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Juan Marichal y Lawrence Ferlinghetti
Canto del béisbol fue el primer poema que leí de Lawrence Ferlinghetti. Una de las cosas más interesantes de ese poema es la mención que hace del lanzador dominicano Juan Marichal. Un poeta me sugirió que lo tradujese para que en el país el poema se conociera. Acepté el reto y aquí les presento mi versión.
Canto del beisbol
Observando el béisbol
sentado bajo el sol
comiendo palomitas de maíz
releyendo a Ezra Pound
y deseando que Juan Marichal
deje un hueco justo en el centro
de la tradición anglosajona en el Primer Canto
y demuela a los invasores salvajes.
sentado bajo el sol
comiendo palomitas de maíz
releyendo a Ezra Pound
y deseando que Juan Marichal
deje un hueco justo en el centro
de la tradición anglosajona en el Primer Canto
y demuela a los invasores salvajes.
Cuando los Gigantes de San Francisco tomaron el campo
y todo el mundo se levantó para el himno nacional,
y la voz de un tenor irlandés sonó en los parlantes,
con todos los jugadores paralizados en sus posiciones,
y los ampallas blancos como policías irlandeses con sus trajes negros
y con sus diminutas gorras negras presionadas sobre sus corazones,
de pie, rígidos y firmes como en el funeral de un bartender adulador
y todos contemplando el este
como si esperaran la gran esperanza blanca
o a los padres de la patria
que aparecieran en el horizonte
como en el 1066 o en el 1776.
Pero en vez de eso apareció Willie Mays
cerrando el primero
y un rugido se alzó
cuando él mandó la primera hacia el sol
y corrió
como un corredor de pista de Tebas.
La pelota se perdió en el sol
y las damas gimieron al verlo
pero él se mantuvo corriendo
a través de la épica anglosajona.
Y Tito Fuentes vino
y parecía un matador de toros
con sus apretados pantalones y con sus zapatitos puntiagudos
y el bleacher del jardín derecho lleno de chicanos
y la voz de un tenor irlandés sonó en los parlantes,
con todos los jugadores paralizados en sus posiciones,
y los ampallas blancos como policías irlandeses con sus trajes negros
y con sus diminutas gorras negras presionadas sobre sus corazones,
de pie, rígidos y firmes como en el funeral de un bartender adulador
y todos contemplando el este
como si esperaran la gran esperanza blanca
o a los padres de la patria
que aparecieran en el horizonte
como en el 1066 o en el 1776.
Pero en vez de eso apareció Willie Mays
cerrando el primero
y un rugido se alzó
cuando él mandó la primera hacia el sol
y corrió
como un corredor de pista de Tebas.
La pelota se perdió en el sol
y las damas gimieron al verlo
pero él se mantuvo corriendo
a través de la épica anglosajona.
Y Tito Fuentes vino
y parecía un matador de toros
con sus apretados pantalones y con sus zapatitos puntiagudos
y el bleacher del jardín derecho lleno de chicanos
y negros y bebedores de cerveza de Brooklyn
se volvió loco: “¡Tito, dale duro, dulce Tito, dale duro!”.
Y el dulce Tito puso su pie en el plato
y le dio a una que no retornó para nada
y corrió a través de las bases
como si estuviera escapando de la United Fruit Company
así como el dólar gringo golpea las libras
y el dulce Tito le pega
como si estuviera golpeando la usura
sin mencionar el fascismo y el antisemitismo.
Y Juan Marichal vino
y el bleecher chicano volvió a enloquecer
y Juan le pegó a la primera bola y la mandó
más allá de donde alcanza la mirada
y corrió a la primera y siguió corriendo
y corrió a la segunda y corrió a la tercera
y siguió corriendo
y golpeó en una jugada sucia que alzó
el rugido de la inmunda gleba
y tras bastidores algún idiota presionó el botón de pánico
con la cinta grabada del himno nacional
para salvar la situación.
Pero no detuvo a nadie esta vez
en su revolución a través de las bases blancas
en este final de la gran épica anglosajona
en el Territorio Libre del béisbol.
se volvió loco: “¡Tito, dale duro, dulce Tito, dale duro!”.
Y el dulce Tito puso su pie en el plato
y le dio a una que no retornó para nada
y corrió a través de las bases
como si estuviera escapando de la United Fruit Company
así como el dólar gringo golpea las libras
y el dulce Tito le pega
como si estuviera golpeando la usura
sin mencionar el fascismo y el antisemitismo.
Y Juan Marichal vino
y el bleecher chicano volvió a enloquecer
y Juan le pegó a la primera bola y la mandó
más allá de donde alcanza la mirada
y corrió a la primera y siguió corriendo
y corrió a la segunda y corrió a la tercera
y siguió corriendo
y golpeó en una jugada sucia que alzó
el rugido de la inmunda gleba
y tras bastidores algún idiota presionó el botón de pánico
con la cinta grabada del himno nacional
para salvar la situación.
