Gabriel Albiac: Tiempo de mentir
No es el presidente Sánchez quien podría haber delinquido; es el Doctor Sánchez, sujeto tan privado como el último de los estudiantes universitarios
La verdad no es virtud política. La verdad es virtud ética. Y la ética es, en rigor, una antipolítica: ese campo en el cual un ciudadano se defiende, con sus solas fuerzas anímicas, de la metódica imposición a través de la cual un Estado –cualquier Estado, necesariamente– garantiza la estabilidad del código institucional al cual es convención llamar política.
Que el Doctor Sánchez pueda mentir en el ejercicio de sus funciones, no me incomoda. Sería yo un perfecto necio si ignorase el aserto maquiaveliano que es piedra de toque de las lógicas de Estado: «un príncipe no necesita ser virtuoso sino parecerlo»; y, así, será veraz cuando convenga y mentirá cuando deba. Mentir va incluido en el normal ejercicio del poder. Si uno no quiere ser manchado por eso, puede abstenerse de su roce en la medida en que le sea posible. Eso he tratado de practicar en mi vida adulta: dar mi aquiescencia a unos o a otros de quienes habrán de hacer funcionar la máquina masiva del engaño, se me hace, la verdad, demasiado repugnante.
Todo el programa político del Doctor Sánchez es una infantil amalgama de mentiras. Nadie puede escandalizarse. Las mentiras son gratas a aquellos que no soportan afrontar la realidad: la mayoría. Pueden proporcionar votos, en muchísima mayor medida que las –con frecuencia tan desagradables– verdades. No hay quien no mienta en política. Si pretende ser elegido para gobernar, al menos. Los gobiernos de González robaron, secuestraron y asesinaron; no pasó nada. Robaron los gobiernos de Zapatero y de Rajoy; tampoco nada se alteró. Robará y mentirá quien venga. Es la regla del juego.
La mentira y la seguridad son virtudes políticas. La libertad y la verdad son virtudes individuales. La violación del Doctor Sánchez no concierne a su actividad como asalariado político. Concierne a una actividad tan rigurosamente privada como lo es la obtención de los conocimientos y del reconocimiento académico que dichos conocimientos merezcan. Y ahí no hay excepciones: la mentira y el engaño, envilecen a quien con ellos agrede a los otros.
Los metódicos plagios de la tesis del Doctor Sánchez en nada afectan a su listura de hombre de partido. Jamás, en un partido político, hizo carrera la verdad; sí, la astucia que permite engañar a aquellos que puedan ser obstáculo en la carrera hacia el mando: el Doctor Sánchez es, con seguridad, el dirigente que hoy se merece el PSOE. Los metódicos engaños de la tesis del Doctor Sánchez afectan a otra cosa: la validez legal de su título. Y la básica dignidad de la institución que lo expidió. Es de esperar que, constatados los 13 plagios –o las «entre 300 y 500 palabras» reconocidas como copiadas por Adriana Lastra–, la Universidad Camilo José Cela anule la validez de ese título; y, llegado el caso, presente ante los juzgados la denuncia correspondiente.
No, no es el presidente Sánchez quien podría haber delinquido; es el Doctor Sánchez, sujeto tan privado como el último de los estudiantes universitarios.