El que mata y el que muere
¿Se puede ser “neutral” cuando se mata, se encarcela y se tortura a dirigentes políticos, estudiantes y ciudadanos por el solo delito de pensar distinto?
Contundente. La carta que el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, envió a los presidentes de Uruguay y México es respetuosa y de una claridad absoluta. Para empezar apunta solo a ellos y no al resto de los países de la región que apoyan esa posición, como Bolivia y Nicaragua, porque sus gobiernos son satélites de Nicolás Maduro. Los considera, con razón, que son países democráticos y que, como tales, deberían respaldar la lucha por los derechos humanos —empezando por el derecho a la vida— y las libertades en su país, arrasados por Maduro y sus secuaces militares.
Apela «a su conciencia y sus valores democráticos y humanos para que reflexionen y se pongan del lado correcto de la historia, que no es otro que el de la Libertad, la Democracia, la Justicia y la Paz…». Y define que «ser neutral es estar del lado de un régimen que ha condenado a cientos de miles de seres humanos a la miseria, al hambre, al exilio e incluso la muerte». He ahí el punto clave.
¿Se puede ser neutral cuando se mata a la gente en las calles por el solo acto de participar en una protesta? ¿Se justifica esa pena de muerte por hacer uso de su libertad de expresión? ¿Se puede ser neutral cuando se encarcela y se tortura a dirigentes políticos y ciudadanos por el solo delito de pensar distinto? ¿Se puede ser neutral ante la desesperación de un pueblo que pasa hambre y carece de medicamentos para salvar la vida de sus hijos? ¿Se puede ser neutral cuando se amañan elecciones y se proscribe (y se encarcela) a quienes no comparten el pensamiento oficial?
No hay dudas de que lo que Maduro persigue a través de la genuflexa posición uruguaya es ganar tiempo para reorganizarse. Así ha ocurrido con todas las negociaciones que se han intentado, llámense de la Iglesia Católica o de figuras políticas internacionales. Ahora es el momento de terminar con las pavadas, llamar a las cosas por su nombre y actuar en consecuencia.
El problema no es solo Maduro. Hace mucho tiempo que en Venezuela hay una dictadura y una dictadura de corte sanguinario a la que no le tiembla el pulso para defender sus privilegios. Que tiene el respaldo de las Fuerzas Armadas y en los cinco años que lleva en el poder ha hecho muchas «concesiones» y ha promovido a 800 generales y almirantes y 11 de sus 30 ministros son militares. El ministro de Petróleo y presidente de Pdvsa, por ejemplo, es un general (Manuel Quevedo).
Desde las protestas populares de 2016, Maduro transfirió al ejército el control de la producción, importación y distribución de alimentos y medicinas, lo que significa además el control del mercado negro. Los militares tienen a su cargo, además, los puertos y las fronteras que desde hace un tiempo se caracterizan por un intenso tráfico de contrabando, especialmente petróleo, oro y obviamente drogas. En Venezuela funciona el llamado «Cartel de los Soles», nombre que responde a las estrellas doradas de los generales de la Guardia Nacional Bolivariana.
Este entramado es lo que sostiene a Maduro. Esos militares no tienen ningunas ganas de irse. Disfrutan de la corrupción del régimen, viven y lucran abiertamente con ella y no tienen interés en la democratización de su país, ni que funcione un Parlamento libre, una justicia independiente, haya plena vigencia de los derechos humanos, libertad de prensa que pueda denunciar lo que ocurre y un pueblo militante de su futuro.
Terminemos entonces con el verso de la neutralidad o de la negociación. Con un régimen tan amoral y corrupto como el venezolano, no se puede arreglar nada.
Tiene razón el presidente Juan Guaidó cuando dice también que «ser neutral es ponerse del lado de los que han secuestrado el poder para su beneficio y que se han demostrado capaces de perseguir, torturar y hasta asesinar para mantener sus privilegios». Tiene razón el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, cuando expresa que «lo más ridículo que podemos hacer es el ofrecimiento de mediación porque esto no es un tema de negociar entre dos partes, sino de redemocratizar el país». Tiene razón el senador Jorge Larrañaga cuando afirma que la «neutralidad frente a la dictadura de Maduro es complicidad». Tiene razón el senador José Amorín Batlle cuando reflexiona que «No se puede ser equidistante. O estamos del lado de las democracias o las tiranías. La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo«. Y tiene razón la Internacional Socialista, cuando rechaza «la represión que está efectuando el ilegítimo régimen de Nicolás Maduro» y exige «plena restitución del orden constitucional».
Es imposible sentar en la misma mesa al que mata y al que muere.