Cultura y Artes

¿Es la economía, estúpido?: precarios políticos, globalización y xenofobia

La politología está dividida en los últimos años en un debate que recuerda al de nature/nurture en la biología (entre lo que es “innato” y lo que es “adquirido”). Tiene que ver con los apoyos que recibe el populismo de derechas, qué tipo de votante apoyó a Trump, al Brexit, a Wilders, a Salvini, a Le Pen. ¿Son realmente “perdedores de la globalización”, como se ha dicho? ¿O es simplemente una revuelta cultural basada en la xenofobia, el racismo, y tendencias autoritarias?

La primera tesis afirma que la globalización ha afectado a millones de trabajos industriales. Millones de personas han perdido su empleo o tienen miedo a perderlo. La defensa de Trump de la industria del carbón, sus comentarios sobre lo que le gusta la gente sin estudios, su proteccionismo, su desprecio a los tratados comerciales habrían servido para atraer a millones de trabajadores industriales. Pero los datos no demuestran exactamente eso. No es cierto que los votantes de Trump fueran más pobres que el resto de la población. Dos tercios de ellos tenían unos ingresos de más de 50.000 dólares anuales.

Uno de los análisis más citados sobre este debate es el que hizo el blog The Monkey Cage, del Washington Post, donde decían que la victoria de Trump no era el éxito tan sorprendente de las clases bajas como se había dicho: “el relato que atribuye la victoria de Trump a una ‘coalición de votantes de clase trabajadora, de cuello azul y blancos’ simplemente no encaja con los datos de la elección de 2016. Según un estudio de la elección, los votantes blancos no-hispánicos sin educación universitaria y que ganaban menos que el hogar medio solo representaban un 25% de los votantes de Trump. Está muy lejos de la victoria de la clase trabajadora que muchos periodistas imaginaron.”

Estos argumentos inclinaron la balanza hacia la tesis cultural: la explicación más evidente de la victoria de Trump y el Brexit tendría que ver con una población étnicamente homogénea con tendencias autoritarias y miedo por cambios culturales y demográficos. Los populistas habrían activado el eje “tradicional-nativista”, y no tanto el eje económico o redistributivo. En Antisistema, José Fernández-Albertos ve algunos problemas en la tesis de Inglehart y Norris, la canónica respecto a la explicación “cultural”. Los autores señalan una importante correlación entre las preferencias en cuestiones de inmigración y ley y orden de los votantes y el voto a partidos populistas de derechas.

El problema, para Fernández-Albertos, es que esa coincidencia no significa que la causa última de esos votantes sean esos temas. Yo puedo ser un votante preocupado por la inmigración, pero quizá voto a Trump o por el Leave por un motivo económico. Fernández-Albertos no quiere quitarle importancia al voto cultural, sino darle más importancia al voto económico: “Si los más pobres no votan a los populistas, ¿concluimos que la economía no importa? ¿Y si lo que mueve a los votantes a elegir estas nuevas opciones políticas es la pérdida relativa respecto a su posición previa, o respecto a las expectativas que antes albergaban sobre su futuro? […] Que no haya una asociación universal, directa y automática entre la situación laboral o monetaria concreta de los individuos y sus preferencias por opciones antisistema no nos debería llevar a concluir que la economía es irrelevante.”

Fernández-Albertos habla de precarios políticos. Son ciudadanos que piensan que su voz no cuenta, y están desmovilizados. Y esto a menudo es una consecuencia de un declive general de las condiciones económicas. Los votantes de Trump no eran los más desfavorecidos, pero estaban en zonas donde la globalización había afectado radicalmente a la industria, y su situación económica era más vulnerable que en el pasado. Como explica el politólogo Yascha Mounk, eran votantes que mantenían su estatus económico pero veían cómo sus vecinos y la región donde viven se empobrecían. En términos absolutos estaban mejor que la media, pero eso no significa que no hubieran perdido nada. “Tanto si usamos el ingreso mediano del condado como si usamos el porcentaje de población que vive por debajo del umbral de la pobreza (evidentemente, estas dos variables están muy correlacionadas entre sí), la asociación con el cambio electoral respecto a 2012 es clara: son los condados más pobres los que en 2016 giraron más hacia el partido republicano.”

Lo relevante es el cambio, y quizá no tanto el resultado en absoluto: “Aunque en 2016 el conjunto de los votantes republicanos siguieran siendo de media más ricos que los votantes demócratas, la composición socioeconómica de los dos electorados cambió sustancialmente: en particular, el partido republicano tuvo especial éxito atrayendo a votantes de menores ingresos.” El Partido Demócrata sigue dominando entre las rentas bajas, pero los republicanos en 2016 consiguieron atraer a votantes precarios sin perder a sus votantes tradicionales, de rentas más altas. Como dice la periodista estadounidense Jane Mayer, lo relevante de la victoria de Trump es que consiguió vender como medidas populares cosas que solo podían beneficiar a los más ricos.

Esto no significa que la economía lo explicara todo. Y a veces el uso del argumento económico es una manera de quitarle importancia a una xenofobia y autoritarismo reales. Aunque pueda haber votantes que no votaran a Trump por motivos raciales o sexistas, llevaron conscientemente a la Casa Blanca a alguien racista y machista (nadie podía estar tan despistado como para no ver que Trump era alguien así). La lectura económica también ha contribuido a idealizar a una «clase obrera» que realmente no existe como tal (Fernández-Albertos habla de la desmovilización de los perdedores: no todos los votantes perjudicados económicamente están igualmente de acuerdo sobre la necesidad de hacer políticas redistributivas). 

También hay causas que van más allá del debate cultura/economía: el sistema electoral estadounidense (durante décadas los republicanos han hecho gerrymandering, es decir, han alterado y manipulado las circunscripciones electorales para aglutinar a sus simpatizantes en los mismos distritos), la lealtad al partido republicano (una de los predictores del voto a Trump es si habías votado en las elecciones anteriores a los republicanos), o incluso los errores de campaña de Clinton (no fue a Estados clave, por ejemplo).

Pero la desigualdad, la precariedad, los efectos negativos de la globalización, un crecimiento muy bajo, junto con la sensación de que las élites no nos escuchan, jugaron un papel importante. La democracia se ha vuelto más compleja y hay ciudadanos que piensan que su voz no cuenta. Esto, junto con los efectos de la Gran Recesión, ha creado un precariado político que ha votado a opciones antisistema. Frente a la interpretación estrictamente cultural, que es en cierto modo paralizante (se puede luchar contra el racismo con pedagogía, pero es algo muy complejo y difícil de medir), la interpretación económica o institucional que ofrece Fernández-Albertos en Antisistema parece más concreta y posible: quizá recuperando el papel redistributivo del Estado de bienestar y atacando la desigualdad y la falta de representación es más fácil luego atacar los prejuicios. 

Ricardo Dudda: (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres.

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