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El apagón en Venezuela está marcado por el rojo sangre de la dictadura cubana

No poseo pruebas para afirmar que por órdenes del dictador cubano, Raúl Castro, Venezuela vive por estos días rodeada de muerte, y en la cima del caos sin electricidad, ni libertad, ni dignidad respetadas.

Pero esto me suena. Parece que habláramos de Cuba. La misma fórmula de la dictadura comunista sexagenaria que exhibe resultados idénticos donde plante su veneno.

Por experiencia propia y colectiva junto a mis coterráneos, otros cubanos, que aún desde lejos continuamos padeciendo aquella barbarie, podemos hacer una maestría de apagones y exponer para qué son aprovechados.

No sólo la oscuridad en Cuba provocada por esta maldición comunista a lo Castro-Ruz, opaca la luna o al astro que se interponga. Este negro perpetuo nocturno les ha servido para llenar de micrófonos casas de disidentes. Para dar palizas a opositores y que parezcan a la luz del sol como asalto de bandidos —de poca monta— porque no hay quien les gane como rateros.

Y en programas de televisión en vivo, como lo fue en la clausura de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, donde Gloria Estefan cantó, y en la isla vibramos de emoción millones de cubanos que sólo la habíamos visto en viejas revistas o escuchado sus canciones en cassettes pirateados. A los cinco segundos cuando vimos por fin a Gloria, comenzó su actuación y al unísono la censura de la televisión cubana. Mientras, pasaban fotos de Fidel, y ¡zas!, otro apagón.

Las tareas escolares de mi enseñanza primaria las terminaba con la nariz negra por el hollín; porque las hacíamos en pleno apagón bajo la luz de un mechón, chismosa, farol o quinqué.

Hablo de los años 1974 a 1981. Este pequeño artefacto artesanal se confeccionaba con un recipiente de cristal de boca ancha, que fue de col, o ají pimiento encurtidos e importados desde la Unión Soviética, pudiendo ser cosechados en Cuba. Aún se fabrican.

Este reciclado envase de vidrio se llena con un cuarto de kerosene, se utiliza un tubo de pasta dental vacío de aluminio. La base de este tubo se abre y se recorta con unas tijeras simulando los tentáculos de un pulpo para que se mantenga apoyado en el fondo del envase y a la vez sumergido en el kerosene. Antes, se le introduce una mecha que salga por la boca del tubo del dentífrico y que se empape en la base. Se enciende por dónde salía la pasta dental; y alumbra, pero tizna hasta el techo.

Mientras mi madre limpiaba mi nariz y parte del rostro, todavía tenía energía para jugar un poco con mis hermanos. La inocencia ligada a la supervivencia no fallan. Las sombras chinescas era el único juego posible. La sala de mi casa se convertía en un pequeño teatro, pero de la época de Shakespeare.

Estos mechones caseros y con instrucciones de fabricación inventadas, trajeron accidentes por toda Cuba. Recuerdo que a una amiguita de tercer grado le explotó encima de su rostro, cuello, brazo derecho y parte del pecho. Para agravar la desgracia, vestía en ese momento una blusa de nylon y se quedó incrustada esta tela medio derretida a su piel. Estuvo gravísima. Se salvó, y cuando regresó a la escuela la presentaron en el matutino celebrando su vida. Teníamos 8 años, y la tristeza de su rostro aún la mantiene en su adultez. El mechón también le marcó el alma.

Otra visión real de los apagones la tuve cuando en 1993 Cuba vivía los alumbrones. El apagón era constante y por dos o tres horas diarias alumbraba la luz eléctrica.

Después de la extirpación forzosa de los subsidios de Europa del Este comunista, hubo que abrirle otros cinco orificios al cinturón y empezaron a rezar hasta los que no creían en Dios para ver si amanecíamos vivos en Cuba.

Mi tía, muy creativa para cumplir con el rol de horcón de su hogar, ponía al sol la sartén con un poco de aceite comestible, y después de estar una hora expuesto a 32 grados Celsius, hacía los huevos fritos del almuerzo.

Vi a decenas de estudiantes de medicina y estomatología de la facultad de Ciencias Médicas de Camagüey, estudiando bajo el alumbrado público. Forzando la vista bajo aquellos focos amarillos. Imagino las secuelas para la visión después de este esfuerzo.

También se bañaban algunos con el agua de una fuente que está frente a esta facultad. El color bajo el agua turbia era de un verde musgoso.

Muchísimos cubanos dormían en el techo de edificios o de sus casas. En el caluroso archipiélago no había quién pegara ojo en toda la madrugada tropical. Algunos mojaban las sábanas y se tapaban con ellas destilando agua toda la noche porque cada habitación era una sauna impuesta.

Por supuesto, es un exceso explicar que estas circunstancias inhumanas ni las imagina la crápula cúpula comunista; y al leer este artículo, estoy segura, lo califiquen de falacias. No me importa. Yo soy una cubana de a pie que padeció dentro del pueblo de Cuba durante casi 40 años y no hay quién me haga un cuento de la dictadura Castro-comunista.

Por eso, no dudo en lo más mínimo, que este apagón prolongado y prolongando el crimen de lesa humanidad en Venezuela tenga el color rojo sangre de la dictadura cubana, la más feroz del siglo XXI.

 

 

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