Casado: cambiar gaviotas por gallos
Pablo Casado llegó a la era Sánchez como el gallo a las manos de Dionisio Pinzón en aquella novela de Juan Rulfo: moribundo y con el ala maltrecha. Hasta que el Supremo no dio carpetazo al caso máster, el nuevo líder de los populares anduvo cenizo y callado, por aquello del rabo de paja. Las sospechas sobre el trato de favor y cohecho en la obtención de su título de magíster le aguaron la fiesta al PP y por supuesto a su benjamín, que de no poder no pudo ni celebrar la aniquilación política de Soraya Sáez de Santamaría ni tampoco hacer sangre con un Pedro Sánchez al que la opinión pública comenzó a perseguir con el Turnitin para detectar los plagios en su tesis doctoral.
Como Pinzón, el gallero de la novela de Rulfo, el PP andaba tullido y pobre (de votos) cuando Casado emergió como solución para vender regeneración y espantar los humores de estercolero que dominaban los pasillos del partido. Casado era un gallo con ala rota y ellos estaban arruinados políticamente. Así que el PP, como el miserable y pobre Pinzón, esperó. Era cuestión de curarle el ala al gallináceo -que no hablara demasiado ni estirara el pescuezo, no fuera a pasarle como a la Cifuentes– y mientras tanto, rezar para que la justicia no se cargara con una investigación penal al joven y recién electo presidente, que a pesar de la juventud igual podía servirles para no bajar la persiana en Génova.
Pablo Casado pasó de pollo de granja a gallo Malaya en menos de dos semanas. La pelusilla de pollito mudó de pronto en cresta de sierra
Libre de toda sospecha e indultado políticamente una vez que la Sala Penal del TS decidió no abrir una causa en su contra, Pablo Casado pasó de pollo de granja a gallo Malaya en menos de dos semanas. La pelusilla de pollito mudó de pronto en cresta de sierra y así saltó a la arena: dispuesto a coger por el buche a Pedro Sánchez a ver si empujándolo con el pecho y correteándolo por el corral conseguía asegurar a los populares la supervivencia demoscópica. Quiquiriquí con todo y para todo. Así andaba Casado: canta que canta, como si amaneciera cada cinco minutos.
La aparición de Vox no hizo más que afilar las espuelas del secretario general del PP, quien tenía que demostrar, ahora por partida doble, que él era suficiente gallo en el corral. Por eso del centro de la derecha pasó a la derecha. Fue ahí cuando comenzó a subir el tono y el volumen. A pegar con más fuerza y más insistentemente, hasta el punto de sacar pecho y posar junto a José María Aznar como si de aventajado pupilo o restaurador del PP de la edad dorada se tratara.
Los dos gallos están necesitados de apuestas y dispuestos a reventarse a picotazos. Conviene resucitar el cotarro desteñido del bipartidismo
Lo del Congreso de los Diputados de esta semana fue, pues, una pelea de aliñada. Que rompan o no relaciones es lo de menos, la prioridad era la pelea. Dos gallos, Pedro Sánchez y Pablo Casado. Los dos necesitados de apuestas y dispuestos a reventarse a picotazos. Conviene resucitar el cotarro político, desteñido de bipartidismo y deslavazado en los esperpentos del nacionalismo, las exigencias de Podemos y las ñoñeces de Ciudadanos, que araña subida demoscópica en la cocina de Tezanos. Un ganar-ganar en época electoral. No sería de extrañar, pues, que las gaviotas del PP aparezcan remozadas con una cresta , todavía más cuando Casado aparece como el líder peor valorado.