Democracia y Política

Tiran(í)a

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Derribo de la estatua de Enver Hoxa, 20 de febrero de 1991.

Se trata de un juego de palabras. Tirana es el nombre de la capital de Albania. Y Tiran(í)a, el de un exposición montada en el año 2002 por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, la capital de Cataluña. La exposición se llamaba así, Tiran(í)a, porque trata de reconstruir las espantosas huellas dejadas por la peculiar dictadura del tirano comunista Enver Hoxa en la ciudad de Tirana.

La muestra era la primera de una serie de retratos de ciudades que habían permanecido ocultas a la mirada extranjera. Y Tirana era un ejemplo excepcional. Durante los años que duró el régimen comunista, instaurado por el Partido del Trabajo bajo la jefatura de Hoxa en 1944, Albania se aisló del resto del mundo y entró en conflicto con todos los países, incluyendo los del bloque soviético al que inicialmente había pertenecido y al que las autoridades de Tirana, luego de la muerte de Stalin, consideraron traidores a las esencias ideológicas del marxismo.

A partir de 1967, Albania fue, además, el único país del planeta declarado oficialmente ateo. Las iglesias fueron clausuradas. La propaganda religiosa se consideró crimen de Estado con penas de hasta diez años de prisión. El único culto permitido y oficialmente promovido, era el que giraba en torno al Udhêhequesi, el término albanés equivalente al Fûhrer en alemán, Duce en italiano o Caudillo en español, con el que se designaba a Hoxa.

A partir de 1968 quedó totalmente prohibida la salida del país salvo por razones oficiales. Hoxa no quería que los albaneses se contaminaran en el extranjero. El régimen promovía la idea de que en Albania socialista había nacido el «hombre nuevo». Un tipo humano que por la pureza de sus valores, sus niveles de formación ideológica y su preparación profesional, era una especie de ser superior sin precedentes. Sus rasgos personales se definían en manuales editados por millares: no conocía la fe religiosa; daba prioridad a los intereses de la nación por encima de los personales y familiares; era un «animal político» orientado por la brújula política del proletariado, implacable en la lucha contra los «enemigos de clase». Un ser moralmente puro que había superado todas las limitaciones humanas tanto las del capitalismo como las del revisionismo soviético.

En la realidad otra cosa ocurría. Los estudiosos cuentan que debido a la escasez y el desabastecimiento los albaneses practicaban robos masivos en las empresas socialistas, los campesinos organizados en cooperativas contrabandeaban con sus productos, se fue creando un mercado paralelo equivalente a lo que hoy en Venezuela se conoce como «bachaqueo» y un sistema de trueque donde la gente cambiaba, por ejemplo, bicarbonato por tubos de estufa o suelas de zapato por picadura de tabaco.

Todo esto lo reseñaba muy bien aquella exposición del CCC, pero la instalación más conmovedora e inolvidable era la de los presos del régimen. En un largo pasillo a oscuras el espectador atraviesa en medio de un centenar de retratos en blanco y negro, en su mayoría de hombres, que parecen flotar en el aire. Sobre cada retrato pende un bombillo encendido que el espectador de inmediato asocia con escenas de tortura o  funerarias.

Se trata de apenas una muestra de los aproximadamente 20.000 prisioneros políticos que pasaron por las cárceles comunistas albanesas entre 1945 y 1990. Una cifra aterradora si tenemos en cuenta que la población de Albania llegaba apenas a los dos millones de habitantes. La mayoría de esos presos eran condenados por delitos de «traición a la patria», «agitación y propaganda» o «atentados contra la dictadura del proletariado». Mil de ellos murieron por torturas. Siete mil fueron ejecutados.

Por suerte para el espectador, al final de la exposición se encuentra con una fotografía de gran formato, tomada el 20 de febrero de 1991, el día final de la dictadura, que muestra mientras cae una descomunal estatua de Enver Hoxa derribada por una multitud iracunda. De nuevo en la calle, el espectador concluye que, incluso en Albania, siempre queda la esperanza.

Ayer tropecé en mi biblioteca con el catálogo de Tiran(í)a. Volví a hojearlo y sentí, años después, que ahora muchos de aquellos relatos me resultan familiares. Cercanos.

 

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