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Brasil y Estados Unidos, de 1942 a 2019

Una alianza que se remonta a la Segunda Guerra Mundial

Getúlio Vargas gobernó Brasil entre 1930 y 1945. En 1937 instauró el «Estado Novo«, un orden político y social que evocaba al Portugal de Salazar y a la Italia de Mussolini. Antes y durante el Estado Novo, la política no era muy diferente a lo que se vivía en Europa: una fuerte polarización entre los partidos comunistas y aquellos que simpatizaban con el nazismo y el fascismo.

Habitual en la América Latina de la entre-guerra, su ejército era cercano en doctrina y entrenamiento a sus pares europeos, franceses, italianos y alemanes. Sus relaciones comerciales más sólidas eran con Estados Unidos y Alemania, si bien las de esta última crecían más rápidamente. La política exterior de Getúlio fue pendular entre ambas potencias al mismo tiempo que neutral en la guerra, posición similar a todos los países latinoamericanos.

El ataque de Japón a Pearl Harbor forzó a Estados Unidos a entrar en la guerra. Ocurrió el 7 de diciembre de 1941, provocando como respuesta el bloqueo alemán a todo el continente americano. Brasil rompió relaciones con el Eje en enero de 1942, sufriendo en consecuencia el hundimiento de varios buques mercantes, con lo cual declaró la guerra en agosto siguiente. Con ello estableció bases en el nordeste, en las islas Fernando de Noronha, en cooperación con Estados Unidos.

Y lo más significativo: envió un contingente militar a luchar junto a los Aliados en Italia, la Fuerza Expedicionaria Brasileña. Su bautismo de fuego y heroísmo les llegó en la épica batalla de Monte Castello, en los Apeninos septentrionales, en la cual las unidades de infantería y artillería brasileñas pusieron el grueso de los recursos humanos y materiales, perdiendo más de 400 hombres. Dicha victoria facilitó el camino posterior hacia Bologna, consolidando la posición aliada en la península.

Los demás países latinoamericanos mantuvieron su neutralidad casi hasta que la guerra estuviera decidida, siendo además calificados de oportunistas e hipócritas. Brasil fue el único país de la región que se involucró directamente en el conflicto, un hito en la historia del país y de las relaciones internacionales hemisféricas. La Fuerza Expedicionaria fue apodada «la cobra que fuma», ya que el humor popular decía que en Brasil era más fácil hacer fumar una cobra que ir a la guerra.

De esta manera coincidieron principios e intereses, lo cual no siempre sucede en política exterior. Fue el comienzo de una verdadera profesionalización de las Fuerzas Armadas brasileñas, equipadas con la cooperación de los Aliados y transformadas en las más poderosas de la región. También fue el inicio de la industrialización pesada y del desarrollo de su infraestructura. En concreto, la Segunda Guerra convirtió a Brasil en un país industrializado; fue el comienzo del «desenvolvimentismo».

La guerra lo afianzó como el aliado principal de Estados Unidos en América del Sur, sino en todo el hemisferio, en desmedro de potenciales competidores. Nótese que a partir de 1943 la inversión directa estadounidense se desplomó en Argentina y creció extraordinariamente en Brasil. El contrafáctico existencial de la diplomacia argentina ha sido desde entonces algo así como «¿si hubiéramos declarado la guerra al Eje como Brasil y nos hubiéramos aliado a Estados Unidos, hoy estaríamos peor, igual o mejor?» Las «relaciones carnales» de Guido di Tella son el corolario directo de dicho razonamiento.

De este modo Brasil encontró su identidad, lugar y propósito en la escena mundial. Con exquisita capacidad de maniobra, pudo constituirse en el hegemón regional, presentarse como competidor de Estados Unidos, entablar un sinnúmero de disputas comerciales con este y, al mismo tiempo, ser su socio estratégico y principal destino de inversión directa. Una verdadera alquimia diplomática, ha sido así desde la postguerra, con gobiernos militares o civiles, de derecha o de izquierda, durante la crisis de la deuda tanto como con el superciclo de precios internacionales.

La historia contada aquí arriba es importante para entender el ADN de las relaciones entre Washington y Brasilia. Pasadas las vacilaciones de Dilma Rousseff frente a Estados Unidos—pero no así de Lula—y la inestabilidad de la transición de Temer, Brasil se encamina en 2019 a revitalizar dicha alianza estratégica.

Y, a propósito, se lee y se escucha que este alineamiento se deriva de las afinidades ideológicas entre Bolsonaro y Trump, sus posiciones contrarias a la globalización y el multilateralismo, y sus supuestos populismos conservadores, lectura que soslaya diferencias importantes. Ocurre que Bolsonaro no tiene inclinaciones proteccionistas. Al contrario, su zar económico, Paulo Guedes, es un reconocido exponente de la ortodoxia liberal. De hecho, ya anunció mayor apertura comercial y desregulación de la economía.

Acercarse a un Estados Unidos más proteccionista es en todo caso puramente racional. Un posible debilitamiento de los acuerdos comerciales preferenciales haría a Brasil más competitivo frente a México, Colombia y Chile, por citar tres beneficiarios de regímenes bilaterales. Ello por simple economías de escala. Frente a la creciente presencia de China en América Latina, y una Europa inestable y confundida, el escenario hace a Brasil un aliado fundamental para Estados Unidos.

Es que no hay un «nuevo» alineamiento. En realidad es viejo, se remonta a 1942 y tuvo pocos remezones en el camino. La definición de una identidad «occidental», formativa en la escuela diplomática de Itamaraty, también está enraizada en aquel capitulo de la historia, el de la Fuerza Expedicionaria. Lo cual es lógico, pues allí se inició uno de los experimentos de construcción estatal y desarrollo económico mas ambiciosos del continente.

Pero, además, la experiencia de «la cobra que fuma» es cardinal en la educación de generaciones de oficiales militares. Es bueno recordar que esa es la educación del presidente electo de Brasil, quien asume el próximo primero de enero.

@hectorschamis

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