Pero no detuvo a nadie esta vez
en su revolución a través de las bases blancas
en este final de la gran épica anglosajona
en el Territorio Libre del béisbol.
Le envíe el poema a Miguel D. Mena quien lo publicó en su web, Cielo Naranja, acompañado de una postal de Juan Marichal. En lo adelante, fui devorando los libros de Ferlinghetti. Paúl Álvarez, que entonces se había mudado a Nueva York, tradujo el libro A Far Rockaway Of The Heart, que el poeta había publicado a fines de los noventa. Al finalizar la traducción, tomó el manuscrito y viajó a la costa oeste de los Estados Unidos a entregarle una copia de la traducción a Ferlinghetti, quien la leyó y hasta lo ayudó con algunas referencias. (Pueden leer la crónica que Paúl Álvarez escribió al respecto acá «Mi encuentro con Lawrence Ferlinghetti»)
Comprendí la importancia del poema el año pasado, no sólo la que tiene como documento en el ámbito literario e incluso deportivo, sino también la que tiene para la cultura popular. Se da el caso de que el gran Bob Dylan conduce un programa de radio norteamericano en la Emisora XM que se transmite todos los miércoles en horario matutino. En una de las transmisiones, que dedicaron al béisbol, Bob Dylan emprendió a hablar de Lawrence Ferlinghetti y de la importancia de su poema Canto del béisbol. Puso un disco en que Ferlinghetti lee el mentado poema y después puso las canciones acostumbradas, sobre todo blues de los cincuenta y los cuarenta.
*******
Hace unos meses tuve la oportunidad de entrevistar a Juan Marichal, el estelar pitcher dominicano, para la revista Global. Tal vez lo que más me llamó la atención de lo que contó fue lo relacionado con la segregación racial que se vivía en el momento en los Estados Unidos. A continuación incluyo algunas respuestas que tienen que ver con esto último y que creo ayuda a comprender un poco el contexto en que Ferlinghetti escribió su poema.
-Había un problema racial bastante grande en los Estados Unidos- comentó Juan Marichal-. Nunca había vivido esa situación en mi país. Y eso me extrañó muchísimo cuando yo llegué ahí y veía que los blancos estaban separados de los negros y de los latinos. Pero yo tenía tanto interés de ser pelotero que eso no me afectó en nada. Si me hubiera afectado regreso al país de inmediato.Yo recuerdo a nuestro manager de clase B. Lo recuerdo como un padre. Íbamos en un bus viajando desde Sanford, Florida a Michigan City, en un viaje de como veinte y pico de horas. Cuando llegábamos a una parada, nosotros no podíamos entrar por la puerta del frente, así que ese manager nos llevaba por detrás, por la cocina. Se aseguraba que recibiéramos alimento. A mí nunca se me ha olvidado el trato que nos dio ese señor a cuatro latinos y a tres negros que había en el equipo. Fueron momentos bastante difíciles para un latino que no conocía esa parte de la vida de un país tan avanzado como los Estados Unidos.
-Ya en Grandes Ligas -prosiguió-, en Houston, cuando estoy en la Liga Nacional, había un grupo de fanáticos que se sentaba detrás del dogout de nosotros, y cuando íbamos del terreno del juego al dogout, nos voceaban «ustedes son los niños de Kennedy, los Kennedy Boys». Los escuchábamos y nos metíamos tranquilos en la cueva.
Aproveché entonces y le pregunté si conocía Canto del béisbol de Lawrence Ferlinghetti.
-No -respondió.
Como andaba con un ejemplar de San Francisco Poems (una antología que City Lights sacó a partir de poemas que Ferlinghetti dedicó a la ciudad de San Francisco), aproveché y leí el poema. Al terminar, me pidió que lo leyera otra vez. Se puso contento, tomó el libro y lo ojeó. Le pregunté si podía recordar específicamente el juego en que el poema está basado. Meditó unos instantes.
-Seguro se lo inventó -dijo al rato.
-¿En serio?
-Es que yo no bateaba tanto -contestó casi riéndose.
Después más serio, observó que lo importante es que el poema refleja lo que era un juego de pelota en esa época. Pasamos a tocar otros temas. Al final de la entrevista, no tuve de otra que obsequiarle el libro. Por su parte, Juan Marichal buscó en el interior de su casa dos pelotas oficiales firmadas por él mismo y me las entregó: le regalé una a mi suegro y la otra a mi papá.
Frank Báez. Poeta dominicano. Editor de la revista Ping Pong.