Cultura y Artes

Sánchez o la estrategia de la simulación

La mañana en que salió llorando de su breve entrevista con Pedro Sánchez, en el último congreso federal del PSOE,Susana Díaz acabó de comprender el carácter del hombre que la había batido con el voto de las bases. Fue una reunión corta, seca, hosca, desagradable, en la que el recién elegido secretario general mostró a la presidenta andaluza su cara más agria y su resolución más tajante. Una versión afilada, desabrida, del «vae victis» cesáreo tras la que Díaz se encerró a desahogarse en un lavabo y al salir, más o menos recompuesta, dio a los suyos la orden de retirarse.

Sánchez había tomado la revancha de su defenestración -aquel bronco y sórdido 1 de octubre de 2016 que todos los socialistas querrían olvidar, dar por no ocurrido- y no tenía el menor interés en parecer siquiera amable. Sí en dejar claro a su rival derrotada que ya nada iba a ser como antes.

En el entorno susanista, donde solían decir que «Pedro está en el PSOE pero no es del PSOE» durante la campaña, tienen claro que el actual presidente pensó en la moción de censura desde el momento mismo en que ganó las primarias. Su caída se produjo porque el partido le prohibió aliarse con los nacionalistas para sustituir a Rajoy, y esa idea le obsesionaba; en cuanto logró levantarse, venciendo a toda la vieja guardia en un asombroso ejercicio de autoconfianza, decidió retomarla. Era cuestión de elegir el momento, que esperó con máxima calma en medio de la insurrección catalana. La intención era fija: llegar a las elecciones desde el poder para evitar otro tropiezo que lo bloqueara. En cuanto tuvo la oportunidad, o el pretexto -la sentencia Gürtel, muñida en el sector judicial de izquierdas por cierto ex magistrado con ansias de venganza-, ejecutó el plan en un golpe de audacia.

Pedro Sánchez camina junto a Susana Díaz en una imagen de archivo

Pedro Sánchez y Susana Díaz

Hermetismo intenso

Esa audacia resolutiva es una de las dos características claves del jefe del Gobierno. La otra es su capacidad de simulación y de impostura, una doblez asentada en un hermetismo intenso. Nadie, ni siquiera sus ayudantes más estrechos, termina de saber por dónde romperá en cada momento una personalidad que bajo la grata sonrisa esconde un temperamento lobuno, helado, pétreo. Quizá sea el único político que ha logrado engañar al cazurro y desconfiado Rajoy, todo un récord. La lección del Padrino de Coppola a su hijo Sonny –«nunca digas lo que piensas cuando hables de negocios (política) con extraños»– la lleva grabada a fuego. Su palabra sólo tiene el valor del instante concreto; la considera una herramienta táctica, un instrumento. Por eso se contradice y se rectifica con enorme naturalidad y en el mínimo tiempo; en poco más de tres meses ha revocado todo su discurso de regeneracionismo e integridad sin el menor complejo. Forjado en una durísima ley de supervivencia, no parece haber nada que no esté decidido a hacer para conservar su puesto.

El escándalo de la tesis lo ha sacado de quicio, pero no lo ha desestabilizado. Aunque es consciente de que está sufriendo un grave estrago reputacional, y de que hasta los medios internacionales se han hecho eco de la polémica del plagio, no está dispuesto a permitir que la oposición saque rédito del daño. Su relación con Albert Rivera, que fue el que lo arrinconó por sorpresa en un hábil brinco parlamentario, ha entrado en un clímax agrio; los diputados de Cs sostienen que llegó a amenazarlos. Lo hiciese o no de palabra, el martes en el Congreso su gesto era hostil, tenso, esquinado.

Esta semana, con el revés de la ministra Montón y la picota de su propio doctorado, ha pasado por momentos rabiosos y amargos. Todos sus rivales saben que va a haber represalias y que el clima político se va a volver muy poco hospitalario.

De San Bernardo

Trató de dar «un pucherazo»

«No lo menospreciéis», dice un antiguo dirigente socialista del bando derrotado. «No olvidéis que la noche del Comité Federal trató de salvarse con un pucherazo». Los que no son de su cuerda lo miran con recelo pero aceptan que el poder ha aglutinado al partido en torno a su liderazgo. A su manera, fuertemente sectaria, ha premiado a todos los que creyeron en él y lo ayudaron; ha colocado a todos sus colaboradores y amigos en el aparato del Estado, aunque para ello haya que aumentar significativamente el número de altos cargos. Incluso su propia esposa, Begoña Gómez, ha resultado beneficiada con un nombramiento directivo en un influyente instituto privado. La política de personal ha sido la única en la que no ha dado bandazos: su brigada de fieles ha ocupado sin titubear la Administración en un verdadero desembarco.

La impresión en los círculos de influencia de Madrid es que el «caso Tesis» va a endurecer aún más el clima político porque Sánchez se siente de lleno en el centro del objetivo. Y ésa, la de olfatear de cerca el peligro, es la clase de circunstancias en la que aguza su instinto. Podemos le ha salvado del envite porque Pablo Iglesias ve ahora en las urnas un abismo y entiende que le conviene un socio con necesidad de guiños. Se aproxima un giro a la izquierda, una estrategia de tensión que acentúe el frentepopulismo para cohesionar el voto contra unas «derechas» cuyos dos partidos van a pasar de la condición de adversarios a la de enemigos.

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