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Héctor Abad Faciolince: La guerrilla virtual

El análisis de los aspectos más preocupantes de las redes sociales no lo están haciendo los sociólogos, los psicólogos ni los informáticos, sino los militares. Ya esto nos dice mucho sobre el potencial bélico que tienen estas herramientas que, si bien fueron inventadas para socializar, para interactuar de un modo pacífico, creativo y divertido entre personas que no se conocen (generalmente jóvenes y civiles), cada vez se usan más para divulgar mentiras, incitar al odio y coordinar acciones violentas o incluso guerras.

La sociología digital describe cómo pueden crearse ciertas burbujas de consenso, cómo se retroalimentan y amplían algunas noticias reales o inventadas, cómo es posible manipular elecciones, pero son los militares de escritorio los que están descubriendo de qué modo las redes incitan, dirigen y desencadenan actos violentos. En un libro reciente, Like War: The Weaponization of Social Media, P. W. Singer y Emerson Brooking describen, por ejemplo, el uso impecablemente calculado que hizo ISIS de las redes sociales para conquistar Mosul, más que a través de las armas, a través del pánico generado con herramientas de Facebook y Twitter. El ejército (muy superior en número y armamento) que debía enfrentar a ISIS en Mosul abandonó en pánico esta ciudad antes de entrar siquiera en batalla. Cuando ISIS ganó la guerra virtual de propaganda, ganó también la guerra real de territorio y posiciones, perdiendo pocos hombres.

Pero no hay que ir a Irak ni a Siria para darse cuenta de que estamos entrando en una era de batallas que, por más que empiezan en el mundo virtual, tienen repercusiones físicas precisas (muertos) en el mundo real. Tal vez, sin darnos cuenta, todos (o casi todos, pues) estamos jugando en línea una especie de videojuego: es una guerra de egos, en primer lugar, pero además una guerra de posiciones políticas, de agudeza retórica, de capacidad de mentir o de detectar la mentira, de ingenio al reclutar aliados, inventar héroes o monstruos y generar adversarios. A nuestra vida real y caliente hemos añadido otra de fotos, videos, emoticones y palabras. Y creemos que ese mundo virtual es indoloro e inofensivo. Ahí está la trampa: ese mundo virtual se traduce cada vez más en acciones violentas.

Sabíamos que en el papel las palabras podían ser incendiarias; ahora sabemos que en las redes sociales las palabras matan. Las palabras nunca fueron inofensivas, pero en esta era se están volviendo más ofensivas que nunca: duras como piedras, son capaces de engendrar explosiones, bombas y balas. Los asesinatos entre miembros de bandas enemigas en ciertos barrios de Chicago empiezan con humillaciones, retos y bravuconadas en Facebook.

Sabemos también que la mentira siempre ha existido, pero lo que hay ahora es una capacidad impresionante de diseminar en muy poco tiempo la mentira. Fotos o videos, reales o hábilmente manipulados, usan el extraordinario poder de convicción de la imagen para producir odio o justificar arbitrariedades. Esta semana, con un video ampliado, manipulado y repetido una y otra vez, la Casa Blanca usó una herramienta elaborada por un portal especializado en noticias falsas, Infowars, para prohibir la entrada de Jim Acosta, un periodista de CNN que se había enfrentado a Trump, a las futuras ruedas de prensa del presidente.

Trump salió elegido gracias a un uso medido, furioso e incendiario de las redes sociales. CNN ha sido blanco de ataques en los bordes del terrorismo a raíz de las acusaciones iracundas del presidente de Estados Unidos. Y los ataques a las instalaciones y los periodistas de RCN en Colombia (con quienes yo he discrepado públicamente en redes) se originan también, muy probablemente, en la agresividad virtual de políticos y activistas. El videojuego que estamos jugando en las redes sociales puede producir la muerte simbólica de alguien, aniquilado por una guerrilla de trolls. Pero también su muerte real, con una cuchillada, una pedrada o un balazo.

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