El ansia de sumisión de la era posmoderna
“Recuérdame en todo momento que soy tu esclava, que te amo ciegamente y que no razono”
Boris Pasternak, Doctor Zhivago (1957)
En principio, todos deseamos ser libres. Aunque, de acuerdo a los hechos, puede que eso no sea completamente cierto. Erich Fromm ha alertado que, en la oscuridad del inconsciente, se encuentra agazapado un miedo a la libertad listo a saltar sobre nosotros. Con esto quiere decir que, en lo más profundo de la mente, existe un deseo perverso a someternos a sistemas autoritarios.
Esta tendencia ha cristalizado, paradójicamente, en los intelectuales de un país tan liberal como Francia. Julien Benda, a finales de los años veinte del siglo pasado, afirmaba algo que todavía hoy es válido:
“El descrédito del liberalismo, especialmente en boca de la inmensa mayoría de los literatos actuales es una de las cosas de este tiempo que asombrará más a la historia, sobre todo por parte de los literatos franceses. Se los ha visto, con los ojos fijos siempre en el Estado fuerte, exaltar el Estado disciplinado a la prusiana, donde cada cual tiene su puesto y, bajo las órdenes de arriba, trabaja por la grandeza de la nación, sin dejar absolutamente ningún margen a las voluntades particulares” (La traición de los intelectuales, pp. 101-2).
Una reflexión similar encontramos en Sumisión (2015), la anterior novela del escritor francés Michel Houellebecq, una sátira política, en registro de distopía, sobre el futuro cercano de Francia, donde un partido islamista gana las elecciones presidenciales. Detrás de ese escenario hay un diagnóstico crítico: la decadencia espiritual europea.
Bajo el signo de la media luna
El protagonista de la novela, François, presenta tres rasgos característicos. Primero, es profesor de la Universidad París-Sorbona-3, especialista en Huysmans, un escritor francés decimonónico, crítico de la modernidad, quien, ya mayor, sufrió una crisis que lo llevó del ateísmo al catolicismo. Segundo, François es un soltero cuarentón, aquejado de tedio vital, el cual trata de mitigar con una vida amorosa tan variada como vacía. Tercero, reacciona sin brújula ética ante los cambios en la política de su país.
La acción se desarrolla en 2022. Francia está enloquecida porque socialistas y conservadores, que han disfrutado durante décadas de un cómodo bipartidismo, ven cómo se avecina una tormenta perfecta: quedaron fuera en la segunda ronda de las elecciones presidenciales. Al final, la justa se resolvió entre el Frente Nacional de Marine LePen y un ficticio partido islamista moderado, capitaneado por el carismático líder Mohammed Ben Abbes.
Los socialistas y los conservadores apoyaron al triunfo de los islamistas para evitar el radicalismo de la ultraderecha y también para salvar cuotas de poder. Por su parte, los islamistas hicieron amplias concesiones. Solo se mostraron inflexibles en cuanto controlar el sistema educativo.
Los estilos de vida comienzan a ser modelados a la usanza musulmana. Desaparece la ropa sensual de los escaparates de las tiendas; los judíos franceses comienzan una nueva diáspora; las mujeres trabajadoras se reconvierten en amas de casa y se legaliza la poligamia. Sumado a esto, los amables jeques que compraron la Sorbona triplican los sueldos de los profesores para que se conviertan al Islam.
Las nuevas autoridades universitarias le plantean la jubilación adelantada a François, con atractivas condiciones económicas, si no decide aceptar el Corán. Esta oferta lo llena de pánico. La sensación de desamparo se agudiza ante la perspectiva de quedarse sin empleo y sin rumbo en la vida, a pesar de que contará con el dinero de la generosa pensión. Para reducir la angustia, comienza a acariciar la idea de asimilarse a los nuevos amos.
El vacío espiritual europeo
Houellebecq se coloca en el terreno del choque de civilizaciones que profetizó Samuel Huntington. El politólogo norteamericano ve una lucha mundial entre dos fuertes contendores: el occidente ilustrado y el islamismo. Huntington no considera que la civilización occidental se encuentre especialmente debilitada. Ese no es el caso de Houellebecq, quien alerta, a través del mefistofélico nuevo rector de la Sorbona, Robert Rediger, que Europa sufre una profunda crisis de valores, ante la cual el Islam podría ser una opción viable.
