo peor del asesinato de Igarashi es que, hasta cierto punto, se debió a un error de traducción que ni siquiera cometió él.

Los orientalistas británicos del siglo XIX acuñaron la frase “versos satánicos” para designar los versos suprimidos del Corán, pues se dice que el profeta Mahoma los rechazó por haberlos sugerido el mismo Satanás. Sin embargo, los musulmanes no les dan esta denominación, así que cuando el traductor árabe de la novela de Rushdie hizo una traducción literal del título, cometió el error involuntario de hacer parecer que Satanás había dictado el Corán. Aunque no fue la intención del autor, esta frase se interpretó como una blasfemia y causó disturbios internacionales, la reclusión forzosa de Rushdie, la muerte a puñaladas de Igarashi y el intento de asesinato del traductor italiano de la obra, Ettore Capriolo.

Los peligros de los problemas de traducción se han vuelto a manifiestar con gran claridad en nuestros días. ¿Cómo traducir las declaraciones espontáneas de Donald Trump a una audiencia global? La forma caprichosa en que el presidente estadounidense emplea su lengua natal, su sintaxis fracturada y palabrería incongruente son de por sí complicadas para los anglófonos, así que es lógico que sean problemáticas para los extranjeros. Por ejemplo, ¿cómo se traduciría exactamente la palabra “braggadocious”?

En vista de la rapidez y frecuencia con que tuitea el presidente Trump, han aparecido muchísimas traducciones no profesionales, igual de rápidas y virales, que no consideran cómo podrían interpretarse en otras partes del mundo. El tono provocador de muchas de sus declaraciones sobre otros dirigentes políticos solo exacerba el problema. Como sugiere un artículo de The Boston Globe, las interlocuciones de Trump con el líder norcoreano Kim Jong-un, dados los “patrones de retórica volubles” de ambos, pueden convertirse en un campo minado de errores de comunicación catastróficos.

No es difícil imaginarse que en cualquier momento podría ocurrir otro desastre del tipo que provocaron la frase de Kruschev sobre “enterrarlos” o el “mudo desprecio” de Suzuki, con resultados catastróficos.

 
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