Cultura y ArtesDemocracia y PolíticaLibrosLiteratura y Lengua

Héctor Abad Faciolince: Un autor busca su personaje

Con el paso de los años uno va cambiando la dirección del correo electrónico. Hotmail, Yahoo, Une, Universidad A, B o C. Después Gmail lo absorbe casi todo y uno se va olvidando de las historias que quedaron rezagadas en esas direcciones viejas, que son como casas en las que uno vivió y que luego, con los años y las décadas, las tumban, se derrumban, desaparecen. Esas direcciones se vuelven inaccesibles y se hace imposible reconstruir pedazos del pasado que solo existen exactos en la correspondencia o ya muy imprecisos y muy deformados por el tiempo en la memoria.

A estos cambios de correo se debe que yo no pueda reconstruir cómo empezó mi historia con un señor que lleva casi medio siglo viviendo en Copenhague sin haber vuelto nunca a su país, Colombia, y que a principios de este milenio me escribió un correo que decía algo así: “Usted no lo sabe, pero Davanzati existe: Bernardo Davanzati soy yo”. Davanzati es el protagonista de una novela mía, Basura, que se publicó en España en el año 2000 y, en términos generales, no es más que un viejo que escribió un par de libros que nadie leyó, que ahora vive solo y sigue escribiendo compulsivamente, pero para nadie, pues todo lo que escribe lo tira a la basura.

Muchas veces se reciben cartas en las que alguna lectora dice: “Me sentí muy identificada con su libro”, o un lector agradece porque “en su novela usted dice claramente algo que yo siempre había pensado”. Pero es raro recibir la carta de un desconocido que diga: “Yo soy el personaje que usted escribió”. Eso me pasó a mí, entonces, hace más de 15 años, con un corresponsal intempestivo que me informó que él era, ni más ni menos, Bernardo Davanzati, aunque con un nombre distinto: Hernando Cardona.

Creo haber sido con él, en un principio, cordial y discreto, aunque seguramente, supongo, algo reticente. Hay demasiados locos en el mundo y uno no puede cartearse indefinidamente con todos los locos que se le presentan por mail. Hay algo en este oficio que atrae los locos, tal como los campanarios y las cúpulas de las iglesias atraen los rayos.

Este doble de Davanzati, sin embargo, escribía muy bien, y poco a poco me fue dando argumentos y datos autobiográficos que confirmaban su extraordinario parecido, su condición de extraño gemelo del personaje inventado por mí. La sensación de curiosidad y de extrañeza llegó a la cima cuando Cardona me anunció que, como ahora su verdadera lengua era el danés, había resuelto traducir Basura a esa lengua, de manera que algunas de sus amigas danesas pudieran leer la historia de su vida, no como ellas se la imaginaban a partir de los fragmentos que él les contaba, sino tal como fue.

Hace unos diez años Hernando Davanzati me informó que había terminado la traducción de Basura, y que ya sus amigas habían podido leer la historia de su vida, lo cual le daba mucha tranquilidad.

Ahora bien, hay algo en la vida de algunos personajes que los mismos autores no conocemos bien. En la vida del mío, Bernardo Davanzati, hay varios secretos muy difíciles de desentrañar: episodios oscuros del pasado laboral (¿narcotráfico, corrupción, lucha armada?); hechos inconfesables de la vida personal (¿un hijo no reconocido, un amor devastador?); y muchos escritos dispersos imposibles de encontrar.

Por todo esto yo soñaba desde hace años con ir a Copenhague en busca de Cardona. Quería, al fin, conocer a Davanzati. Las veces que se lo propuse, sin embargo, Cardona siempre me desanimó. ¿Sería todo mentira, su existencia, su parecido, su traducción? Hace diez días, sin avisar, me presenté en Copenhague por otro motivo. Lo primero que hice después de instalarme fue ir a la dirección que tenía de Hernando. Toqué a la puerta y no tuve la más mínima duda: era él. También él me reconoció. Fuimos juntos hasta la tumba de Hans Christian Andersen y después a comer. Ahora conozco el pasado secreto de mi personaje. Bernardo Davanzati, en realidad, es Hernando Cardona y nadie más que él.

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba