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Ricardo Bada: La literatura alemana

Allá por 1980, con la precisión quirúrgica que siempre lo caracterizó, Felipe Boso dijo que “la literatura alemana se escribe en Austria, se imprime en Suiza, se publica y vende en Alemania Federal, se decomisa en la RDA, y no se lee en ninguna parte”.

Como todas las afirmaciones exactas, no se detenía en las excepciones, presuponiéndolas. Así, además de en Austria (Doderer, Drach, Bernhard, Handke) había una literatura alemana en la República Federal (Jünger, Böll, Grass, Andersch, Walser, Enzensberger) y la había también en Suiza (Max Frisch, Dürrenmatt). Y más que en Suiza, esa literatura se imprimía ya entonces incluso en España, donde los costes eran más baratos.

Ahora, desde la unificación de las dos Alemanias, se modificó otro término de la ecuación de Boso: ahora no hay decomiso de literatura alemana en la RDA, porque la RDA fue anexionada por Alemania Federal (curioso caso de realismo mágico en el que un país del Tercer Mundo, sección socialismo real, fue absorbido por uno del Primer Mundo). Pero aunque se siga vendiendo literatura alemana en esa ampliadísima República Federal que es la Alemania unificada (¡ojo, no reunificada, el verbo usado por los neonazis y por quienes no ven dos pasos más allá de sus narices!), lo cierto es que sigue siendo sin ser leída excepto por quienes no tienen más remedio que hacerlo para que no se hunda la industria editorial del país.

En otras palabras: la literatura alemana es un lujo que este país se permite para que no se diga que en la patria de Goethe y Schiller, de Hölderlin y Lichtenberg, de Kleist y Heine, de Thomas Mann y Bertolt Brecht no se sigue produciendo literatura. ¡Ojo también aquí al verbo!:“produciendo”.

Aunque a decir verdad no sé si se trata de un fenómeno específico de Alemania. En lo que atañe a la cultura ha sonado la hora de los funcionarios. El artista desasistido es quien carece de conexiones, pero por otra parte, y para que no haya mucho descontento, la proliferación de conexiones de bajo voltaje ha alcanzado cuotas de altísima saturación: casi no conozco a ningún artista despotricador y rebelde, excepto en lo que se refiere a la tajada que espera sacar de la tarta.

Pero pese a todo lo dicho, en Alemania tuvo lugar un gran progreso intelectual. Los poetas alemanes –la única luz al final del túnel cultural– han logrado demostrar que se podía hacer poesía después de Auschwitz, y sobre todo después de la mayúscula cretinez de Adorno acerca de ese tema. De hecho, el mayor poema alemán del siglo XX es “Enführung” [“Angura”, según la congenial y todavía inédita versión de Felipe Boso], se debe al judío Paul Celan y tiene como cogollo la pasión de Auschwitz.

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