Democracia y Política

La perversa eliminación del adversario

totalitarismoEl régimen no se detiene en su ambición desmedida de poder. Usando todos los medios pretenden perpetuarse en su pésima gestión del Estado, sin medir las consecuencias que su fracasado modelo está generando en todo el cuerpo social de la nación.

Todas las ramas y niveles del poder público son utilizados, sin recato alguno, para someter, hostigar y eliminar cualquier expresión de disidencia u oposición.

La más perversa de todas es la instrumentalización del sistema de justicia como herramienta de eliminación del adversario, sin descartar, además, la eliminación física de ellos, tal y como lo hicieron los regímenes autoritarios conocidos por la humanidad en diversos latitudes y momentos históricos.

Estos procesos de radicalización y desviación de la lucha política se van desarrollando de manera progresiva. La falta de valores democráticos y morales permite que los mismos avancen. Cuando se tiene una dimensión espiritual, y se entiende la lucha política como un proceso de vida compartido, influido por un compromiso auténticamente democrático, el ejercicio del poder y de la función pública, o el simple desarrollo ciudadano, son aspectos normales de la vida civilizada, que no comprometen la vida política y social de los actores políticos, y mucho menos la mismísima existencia humana de los mismos.

La logia militar que insurgió el 4 de febrero de 1992, que luego se alía con una izquierda antidemocrática para impulsar la llamada revolución bolivariana, ha promovido desde el primer momento una lucha en la que se busca la eliminación del adversario.

Al surgir por las armas, produciendo un derramamiento de sangre inocente, buscaron eliminar físicamente a quienes entonces ejercían la rectoría de la sociedad. Varias vidas se perdieron entonces. Luego han desarrollado toda una línea de negación absoluta de los adversarios.

Negación de logros, de su condición de venezolanos, de personas promotoras de iniciativas de bien. Con aciertos y errores, pero venezolanos al fin que ofrecieron su aporte en la construcción de nuestra sociedad democrática.

A lo largo de esos años el debate político ha sido rudo y agresivo. Las amenazas permanentes al uso de la fuerza bruta fueron y son una constante en el discurso de los “ángeles” de la revolución.

Al asumir el poder, los nuevos líderes de la sociedad, hicieron del lenguaje procaz y agresivo una constante del discurso del Estado.

Destruir moralmente a los adversarios fue el paso previo para avanzar en el control político del Estado y de la sociedad.

Frente a la ineficacia del modelo instaurado, la regla fue eliminar toda forma de organización, institución o entidad que represente un obstáculo en el camino al poder absoluto y permanente.

Quienes integran la cúpula roja han expresado a los largo de estos años, su decisión de perpetuarse en el poder. Para ellos la alternabilidad no es una opción normal en la vida política. Eso es parte de la llamada “democracia burguesa”. La democracia “participativa y protagónica” no contempla la posibilidad de alternarse en el ejercicio de las funciones públicas.

En esa dirección, establecieron un cerco institucional y económico a los partidos políticos opositores, como primer requisito para reducir y eliminar adversarios. Sometieron a su mínima expresión a sindicatos y gremios. Cerraron, confiscaron y compraron  medios de comunicación. Expropiaron y confiscaron industrias, comercios, haciendas y empresas de toda naturaleza. Buscaron eliminar toda entidad que sintiesen perturbaba su proyecto hegemónico y totalitario.

Donde han sido aún más crueles es con los seres humanos que hemos librado esta lucha por preservar los espacios democráticos, que no son solo los espacios del poder político, sino los del conjunto de la sociedad.

La saña y la mentira que han utilizado para llevar a la cárcel a centenares de venezolanos, en un afán por eliminar la disidencia, no tienen parangón en la historia reciente de nuestro continente. Luego del derrumbe del llamado socialismo real, ningún país de nuestro continente había asistido a un proceso de eliminación del adversario usando los tribunales, la Fiscalía y la Contraloría. La cárcel, el exilio y la inhabilitación política son las perversas herramientas con las que este socialismo del siglo XXI nos busca eliminar del escenario político.

Lo grave es que, aun con esa perversa política, no garantizan su permanencia en el poder. Ahí, entonces, puede venir lo que ha sido característico en otros sistemas y momentos históricos, la eliminación física del adversario. Ya no se nos ve como tales, se nos ve como los enemigos que deben desaparecer para garantizar su permanencia en el poder.

Es nuestro deber alertar sobre esta etapa, porque estamos a las puertas de la misma. La historia así lo demuestra.

 

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