Mitt Romney: El presidente da forma al carácter público de la nación. Donald Trump se queda corto.
Mitt Romney, republicano de Utah y candidato presidencial del partido en 2012, prestó juramento ante el Senado de Estados Unidos el pasado jueves.
La presidencia de Trump tuvo un profundo descenso en diciembre. La salida del Secretario de Defensa Jim Mattis y del Jefe de Gabinete de la Casa Blanca John F. Kelly, el nombramiento de altos cargos con personas de menor experiencia, el abandono de los aliados que luchan a nuestro lado, y la irreflexiva afirmación del presidente de que Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo un «tonto» en los asuntos mundiales, han disminuido su presidencia.
Es bien sabido que Donald Trump no fue mi elección para la nominación presidencial republicana. Después de que se convirtió en el candidato, esperaba que su campaña se abstuviera de emitir sentimientos negativos y de insultar. No lo hizo. Cuando ganó las elecciones, esperaba que estuviera a la altura de las circunstancias. Sus primeros nombramientos de Rex Tillerson, Jeff Sessions, Nikki Haley, Gary Cohn, H.R. McMaster, Kelly y Mattis fueron alentadores. Pero, en general, su conducta en los últimos dos años, particularmente sus acciones del mes pasado, es evidencia de que el presidente no se ha elevado al nivel de dicho cargo.
No es que todas las políticas del presidente hayan sido equivocadas. Hizo bien en alinear los impuestos corporativos de Estados Unidos con los de sus competidores globales, eliminar las regulaciones excesivas, tomar medidas enérgicas contra las prácticas comerciales injustas de China, reformar la justicia penal y nombrar jueces conservadores. Estas son políticas que los republicanos han promovido durante años. Pero las políticas y los nombramientos son sólo una parte de una presidencia.
En gran medida, una presidencia da forma al carácter público de la nación. Un presidente debe unirnos e inspirarnos a seguir a «nuestros mejores ángeles«. Un presidente debe demostrar las cualidades esenciales de honestidad e integridad, y elevar el discurso nacional con cortesía y respeto mutuo. Como nación, hemos sido bendecidos con presidentes que han invocado la grandeza del espíritu estadounidense. Con la nación tan dividida, resentida y enojada, el liderazgo presidencial en cualidades referidas al carácter es indispensable. Y es en este campo donde el déficit del actual mandatario ha sido más evidente.
El mundo también nos observa. Desde hace mucho tiempo siempre se ha esperado que Estados Unidos asuma el liderazgo. Nuestra fuerza económica y militar era parte de las razones para ello, por supuesto, pero nuestro compromiso duradero con la conducta basada en principios en las relaciones exteriores, y con los derechos de todas las personas a la libertad y a la igualdad de justicia, era aún más apreciado. Las palabras y acciones de Trump han causado consternación en todo el mundo. En una encuesta del Pew Research Center de 2016, el 84 por ciento de la población de Alemania, Gran Bretaña, Francia, Canadá y Suecia creía que el presidente estadounidense «haría lo correcto en los asuntos mundiales». Un año más tarde, esa cifra había caído al 16 por ciento.
Esto llega en un momento muy desafortunado. Varios aliados en Europa están experimentando trastornos políticos. Varios países satélite de la antigua Unión Soviética están reconsiderando su compromiso con la democracia. Algunas naciones asiáticas, como Filipinas, se inclinan cada vez más hacia China, que avanza para rivalizar con nuestra economía y nuestro ejército. La alternativa al liderazgo mundial de Estados Unidos que ofrecen China y Rusia es autocrática, corrupta y brutal.
El mundo necesita el liderazgo de Estados Unidos, y a Estados Unidos le debe interesar proporcionarlo. Un mundo dirigido por regímenes autoritarios es un mundo – y una América – con menos prosperidad, menos libertad, menos paz.
Para reasumir nuestro liderazgo en la política mundial, debemos reparar las fallas de nuestra política en casa. Ese proyecto comienza, por supuesto, con el más alto cargo una vez más actuando para inspirarnos y unirnos. Incluye a los partidos políticos que promueven políticas que nos fortalecen en lugar de promover el tribalismo explotando el miedo y el resentimiento. Nuestros líderes deben defender nuestras instituciones vitales a pesar de sus inevitables fallas: una prensa libre, el estado de derecho, iglesias fuertes y corporaciones y sindicatos responsables.
Debemos reajustar nuestra base fiscal, estableciendo un rumbo hacia un presupuesto equilibrado. Debemos atraer al mejor talento al servicio de Estados Unidos y a los mejores innovadores a la economía de Estados Unidos.
Estados Unidos es más fuerte cuando nuestros esfuerzos se unen a los de otras naciones. Queremos una Europa unificada y fuerte, no una unión que se desintegre. Queremos relaciones estables con las naciones de Asia que fortalezcan nuestra seguridad y prosperidad mutuas.
Espero con ansias poder trabajar en estas prioridades con el Líder de la Mayoría del Senado Mitch McConnell (R-Ky.) y con otros senadores.
