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Leer no da votos, pero ayuda (III): Una lista de lecturas para Albert Rivera

Continúa la tercera entrega de la serie dedicada a poblar las bibliotecas de los candidatos a las elecciones generales. Le toca el turno al líder de Ciudadanos, Albert Rivera

Albert Rivera llegó a la política en pelotas, con una mano adelante y otra atrás. Y aunque ya mudó la piel del diputado lactante por el traje del político profesional,  aún queda tela por cortar en el armario del presidente de Ciudadanos. Dependiendo del día, e incluso de la hora, apoya a unos y otros. Da tumbos, adelanta y retrocede. Lo que jamás cambia en Rivera es su repertorio de citas literarias,  dos concretamente, una de Víctor Hugo –“no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”– y Churchill, de quien evoca ideas más que frases textuales.

Avanza pues la campaña electoral. Comprometidos con nuestra serie de recomendaciones literarias para los políticos –por aquello de contribuir al discurso- , a Albert Rivera le toca la tercera plaza en orden ideológico, que se reparte desde el más conservador al más progresista.  Rivera se acerca al centro justo después de Pablo Casado, el líder del PP, y Santiago Abascal, de Vox, quienes ya han recibido sendas listas de lecturas. La de Rivera, a diferencia de las dos primeras, tiene más de ficción que de ensayo.

Considerando que al líder de Ciudadanos lo acompaña en su equipo gente relacionada con el mundo de la Cultura , como la escritora Marta Rivera de la Cruz, y que ha gozado del apoyo de personas como Albert Boadella o el premio Nobel Mario Vargas Llosa, Rivera  no da el perfil lector, aunque  eso no le exime de recomendar libros que no ha leído, como ya le pasó con Kant en un debate electoral con Pablo Iglesias, en 2015, en la Universidad Carlos III.

A juzgar por su fijación con Víctor Hugo, Rivera parece un entusiasta del siglo XIX,  así que no le vendría mal al candidato naranja pasearse por un libro de iniciación protagonizado por el ambicioso literario arquetípico:  Julien Sorel, el personaje principal de la novela Rojo y negro, de Stendhal, ese joven de provincias admirador de Napoleón, un incombustible trepa que asciende en la cadena social y deja atrás su pasado proletario y vulgar, y que se abre paso, entre otras cosas, gracias al latín que le ha enseñado el cura de su pueblo. Algo de ese espíritu conspirador y ambicioso comparte Rivera con Sorel.

Por aquello de ampliar los criterios, en Vozpópuli hemos llamado a un veterano lector y magnífico articulista, justo para saber qué libro le recomendaría al líder de Ciudadanos. No sin retranca ni ironía, la contestación apunta a dos libros: La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe –“más por el título que por la historia”- y  La fontana de Oro, la primera novela de Benito Pérez Galdós y que se desarrolla en medio de una conspiración liberal que no le resultará ajena a Rivera. Ahora bien, en la tipología humana, habría un atlas entero para la mutación y la metamorfosis, algo que se le da muy bien a su formación, acaso por eso conviene un viaje por todos los tipos de la naturaleza humana que explota Balzac en La comedia humana o, por qué no,  el Gatopardo, de Lampedusa, por aquello del Tancredismo.

Un detalle de la portada de Compórtate, de Sapolsky.

Un detalle de la portada de Compórtate, de Sapolsky.

En clave No Ficción, y otra vez con puyita de cortesía, hay quienes recomiendan a Rivera el ensayo Compórtate, un libro de Robert Sapolsky, que  explica cuáles son las explicaciones biológicas que explican nuestros mejores y peores comportamientos, aunque tampoco le vendría mal un buen repaso a los clásicos de Savater. Y si de Barcelona se trata, debería echar mano Albert Rivera de las novelas que retratan no ya la Barcelona aquella de Juan Marsé, sino la actual, la problemática, la verdadera, una que él no parece frecuentar demasiado y que no le vendría mal tener en cuenta. Le valdría cualquiera de Carlos Zanón e incluso hasta puede matar dos pájaros de un tiro ahora que a Zanón le han pedido resucitar al Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán en Problemas de identidad. Así lee a uno que supo leer la clave catalana y a otro que, décadas después, rejuvenece la mirada mordaz sobre una sociedad que no aparece del todo reflejada en los discursos del joven político.

 

 

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