MONDAY, MONDAY: Adaptaciones al cine
Todos nosotros, creo que sin excepción, cuando hemos visto una película que era adaptación de una novela, todos nosotros, repito, todos, debemos haber dicho y sostenido, alguna vez, que las obras literarias siempre son superiores a su versión fílmica. Nadando contra corriente, opino que ese prejuicio debería ser corregido.
Para empezar porque eso de que la novela es superior a la película sólo se nos ocurre decirlo –y hasta puede que sea cierto– cuando se trata de obras maestras de la literatura: Los hermanos Karamasov, Madame Bovary, Moby Dick, Lord Jim o Don Quijote de la Mancha. Y no en todos los casos sucede que la afirmación dé cierto, para expresarlo a la brasileña: recordemos las obras cinematográficas imperecederas basadas en libros no menos fabulosos, como por ejemplo El gatopardo, Muerte en Venecia, Las uvas de la ira, Max Havelaar del neerlandés Multatuli filmada por su compatriota Fons Rademaker, y las geniales Memórias do cárcere de Graciliano Ramos trasvasadas al cine por Nelson Pereira dos Santos. Esto sólo para empezar.
Trailer de «El Gatopardo», de Luchino Visconti:
Para continuar, nunca debiéramos olvidar que hay películas basadas en relatos y que son infinitamente superiores a ellos: ejemplos muy contundentes podrían ser algunas de las creaciones de Luis Buñuel y Stanley Kubrick, como Belle de jour, Diario de una camarera, Ese oscuro objeto del deseo, Spartacus, La naranja mecánica y 2001: Odisea del espacio. Pero estos son nada más que ejemplos muy contundentes, según acabo de decir.
Repasando la lista de filmes basados en novelas casi se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que las películas suelen ser siempre mejores que su cimiento literario. Desengañémonos: el libro Peter Pan, de James Matthew Barrie, no vale ni la mitad que su versión en dibujos animados realizada por Walt Disney. Desengañémonos una vez más: Tarzán de los monos, en la reconstrucción de 1990 que incluye la escena donde Maureen O’Sullivan, la mamá de Mia Farrow, se baña desnuda en una laguna de la selva, es bastante mejor que la novela original de Edgar Rice Burroughs. Desengañémonos más aún: ante una maravilla cinematográfica como Memorias del subdesarrollo, del cubano Tomás Gutiérrez Alea, ¿quién recuerda que se basa en una novela de su compatriota Edmundo Desnoes? A propósito de ellas, se me ocurre que quienes vean primero la película y luego tengan curiosidad por leer la novela, estoy seguro de que se preguntarán cómo es posible que de un texto tan desabrido surja una película tan excepcional. Esto tan sólo para continuar.
Tarzan and his mate (1934): La escena del río – Johnny Weismuller, Maureen O»Sullivan, Chita
Y para terminar permítanme decirles que lo que pienso que fundamenta nuestro prejuicio es la falsa noción de que toda obra literaria, de una manera natural, debe ser mejor que su adaptación cinematográfica. El libro goza de un prestigio que lo aúpa muy por encima del film. ¡Pavadas!, como diría Mafalda con infalible puntería.
Retrocediendo a tiempos donde no existía el cine, éso sería tanto como decir que la novela de Mateo Bandello sobre los amores de Romeo y Julieta, o una oscura crónica medieval sobre cierto príncipe dinamarqués que consagró la duda como principio mucho antes que Descartes, son superiores a lo que hizo con ellas, para el teatro, un compadre llamado William Shakespeare. O bien, en otro orden de cosas, sostener que una narración nada mala, como es El sombrero de tres picos, de Pedro Antonio de Alarcón, tiene un rango artístico superior a la música que sobre su argumento compuso don Manuel de Falla.
De todos modos, preciso es reconocer que hay autores cuya magia resulta imposible de traducir al celuloide, y el mejor ejemplo que se me ocurre es el de Gabriel García Márquez. A este respecto déjenme contarles una anécdota que se remonta al estreno alemán de la versión cinematográfica de Un señor muy viejo con unas alas muy grandes. Por aquellos días se encontraba en Berlín, invitado, uno de los mayores talentos literarios de nuestro idioma, un guatemalteco chiquito de estatura pero grande en sabiduría, llamado Augusto Monterroso, que se removía sumamente inquieto en su butaca durante la proyección de la película. Ya al final no pudo contenerse y le murmuró al oído a su vecina de platea, la periodista argentina Esther Andradi, que fue quien me lo contó: “Otra más como ésta, y el mundo entero nos retira su solidaridad”.