Además, actuaré como lo haría con cualquier presidente, dentro o fuera de mi partido: Apoyaré las políticas que creo que son en el mejor interés del país y de mi estado, y me opondré a las que no lo sean. No tengo la intención de comentar sobre cada tweet o falta. Pero me pronunciaré en contra de declaraciones o acciones significativas que sean divisorias, racistas, sexistas, antiinmigrantes, deshonestas o destructivas para las instituciones democráticas.
Sigo siendo optimista sobre nuestro futuro. En una era de innovación, los estadounidenses sobresalen. Y lo que es más importante, los nobles instintos viven en los corazones de los estadounidenses. La gente de esta gran tierra evitará la política de la ira y el miedo si son llamados por los líderes a la responsabilidad en los hogares, en las iglesias, en las escuelas, en las empresas, en el gobierno – que levanten nuestras miras y respeten la dignidad de cada hijo de Dios – el ideal que es la esencia de los Estados Unidos.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The Washington Post
Mitt Romney: The president shapes the public character of the nation. Trump’s character falls short.
Mitt Romney, a Republican from Utah and the party’s 2012 nominee for president, was sworn into the U.S. Senate on Thursday.
The Trump presidency made a deep descent in December. The departures of Defense Secretary Jim Mattis and White House Chief of Staff John F. Kelly, the appointment of senior persons of lesser experience, the abandonment of allies who fight beside us, and the president’s thoughtless claim that America has long been a “sucker” in world affairs all defined his presidency down.
It is well known that Donald Trump was not my choice for the Republican presidential nomination. After he became the nominee, I hoped his campaign would refrain from resentment and name-calling. It did not. When he won the election, I hoped he would rise to the occasion. His early appointments of Rex Tillerson, Jeff Sessions, Nikki Haley, Gary Cohn, H.R. McMaster, Kelly and Mattis were encouraging. But, on balance, his conduct over the past two years, particularly his actions last month, is evidence that the president has not risen to the mantle of the office.
It is not that all of the president’s policies have been misguided. He was right to align U.S. corporate taxes with those of global competitors, to strip out excessive regulations, to crack down on China’s unfair trade practices, to reform criminal justice and to appoint conservative judges. These are policies mainstream Republicans have promoted for years. But policies and appointments are only a part of a presidency.
To a great degree, a presidency shapes the public character of the nation. A president should unite us and inspire us to follow “our better angels.” A president should demonstrate the essential qualities of honesty and integrity, and elevate the national discourse with comity and mutual respect. As a nation, we have been blessed with presidents who have called on the greatness of the American spirit. With the nation so divided, resentful and angry, presidential leadership in qualities of character is indispensable. And it is in this province where the incumbent’s shortfall has been most glaring.
The world is also watching. America has long been looked to for leadership. Our economic and military strength was part of that, of course, but our enduring commitment to principled conduct in foreign relations, and to the rights of all people to freedom and equal justice, was even more esteemed. Trump’s words and actions have caused dismay around the world. In a 2016 Pew Research Center poll, 84 percent of people in Germany, Britain, France, Canada and Sweden believed the American president would “do the right thing in world affairs.” One year later, that number had fallen to 16 percent.
This comes at a very unfortunate time. Several allies in Europe are experiencing political upheaval. Several former Soviet satellite states are rethinking their commitment to democracy. Some Asian nations, such as the Philippines, lean increasingly toward China, which advances to rival our economy and our military. The alternative to U.S. world leadership offered by China and Russia is autocratic, corrupt and brutal.
The world needs American leadership, and it is in America’s interest to provide it. A world led by authoritarian regimes is a world — and an America — with less prosperity, less freedom, less peace.
To reassume our leadership in world politics, we must repair failings in our politics at home. That project begins, of course, with the highest office once again acting to inspire and unite us. It includes political parties promoting policies that strengthen us rather than promote tribalism by exploiting fear and resentment. Our leaders must defend our vital institutions despite their inevitable failings: a free press, the rule of law, strong churches, and responsible corporations and unions.
We must repair our fiscal foundation, setting a course to a balanced budget. We must attract the best talent to America’s service and the best innovators to America’s economy.
America is strongest when our arms are linked with other nations. We want a unified and strong Europe, not a disintegrating union. We want stable relationships with the nations of Asia that strengthen our mutual security and prosperity.
I look forward to working on these priorities with Senate Majority Leader Mitch McConnell (R-Ky.) and other senators.
Furthermore, I will act as I would with any president, in or out of my party: I will support policies that I believe are in the best interest of the country and my state, and oppose those that are not. I do not intend to comment on every tweet or fault. But I will speak out against significant statements or actions that are divisive, racist, sexist, anti-immigrant, dishonest or destructive to democratic institutions.
I remain optimistic about our future. In an innovation age, Americans excel. More importantly, noble instincts live in the hearts of Americans. The people of this great land will eschew the politics of anger and fear if they are summoned to the responsibility by leaders in homes, in churches, in schools, in businesses, in government — who raise our sights and respect the dignity of every child of God — the ideal that is the essence of America.