Héctor Abad Faciolince: Masas migrantes, apátridas
Lo que estamos viendo son apenas los primeros síntomas, los primeros brotes de lo que se nos viene: un desfile de gente, de miles, de decenas de miles, de cientos de miles, de millones de desesperados que dejan un país miserable, en guerra o colapsado por el hambre, y que buscan algo, un asilo, un refugio, un trabajo, un plato de comida en otra parte.
Ocurre en Grecia: en la isla de Lesbos, una de las más cercanas a las costas turcas, hay miles de refugiados de Siria, Afganistán, Irak. Entre ellos, tres mil niños y mujeres solas que duermen con un cuchillo en la mano para defenderse de los violadores. El hacinamiento saca lo peor de los seres humanos y en el limbo de Lesbos esto es el horror.
Ocurre en Colombia: no sabemos bien cuántos, pero cientos de miles de venezolanos (muchos de ellos hijos o nietos de colombianos que habían emigrado a Venezuela en los tiempos dorados en que el bolívar era moneda fuerte) han cruzado la frontera y buscan aquí algo, lo más básico, comida, techo y trabajo, todo aquello que la corrupta y nefasta dictadura chavista les niega.
Ocurre en las costas de Italia, Francia y de España, adonde intentan llegar los desesperados de África y del Medio Oriente, en pateras y balsas de fortuna, en barcos atestados, o como polizones en buques mercantes o en barcos de piratas que les cobran todo lo que tienen y los dejan a la deriva a la vista de las playas europeas del Mediterráneo.
Y ocurre ahora en el centro de México, donde una larga caravana de desesperados, de suramericanos que cruzaron a pie por el Darién, de hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, se acercan cada día a la frontera con Estados Unidos. Estos desheredados sueñan con entrar al país del pleno empleo y la moneda dura. Siguen el espejismo del dólar, que ha sido alimentado por la cultura universal.
Si fueran alemanes, húngaros o eslovenos de piel blanca, como Melania Knavs, hoy más conocida como Melania Trump, el presidente de Estados Unidos los acogería con los brazos abiertos y les daría por un sistema expedito la nacionalidad (como hizo con sus suegros y cuñados). Pero son centroamericanos con más melanina que Melania en la piel, y Trump es un racista consumado. Por eso les ha prometido —usando su racismo y su paranoia como arma electoral— que les dará la bienvenida con el ejército, con fusiles y metralla, como si se tratara de la invasión armada de una potencia extranjera.
Más vale que nos fijemos en estos nuevos fenómenos con atención. Con los efectos catastróficos del calentamiento global, el mundo se verá enfrentado a terribles inundaciones ocasionadas por tormentas antes nunca vistas o por el aumento del nivel de los océanos. En otras partes serán la sequía y los incendios. A las tragedias naturales (desencadenadas por culpa del hombre) irá unido el horror de los gobiernos incompetentes. Y a todo esto le seguirán desastres humanitarios, y cada vez veremos más hordas de desesperados que cruzarán las fronteras ficticias de las naciones tratando de buscar un acomodo en otra parte, para salvar la vida.
En tiempos de la decadencia del Imperio romano este fenómeno se llamó “las invasiones bárbaras”, que fueron de razia, conquista y rapiña. En tiempos de sobrepoblación europea y de exploración del mundo “desconocido”, aquello se llamó conquista, colonia, proceso civilizador, las múltiples máscaras supuestamente éticas del saqueo y la invasión. Lo que empezamos a vivir ahora no tiene nombre todavía, pero nos pondrá frente a frente con las fibras morales de la humanidad.
Trump anuncia, con su cinismo y maldad, que ya no todos aquellos que nazcan en Estados Unidos tendrán la nacionalidad. Pretende cambiar la Constitución con un decreto presidencial. Colombia les está negando la ciudadanía a los hijos de las venezolanas que dan a luz aquí. Así estamos creando una población de apátridas sin papeles ni derechos. Las fibras morales que estamos viendo son las más asquerosas de la humanidad.