Ramón Peña / En pocas palabras: Roma en llamas
El mal que agobia a Venezuela, de intensidades inauditas, no es banal. Tampoco sobrevenido. Es calculado. Hasta anunciado por los capos del régimen. Lo advirtió esa alta funcionaria que funge de Santa Evita de los pranes: “¡Así dejemos a Venezuela en cenizas no nos iremos del poder!”. Noción que comparten algunos de sus compinches: un apocalipsis antes que vérselas con la justicia, con la DEA, con el Tribunal de la Haya, con el Departamento del Tesoro Estadounidense, con el Grupo de Lima.
Aferrado a toda tabla de salvación, el propio Golem gobernante hace un llamado angustiado a los colectivos y los incita “a la resistencia activa”. A sus tonton macoutes, en quienes confía más que en las fuerzas regulares del Estado. Amenaza a lo Duvalier, a lo Leonidas Trujillo, a lo Pablo Escobar Gaviria. “Resistencia activa” puede leerse como licencia para disparar. Ya lo han demostrado. Un recurso demencial para enfrentar el reclamo pacífico de una ciudadanía reducida a la miseria estructural por la carencia de pan, medicinas, luz, agua, transporte,…
En su mixtura de odio y miedo prestan atentos oídos a la conseja castro-cubana. Esa que guarda en la memoria los tiempos de Ernesto Guevara como serial killer en el Cuartel de la Cabaña. Evocación que parece inspirar a ese cónclave, nacido de fraude y trampa, popularmente bautizado como la “Prostituyente”. Reunidos en aquelarre fascio-comunista (que Goya no hubiera vacilado en plasmar en las pinturas de su época negra) y al llamado de una exaltada y senil oradora, no vacilaron en sentenciar, a coro, sumariamente, “¡Al paredón!”, a quien en legítimo y constitucional derecho es el Presidente Encargado de la Nación.
Es el desquiciamiento, el extravīo de quienes, como Nerón, escogieron incendiar a Roma. Los venezolanos, valientes pero desarmados, aguardan expectantes por un brillo de sensatez e institucionalidad de las fuerzas de seguridad de la Nación.