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Patricio Navia: Después de La Haya, todo sigue igual

Más que estar ansiosos respecto a lo que ocurra el 1 de octubre, deberíamos mantener la esperanza de que algún día haya coincidencia de líderes en Bolivia y Chile que entiendan que cuando dos vecinos se ponen de acuerdo, ambos ganan.

Independientemente de lo que decida la Corte de La Haya, Bolivia mantendrá su demanda por una salida soberana al mar y Chile insistirá en que jamás aceptará entregar territorio soberano. La Haya y la opinión pública internacional rápidamente centrarán su atención en otros asuntos. Pero Chile y Bolivia seguiremos siendo vecinos, por lo que, si somos capaces de entender que poniéndonos de acuerdo ambos podemos salir ganando, recién entonces la historia de desencuentros y frustraciones podrá ser remplazada por un futuro de cooperación y ganancia para los dos países.

La decisión de la Corte Internacional de La Haya el 1 de octubre será tan noticiosa como intrascendente. Si La Haya decide a favor de Chile, Bolivia no renunciará a su aspiración por una salida soberana al mar. Si la Corte, en cambio, falla a favor de Bolivia, las declaraciones patrióticas asegurando que Chile jamás aceptará entregar un centímetro de territorio a Bolivia se sucederán desde la extrema izquierda a la extrema derecha en el país. Un par de semanas después, la opinión pública internacional se habrá olvidado del fallo. La Haya se abocará a otras demandas y alegatos, como siempre ocurre con cualquier corte. Es verdad que los abogados y académicos seguirán estudiando el fallo por mucho tiempo. Es más, incluso puede llegar a sentar precedente en la jurisprudencia internacional. Pero en lo que a Chile y Bolivia respecta, el fallo no logrará alterar las posiciones que ambos países han mantenido respecto a la mediterraneidad de Bolivia. Para Bolivia, la cuestión seguirá siendo un tema pendiente. Para Chile, seguirá siendo un tema cerrado.

Mientras haya un juicio, Chile y Bolivia no podrán conversar directamente.

En el caso de que la Corte fuerce a Chile a sentarse a conversar, el gobierno del Presidente Piñera insistirá en que lo hará dejando en claro que el país no va a renunciar a su soberanía. Si el fallo es adverso a Bolivia, el gobierno de Evo Morales gritará a los cuatro vientos que ese país jamás renunciará a sus aspiraciones de recuperar una salida al mar. Por eso, La Haya solo será una distracción en un problema de larga data que debe ser abordado por líderes visionarios y pragmáticos en La Paz y Santiago. Lamentablemente, esta distracción ha hecho imposible que las mentes más lúcidas en ambos países logren encontrar una fórmula que constituya una salida aceptable y conveniente para los dos. Mientras haya un juicio, Chile y Bolivia no podrán conversar directamente.

Es probable que en los meses o incluso años inmediatamente posteriores a la decisión de La Haya los ánimos no estén para soluciones creativas o negociaciones que busquen acercar posiciones radicalmente opuestas. Pero, eventualmente, chilenos y bolivianos deberán entender que no hay peor estrategia que llevarse mal con los vecinos. En un mundo cada vez más competitivo e integrado, las malas relaciones que arrastramos por más de un siglo son un obstáculo para el mejor desarrollo de ambos países. Incluso considerando que a Chile le ha ido bien en los últimos 30 años y que Bolivia ha experimentado sus mejores años en términos de crecimiento económico y progreso social bajo el mandato de Evo Morales —ayudado por el boom de los commodities—, es innegable que tanto Chile como Bolivia hubieran crecido todavía más de existir mejores relaciones comerciales, políticas, sociales y diplomáticas entre ellos.

 

Como para bailar tango se necesitan dos, deberá también producirse la feliz coincidencia de que tanto el gobierno de Bolivia como el de Chile tengan líderes que entiendan que llevarse mal con el vecino es una pésima estrategia de largo plazo.

 

Por eso, con el tiempo surgirán líderes visionarios y pragmáticos en ambos países que logren forjar un acuerdo que sea beneficioso y aceptable para todos. Ese pacto —como toda negociación exitosa— deberá hacer que tanto chilenos como bolivianos se sientan ganadores. Como en el pasado ya se han esbozado algunas posibles soluciones, es innegable que hay espacio para forjar un camino que permita llegar a ese arreglo. Aunque, como para bailar tango se necesitan dos, deberá también producirse la feliz coincidencia de que tanto el gobierno de Bolivia como el de Chile tengan líderes que entiendan que llevarse mal con el vecino es una pésima estrategia de largo plazo. Pero, cuando hay dos vecinos que seguirán siéndolo eternamente, siempre es mejor ponerse de acuerdo que seguir peleando.

Tal vez los que ahora estamos vivos nunca lleguemos a ver un acuerdo que permita a Bolivia tener una salida al mar en una forma que sea aceptable y conveniente para Chile. Pero cuando eso ocurra, difícilmente se deberá al fallo que se anuncie el 1 de octubre en La Haya. Aunque la decisión capture la atención de los medios y genere reacciones de celo nacionalista en ambos lados de la frontera, en la realidad, nada cambiará. Chile y Bolivia mantendrán sus posturas intransigentes y el resto del mundo se olvidará rápidamente de este asunto. Más que estar ansiosos respecto a lo que ocurra el 1 de octubre, deberíamos mantener la esperanza de que algún día haya coincidencia de líderes en Bolivia y Chile que entiendan que cuando dos vecinos se ponen de acuerdo, ambos ganan.

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