Democracia y Política

Maduro canceló el viaje a Roma para evitar que el Papa medie por los presos

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Vanessa Ledezma, hija del opositor, con dos concejales venezolanos en huelga de hambre, ayer en Roma. / P. O.

Una fotografía con Jorge Mario Bergoglio vale un Potosí. Pero, por la misma razón, una reprimenda del Papa puede convertirse en una losa muy pesada de soportar para un líder político en entredicho. Tanto fuentes del Vaticano como de la oposición venezolana consideran que los problemas de salud —una gripe y una otitis— alegados por Nicolás Maduro para cancelar su viaje a Roma son en realidad una excusa para evitar que Francisco le pidiera personalmente la liberación de los presos políticos. Desde el viernes, dos jóvenes concejales venezolanos permanecen en huelga de hambre en la plaza de San Pedro.

 

Martín Paz y José Vicente García tienen 29 años, son ingenieros de profesión y pertenecen al municipio venezolano de San Cristóbal, cuyo alcalde, Daniel Ceballos, fue encarcelado por desacato hace más de un año en la prisión militar de Ramo Verde y lleva casi dos semanas en huelga de hambre. Hace unos días, Paz y García, sintiéndose “hostigados por los servicios de inteligencia bolivarianos”, decidieron atravesar la frontera con Colombia y volar después de Bogotá a Roma.

“Llegamos aquí el jueves”, explica José Vicente García, “y nos pusimos en huelga de hambre al día siguiente para intentar que el Papa nos concediera una entrevista. Nuestra intención era que, antes de ver a Maduro, Francisco supiera de primera mano cuál es la situación verdadera del pueblo de Venezuela. No le quepa duda de que, si decidió no venir, no fue por una gripe o por una otitis, sino porque no quería que el Papa intercediera por los presos. Es triste decirlo, pero el presidente de Venezuela dejó plantado al Papa por cobardía”.

Desde hace meses, la ambiciosa agenda diplomática del Papa, que ha recibido el apoyo público de Barack Obama y Raúl Castro, tiene a Venezuela en un lugar preferente de sus preocupaciones. Los diplomáticos del Vaticano —cuyo jefe, el secretario de Estado Pietro Parolin, fue nuncio en aquel país— se desesperan ante la cerrazón del Gobierno de Nicolás Maduro.

“Ni un gesto de distensión”, explican fuentes del Vaticano, “ni la liberación de un preso, ni siquiera la posibilidad de una mediación externa; jamás hubiéramos pensado que, mientras Cuba y EE UU se van acercando, la situación de Venezuela sigue complicándose. Pero desde Roma no vamos a dejar de poner todo nuestro esfuerzo por la reconciliación de un pueblo tan querido”. La espantada de Maduro ha supuesto, por tanto, un último jarro de agua fría, si bien el Vaticano ha dado por buena la excusa y no cejará en su intento de seguir mediando en el conflicto entre el Gobierno bolivariano y la oposición.

Una labor difícil, por cuanto también la oposición pretende que el Papa valide de forma expresa sus aspiraciones. Tanto los dos jóvenes en huelga de hambre como Vanessa Ledezma, la hija mayor del alcalde de Caracas, a cuya defensa pretende ayudar el expresidente español Felipe González, confían en un gesto claro de Jorge Mario Bergoglio. “El Papa tiene que saber”, dice Ledezma, “lo que de verdad sucede en Venezuela. Porque el problema no es solo que a mí padre y a otros líderes de la oposición los metieran presos por orden del Gobierno y sin una orden judicial, sino que los venezolanos también están presos en sus casas porque la violencia no les permite salir. Hay que tratar de hacerle entender que un país que se dice democrático y católico no puede fomentar el odio y el resentimiento entre su pueblo”.

Pero ese gesto público es difícil por cuanto la labor del Vaticano es precisamente la de tejer bajo el radar de la opinión pública una poderosa red que sostenga los acuerdos. El mejor ejemplo es que, antes del 17 de diciembre pasado, nadie llegó a sospechar lo que Obama, Castro y Bergoglio estaban tramando.

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