Esteban González Pons: Maduro no quiere que ustedes vean
Ayer, cuatro diputados europeos fuimos expulsados de Venezuela. He aquí los hechos.
Hace tres semanas tuvimos la oportunidad de recibir en Bruselas a Francisco Sucre, presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Asamblea Nacional, único poder legítimo constituido en estos momentos en Venezuela. De aquella reunión surgió la posibilidad de devolver la visita y, gracias a la colaboración entre nuestro Grupo Parlamentario y las autoridades legítimas de Venezuela, nos fue cursada una invitación. Por tanto, viajábamos en una misión oficial, dado que quien nos invitaba a reunirnos con el presidente interino Guaidó era quien podía hacerlo: la Asamblea Nacional.
He dicho en muchas ocasiones que Europa es los valores que representa. Dentro y fuera de ella. Ésta era para nosotros la ocasión de demostrar que nuestros principios y nuestros valores son algo más que bonitas palabras. Ésta era la ocasión de demostrar que cuando en Europa hablamos de libertad, derechos humanos y democracia, nos lo tomamos en serio.
De no habernos expulsado Maduro, hubiésemos sido la primera delegación internacional oficialmente recibida por el presidente interino Guaidó. Nos queda el consuelo de que, al menos, hemos sido la primera que se atrevió a intentarlo.
Creemos que cualquier gesto cuenta, por pequeño que sea. Dijimos antes de partir que nuestra misión era institucional. No íbamos a provocar, sino a dialogar. Primero con las autoridades legítimas de Venezuela y después con quienes ejercen de facto el poder si así lo solicitaban.
Aunque no a cualquier precio. Nunca vamos a dejar de exigir la liberación inmediata de los presos políticos y de los cientos de jóvenes estudiantes encarcelados en condiciones inhumanas. Empezando por Leopoldo López, de cuyo confinamiento se cumplen ahora cinco años y a quien precisamente teníamos previsto visitar.
Pese a lo que se ha dicho, quiero dejar claro que nunca recibimos comunicación alguna por parte del régimen de Maduro sobre nuestra visita. La primera noticia la tuvimos durante la escala en Santo Domingo, donde los embajadores nos informaron de la posibilidad de que nuestra entrada no fuese autorizada. Ante esa disyuntiva, nos planteamos dos preguntas: ¿Quién nos había invitado? y ¿quién nos estaba vetando? Las respuestas eran obvias. Nos invitaba el poder legítimo de Venezuela y nos vetaba el gobierno usurpador.
Suspender nuestro viaje en ese momento sería tanto como aceptar que Maduro puede decidir quién ve y quién no al presidente interino de Venezuela. Y por ahí ninguno de nosotros estábamos dispuestos a pasar. Es una cuestión de principios. Y los principios no se negocian.
Ciertamente, los momentos vividos en el aeropuerto de Caracas fueron de tensión. Nada que no pueda uno imaginarse viniendo de un régimen sátrapa y corrupto como el chavista. Sin embargo, ninguno de nosotros alberga resentimiento alguno contra las personas que nos retuvieron. «Les echan porque Maduro no quiere que ustedes vean», fueron las palabras pronunciadas en voz baja por una funcionaria mientras nos expulsaban a empujones. Ellos también son víctimas.
Nos queda la satisfacción de ver cómo los viajeros que hacían cola en las distintas puertas de embarque rompían en aplausos mientras éramos devueltos al avión. Lo mismo que cuando grabábamos el vídeo que después se volvió viral. Y lo mismo que cuando accedimos de nuevo a la cabina y los pasajeros nos recibieron puestos en pie. Por eso he vuelto triste, pero también esperanzado. Porque hoy tengo la certeza de que no hay un solo venezolano de a pie que no quiera ponerle punto final a la pesadilla del chavismo.
Mientras eso ocurre, hemos exigido a la Unión Europea y sus Estados Miembros que retiren las credenciales a los embajadores del Gobierno ilegítimo de Venezuela y acepten cuanto antes a los representantes designados por el presidente provisional y que se posponga nuestra participación en el grupo de contacto. Cualquier otra decisión será darle oxígeno a un régimen que tiene a Venezuela secuestrada.
La democracia se está abriendo camino en Venezuela. Y no importa cuántas barreras ordene poner Maduro para bloquear las carreteras. No importa cuántas veces seamos expulsados del país. No importa cuántas veces quieran encerrar a los opositores, a los disidentes y a los estudiantes. Porque para desgracia del tirano bolivariano y sus narcogenerales, los venezolanos tienen hambre de pan y sed de libertad. Y de ninguna de las dos cosas van a poder privarles por mucho tiempo más.
Por todo ello es por lo que fuimos y por lo que nos expulsaron de Venezuela. Porque hablamos en nombre de los que son obligados a callar. Y es por lo mismo que este jueves volveremos a subirnos a un avión, esta vez rumbo a Colombia. Y el sábado pondremos nuestras manos junto a otros cientos de miles de manos para hacer llegar la ayuda humanitaria por la frontera de Cúcuta. Un día para el que no falta tanto podré abrazar a Juan Guaidó en una Venezuela libre.