Unidos Podemos: del cielo por asalto a pisar el suelo de la realidad
Sólo han pasado tres años, pero parece un siglo. Lejano y remoto queda ya el tiempo del asalto a los cielos, de la retórica revolucionaria, de las campañas relámpago, del ardor guerrero contra la casta, de la hiperexposición televisiva, de la radiactiva novedad que amenazaba la estabilidad del régimen del 78. Con el fuerte liderazgo de Pablo Iglesias, Podemos irrumpió de forma inesperada en el panorama político español. A lomos de la ira y de la indignación. La ira motivada por la dureza de una brutal crisis económica que empobreció al país. La indignación por los innumerables escándalos de corrupción. Podemos fue conducido a las instituciones en volandas por más de cinco millones de votos la primera vez que se presentó a unas elecciones generales. Una circunstancia inédita en la historia de la democracia española. La base de su éxito fue el voto juvenil, la rebelión de las nuevas generaciones que habían salido a la calle el 15-M.
Sin embargo, Podemos ha experimentado que la vida rara vez llega tal y como es imaginada en la adolescencia. En El lento aprendizaje de Podemos, José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Complutense, relata con detalle el complicado descenso de los cielos a la tierra, así como los errores cometidos. El profesor -simpatizante crítico del nuevo partido- asegura que el primer Pablo Iglesias creyó posible protagonizar «la primera revolución activa de la historia política española». Es probable que lo creyeran muchos de los que le acompañaban -y a los que posteriormente expulsó de su lado- e incluso algunos de sus adversarios.
Pero la revolución pasó de largo –la noche del 26-J, cuando se evaporó la ensoñación del sorpasso-, y Podemos se vio obligado a cambiar de planes. A la fuerza y arrastrando las cadenas de su pecado original, que fue no permitir un Gobierno del PSOE tras el 20-D. Puede decirse que las dramáticas vicisitudes internas de Podemos, así como su labor en las instituciones han venido marcadas por una controvertida -y casi freudiana- relación con el PSOE. Más concretamente, por su fracaso en el objetivo inicial de sustituir a los socialistas como fuerza hegemónica de la izquierda española. Ésa fue, en definitiva, la razón que se escondía tras el pulso de Vistalegre II. Iglesias apostaba por continuar en la trinchera de la confrontación sin concesiones, mientras que Errejón representaba la vía pragmática del entendimiento con los socialistas.
Tanto los actuales dirigentes de Podemos como los expulsados tras la victoria de Iglesias en el dramático combate interno de Vistalegre II señalan que el partido no se ha repuesto de aquel trauma, y que le han faltado capacidad y reflejos para una labor más eficaz en las instituciones. Pablo Iglesias y el grupo fundador de Podemos fueron capaces de detectar los cambios sociales que hacían posible la emergencia de un partido nuevo, pero han tenido serias dificultades para adaptarse a las cambiantes circunstancias del sistema político español en los últimos tres años. «Creo que hemos podemizado España, marcamos unos temas y unas pautas que después hacen suyas unos actores que no son simpatizantes nuestros. Van a remolque, nosotros estamos marcando el terreno de juego», declaró Errejón a este diario en mayo de 2016. Dos años después, es Podemos quien va a remolque de las circunstancias. Por decirlo de forma gráfica. Podemos puede haber cambiado al sistema del 78, pero el sistema también ha cambiado a Podemos.
Tal y como advierten los propios teóricos de la estrategia populista, la crisis económica no ha terminado, porque sus consecuencias sociales de pobreza y desigualdad siguen ahí, pero el enfado y el hartazgo de los ciudadanos han bajado de intensidad. El ánimo de la sociedad española ha cambiado en los últimos dos años. Y el resto de los partidos han ido adaptándose a las nuevas exigencias de la sociedad. El último ejemplo son las inéditas primarias del PP, que Pablo Casado ganó con el relato de representar a las bases de su partido -«los de abajo»- frente a los dirigentes «de arriba».
Pablo Iglesias se desquitó de su rechazo a la investidura de Sánchez, impulsando y apoyando la reciente moción de censura que acabó con el Gobierno de Rajoy. Podemos aprovechó así la segunda oportunidad, tras desperdiciar la primera de 2016. Aunque las oportunidades perdidas no suelen presentarse exactamente igual. Esta segunda le llegó a Podemos con desgaste, apagada la ilusión y el entusiasmo de sus simpatizantes y de su base electoral. Y con una dirección centralizada, vertical y muy dependiente de un líder que se rodeó de fieles escuderos para dirigir la estrategia del partido conforme a su propio olfato político. Es decir. Una fuerza política que, a pesar de su juventud, es parecida en su funcionamiento orgánico a los partidos tradicionales que vino a combatir y a sustituir.
El hiperliderazgo de Pablo Iglesias es un debate recurrente, tanto dentro como fuera de Podemos. Más después de Vistalegre II. El equipo fundador del partido transmitió a los militantes y a los votantes que Pablo Iglesias era Podemos y que Podemos era Pablo Iglesias. No es de extrañar que él acabara por asumirlo. El episodio de la consulta a las bases sobre la compra de su vivienda familiar fue el broche final de esta identificación del líder con la marca. La actuación política de Podemos es bastante dependiente de las circunstancias personales de su secretario general y de su portavoz parlamentaria, Irene Montero, que son pareja. Ellos llevan el peso político del partido y es un hecho que la formación aparece desdibujada en el ámbito de la política nacional desde que ambos se vieron obligados a retirarse del foco para cuidar de sus dos hijos que nacieron de forma prematura.
La llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa -en la que Podemos tuvo un papel protagonista- ha cambiado el mapa político, obligando a los partidos a variar sus estrategias. Las fuentes consultadas de Unidos Podemos aseguran que la existencia de un Gobierno del PSOE abre una oportunidad para demostrar la utilidad de esta formación. El criterio más extendido es que tanto los socialistas como Podemos han de asumir que no podrá haber en el futuro un Gobierno de izquierdas viable sin un entendimiento de los dos. Porque a pesar de que la formación morada ha perdido fuelle político, el último barómetro del CIS de este mes de agosto, que encabezaba el PSOE tras la llegada a La Moncloa de Pedro Sánchez, situaba a Podemos casi en el 16% de intención de voto. Lo cual indica que hay un electorado que permanece fiel.
El acuerdo al que llegaron esta semana los equipos negociadores del Gobierno y la dirección de Podemos para desbloquear el techo de gasto y abrir la puerta a un pacto presupuestario parece un primer paso para un acuerdo de gobernabilidad que daría más estabilidad parlamentaria a Pedro Sánchez. Fueron el presidente del Gobierno y Pablo Iglesias quienes se implicaron en el acuerdo por el que se reformará la ley de estabilidad para suprimir el veto de la mayoría absoluta del PP en el Senado.
Aunque los portavoces de Podemos se han declarado satisfechos por el pacto, aún está por ver si es un acuerdo puntual, o bien obedece a una decisión política de fondo para un pacto de legislatura. De momento, el PP se ha abonado a esta última tesis, al asegurar que quien gobierna España es Pablo Iglesias. Una afirmación que sin duda será del agrado del líder de Podemos.