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‘Un enemigo del pueblo’, las mayorías y su verdad sospechosa

Elenco de «Un enemigo del pueblo»

¿Hablamos de teatro? ¿Lo hacemos de política? ¿Por qué separarlos? Ambos conceptos van de la mano en el montaje asembleístico de «Un enemigo del pueblo» urdido por Àlex Rigola con mañas de sofista avezado para poner de relieve las tensiones patentes en el texto de Henrik Ibsen (1828-1906) y arrimar esa obra de permanente actualidad a las ascuas vivas del debate. Parece que cuando el dramaturgo noruego la escribió en 1882 aún le escocían las críticas que acribillaron su anterior obra, Espectros, lo que pudo haber contribuido a poner en boca del doctor Thomas Stockman, el protagonista, una de las contundentes frases que pronuncia: “El hombre más fuerte del mundo es el hombre que está más solo”. Pronto se consolidó esta pieza como un clásico contemporáneo de referencia que corrió como un reguero de pólvora por los escenarios de medio mundo; en España se estrenó en el barcelonés Teatro Novedades en 1893, el mismo año que lo hizo en Inglaterra y Francia.

Ibsen plantea una defensa de las razones individuales contra la opinión de una mayoría manipulada y, sobre todo, una denuncia de las trampas y las interesadas maniobras de desinformación que pueden corromper cualquier proceso democrático: cuando el médico despotrica contra el sufragio universal no pone en cuestión los fundamentos de la democracia, sino la democracia envenenada que quiere ahogar su voz, pues su denuncia de que las aguas del balneario del que vive el pueblo están emponzoñadas –meollo del argumento– provoca una astuta y rastrera campaña desacreditadora de su figura por parte de las fuerzas locales, encabezadas por el alcalde Peter Stockman, su hermano. Así, Thomas se queda solo en su defensa del bien común frente a un cúmulo de intereses bastardos disfrazados precisamente de bien común. El paralelismo entre el mal estado de las aguas y la corrupción de la salud moral de la comunidad, que prefiere mantener abierto el establecimiento, continúa siendo tan poderoso como cuando Ibsen escribió la obra.

Este es, a mi juicio, el sentido del inteligente y vigoroso espectáculo que Rigola desarrolla entre una astuta sucesión de votaciones, pues al público se le suministran junto al programa de la función dos cuartillas: una verde con un SÍ impreso en ambas caras y una roja con el correspondiente NO. Los actores plantean en seguida cuestiones sobre las que los espectadores deberán expresarse. Primero, si creen en la democracia, y después, si consideran que una entidad como el Pavón Teatro Kamikaze debe expresarse con total libertad en las obras y actividades que programa aunque ello le suponga poner en peligro las ayudas públicas que recibe y tan necesarias le son para sobrevivir. En la función que yo vi, ganó el SÍ por amplia mayoría en ambos casos. Después, el actor Nao Albert explica que un acto en defensa de la libertad de expresión sería votar para que la función termine en ese mismo momento. Una disyuntiva falsa porque igual de legítimo sería asociar la defensa de la libertad de expresión a que el montaje siga su curso. El caso es que también ganó el SÍ, aunque alguien me comentó que en un ensayo con público no fue así.  

La versión libre de Rigola respeta la espina esencial de la obra y concentra la acción en cinco personajes que se llaman igual que los actores. Así, Stockman es y se llama Israel Elejalde, la alcaldía la rige Irene Escolar, los responsables de The Public Enemy, el medio digital donde el doctor publica sus artículos, son Óscar de la Fuente y Nao Albert, y el informático de la publicación y también presidente de la asociación de trabajadores autónomos de la localidad, Francisco Reyes. Un juego de máscaras tenues que los intérpretes ejecutan explicitando a la vez que son los personajes sin dejar de ser ellos mismos, como quien lleva una nariz postiza o un gorrito que no disimula su verdadera identidad y le hace reconocible en todo momento.

Igual que si estuvieran en un ágora, la famosa cuarta pared se volatiliza desde el comienzo de la función, pues los actoreses interaccionan constantemente con el público y animan un debate que se manifiesta de pleno cuando Elejalde/Stockman argumenta suspicacias sobre el sufragio universal que albergaba el propio Ibsen: “¿Quiénes suponen la mayoría en el sufragio? ¿Los estúpidos o los inteligentes? Espero que ustedes me concederán que los estúpidos están en todas partes, formando una mayoría aplastante. Y creo que eso no es motivo suficiente para que manden los estúpidos sobre los demás”. Así plantea si no sería mejor establecer un sufragio restringido a personas instruidas y anima al público a opinar al respecto. Una pregunta peliaguda: ¿Quién y cómo decide qué ciudadanos están preparados para votar y pueden hacerlo? ¿Tal vez con un examen previo? Y más: ¿Cómo explicar que intelectuales prestigiosos y se supone que preparados fueran cómplices de la barbarie nazi o los crímenes estalinistas?

Israel Elejalde es un doctor Stockman llamado Israel Elejalde

Un debate animado en el que, en la representación a la que asistí, hubo quien habló de que el derecho a votar es también un ejercicio de responsabilidad y acto de dignidad, y conlleva el derecho a equivocarse. Como colofón y formando parte de la reunión de ciudadanos que decide en la obra sobre si el médico debe hacer público que la aguas del balneario son nocivas para la salud, el público debe expresar si cree en el sufragio universal (¿no resulta paradójico que alguien vote para manifestar que no cree en las votaciones?). En “mi” función, las papeletas fueron mayoritariamente afirmativas, lo que venía a convertir a Stockman/Elejalde, según el criterio de la mayoría, en un enemigo del pueblo, silogismo de lógica tramposa pero muy ilustrativa sobre los peligros de la manipulación y la instrumentalización de la democracia, que, qué quieren que les diga, me parece que es aún, como sostenía Churchill, el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás.  

Interesantísima, teatral y cívicamente, la propuesta de Rigola con esas añagazas y guiños demagógicos perfectamente ibsenianos que ponen a prueba las convicciones democráticas del público y cuestionan la verdad sospechosa de las mayorías. Los actores parecen encontrarse muy a gusto en ese registro anfibio que se mueve entre la naturalidad espontánea, lo improvisado y lo memorizado, y están todos estupendos en el doble cometido de ser ellos mismos y sus personajes. La escenografía sucinta de Max Glaenzel, con una gran pizarra como elemento fundamental, y la limpia iluminación de Carlos Marquerie contribuyen a esa sensación de inmediatez y hasta de urgencia que tiene una representación que consigue que los espectadores abandonen la sala prolongando el debate en sus conversaciones.

 

Título: Un enemigo del pueblo. Autor: Henrik Ibsen. Versión libre y dirección: Àlex Rigola. Dramaturgia: Ferran Dordal. Escenografía: Max Glaenzel. Iluminación: Carlos Marquerie. Intérpretes: Nao Albert, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid. 5 de septiembre de 2018.

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