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Con el referendo a las puertas, crece la duda entre los cubanos

Gracias al socialismo, los cubanos se han convertido en individuos concentrados en no pasar hambre

LA HABANA, Cuba. – Ante la proximidad de la fecha en que será sometida a referendo la nueva Constitución, en medio del aumento de la tensión política interna y con el descontento popular extendido a todas las provincias del país, los medios de comunicación estatales e independientes se han convertido en un hervidero de opiniones polarizadas.

A la furibunda campaña por el “Sí” impulsada desde el aparato institucional, se contraponen los llamados de la oposición a votar lo contrario o abstenerse. Entre estas dos variantes se han caldeado los criterios de la ciudadanía, que más que decantarse a ultranza por una u otra opción, debería acudir a las urnas pensando en la situación del país.

Desde hace años las posturas favorables a la Revolución no se sustentan en argumentos compatibles con la realidad. Llueven las apologías desesperadas que invitan a votar “Sí” tres veces por conceptos errantes como soberanía y democracia; por la juventud que está a la vanguardia de la emigración ilegal, y por conquistas que han perdido toda su gloria frente al avance inexorable de la ruina económica, material y moral.

Llueven también los pronunciamientos de la Iglesia y los análisis acometidos por juristas que revelan hasta qué punto la nueva Carta Magna no satisface las expectativas de los cubanos. La legalización del matrimonio igualitario ha sido provisionalmente aplazada, y no obstante las manifestaciones a favor y en contra, es imposible prever hacia dónde soplarán los vientos dentro de dos años.

Exigencias más perentorias y con amplio respaldo ciudadano no han sido consideradas, como el derecho a elegir directamente al presidente de la República; un reclamo que la Asamblea Nacional decidió desestimar porque según aseguró con desprecio uno de sus diputados: “eran unos pocos miles los demandantes”.

La voz de esos pocos miles no fue suficiente; pero alguien que echó en falta la palabra comunismo en el anteproyecto de la Ley de Leyes sometida a consulta popular, sí bastó para que de golpe fuera de nuevo incluida, refrendando la burda invención de que “solo en el socialismo y en el comunismo el hombre puede alcanzar su plena dignidad”. Tampoco aparece una sola alusión a los derechos de los animales, causa por la que se movilizó la sociedad civil en casi todas las provincias, y se mantiene la negativa ante la posibilidad de que personas naturales inviertan en rubros productivos de la nación.

El día del voto los cubanos deberán tener muy presente que el “Sí” equivale a aceptar un sistema que en sesenta años ha sumido al país en deudas muy por encima de las que existían en 1959. Gracias al socialismo que el propio Fidel en sus confesiones de anciano calificó de “fracaso”, los cubanos se han convertido en individuos concentrados en no pasar hambre; pero les queda juicio suficiente para repasar críticamente el saldo de seis décadas de Revolución, y decidir si vale la pena perpetuar la desgracia quién sabe por cuántos años más.

Votar “Sí” es asegurar la subsistencia de la mala administración y el derroche de los compañeros del Partido. Es continuar aceptando que se invierta una porción enorme y secreta del presupuesto del Estado en tres ejércitos que jamás han combatido por Cuba, y cuya existencia solo se justifica con la previsión, por parte del régimen, de que en algún momento salgan a las calles a reprimir violentamente al pueblo, como ha sucedido en Venezuela y Nicaragua.

La persistencia de la univocidad ideológica está plasmada en el artículo 42 de la Constitución sobre las garantías civiles, que no contempla la discriminación por razones políticas como un acto punible, dejando ileso el derecho de la Seguridad del Estado a ejercer presión y violencia contra todo aquel que pacíficamente exprese su desacuerdo con el gobierno.

Hasta hoy ha sido más fácil acomodarse al desastre o emigrar que enfrentar al totalitarismo. Pero los cubanos tienen de su parte la razón y la experiencia. Saben que no queda nada del ideal revolucionario, si es que alguna vez existió. La nueva Carta Magna fue redactada con una alarmante estrechez de miras, y ha llamado la atención que el documento definitivo es aún más limitado que el anteproyecto.

Antes de ejercer el voto, cada cubano debería pensar hasta qué punto es soberana una Cuba que se aferra con desesperación a la tambaleante Venezuela para no sucumbir a otra recesión económica que pudiera ser definitiva. Debería preguntarse por qué ninguno de los lenguaraces politólogos e historiadores afines al régimen califica de “entreguismo” el acto de colocar los recursos del país a disposición de los extranjeros mientras se desprecia la capacidad de los cubanos.

Deberían preguntarse a quién benefician los enjundiosos contratos hoteleros que no firma el pueblo de Cuba, legítimo dueño de todas las utilidades, según expresa la ley. Al pie de esos contratos figura un nombre, o el de una corporación que reparte los dividendos sin rendir cuentas a Liborio, que ve su casa en ruinas, su salario diezmado y su criterio ignorado.

Será legítima la decisión que cada cubano marque en su boleta, siempre que lo haga con honestidad, a salvo de complicidades y temores. Tanto inquieta al régimen que las campañas por el “No” y la abstención surtan efecto, que ha esparcido su propaganda por los establecimientos estatales, el transporte público y hasta domicilios particulares, con la anuencia de la infaltable comitiva de tracatanes.

Sin embargo, la mayoría del pueblo cubano ya no tiene reparos en mostrar su descontento; y aunque no arremeta directamente contra el gobierno, su malestar podría inducirlo a no formar parte del referendo o rechazarlo de plano con ese “No”, que dadas las circunstancias, sería más efectivo que la abstención.

Ana León

Ana León

Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Desde 2015 escribe para Cubanet bajo el pseudónimo de Ana León.

 

 

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