“En un artículo publicado en Oummah, en el que se preguntaba si el islam estaba destinado a dominar el mundo, Rediger respondía al final afirmativamente. Apenas examinaba el caso de las civilizaciones occidentales porque le parecían a buen seguro condenadas” (Sumisión, p. 254).
Podemos estar seguros de que no son nuevas las afirmaciones de este tipo. Al final del siglo diecinueve, Nietzsche proclamó que Dios estaba muerto para la cultura europea. Oswald Spengler declaró, después de la Primera Guerra Mundial, que la Europa occidental estaba en decadencia. Otros intelectuales del período de entreguerras opinaban que las alternativas se podían encontrar en el islam o el budismo. Por ejemplo, el filósofo e historiador de las religiones René Guénon se convirtió al islam.
En Sumisión, Rediger ha aceptado a Alá como su Dios. También ha obtenido el puesto de rector de la Sorbona. Houellebecq deja entrever varias posibles razones para la conversión: el oportunismo político, la crisis de fe, o simplemente, como François, el escape del vacío existencial.
¿Aguas mansas?
A lo largo de la novela, de manera lenta pero segura, la nueva administración de Ben Abbes va reemplazando los cuadros de la burocracia francesa tradicional. A pesar de lo que el lector hubiera esperado, el discurso del presidente recién elegido no es violento:
“Es exactamente lo que necesita Ben Abbes, que desea sobre todo encarnar un nuevo humanismo, presentar al islam como la forma perfeccionada de un nuevo humanismo, reunificador, y que además es absolutamente sincero cuando proclama su respeto por las tres religiones del Libro.” (Sumisión, p. 143)
Es fácil percibir la ironía detrás del eslogan “nuevo humanismo”. Maquiavélicamente, Althusser recomendaba que el comunismo debería utilizar el rótulo de humanista cuando conviniese a los intereses del partido. Tal vez más sinceramente, Jean-Paul Sartre trató de hacer pasar su versión del existencialismo, tan conectada a la violencia redentora, como una nueva forma de humanismo.
Como lectores, asistimos al escalofriante espectáculo de ver cómo la nueva religión se extiende sin obstáculos, sobre un continente abierto a la conquista. A lo largo de la novela hay referencias al Imperio Romano. El nuevo presidente se identifica con el emperador Augusto y su objetivo es rehacer esta civilización:
“Pero su gran referencia, como salta a la vista, es el imperio romano, y para él la construcción europea no es más que un medio para hacer realidad esa milenaria ambición” (Sumisión, p. 147).
A pesar de lo que dice el nuevo presidente, en Sumisión, el Imperio Romano representa una metáfora efectiva para mostrar la declinación histórica. Esta idea fue muy popularizada en la consciencia europea por Oswald Spengler. En La decadencia de occidente, Spengler considera que el imperio romano no fue una “cultura”, la primavera de una civilización, sino una “civilización”, el invierno de una cultura. Por lo tanto, la destrucción vino desde adentro, debido a sus propias debilidades y conflictos internos, es decir, por su caducidad.
La complicidad posmoderna
El gran tema de la novela es el dilema moral que tiene que enfrentar François, el personaje central: conservar el cargo docente o la libertad de consciencia. Lo aterrador es que la cultura posmoderna, que impregna los medios académicos franceses, no suministra los principios éticos para resistir ante la invasión de un sistema de creencias retrógradas. Como afirmaba Benda sobre los intelectuales franceses:
“Se les ha visto persuadidos de que los Estados no son fuertes sino en tanto sean autoritarios: hacer la apología de los regímenes autocráticos, del gobierno arbitrario, de la razón de Estado, de las religiones que enseñan la sumisión ciega a una autoridad; a la par de no tener suficientes anatemas contra las instituciones basadas en la libertad y la discusión” (La traición de los intelectuales, p. 101).
Houellebecq muestra como la cultura posmoderna es la correa de transmisión que permite la transición de la política liberal a la sumisión oriental. Rediger es un nietzscheano que abraza la fe islámica. Este mismo personaje hace una aguda observación sobre la imposibilidad de la izquierda para llevar a cabo la salvación de la cultura.
“El islamoizquierdismo, escribía (Rediger), era un intento desesperado de los marxistas descompuestos, en plena podredumbre, en estado de muerte clínica, para salir del cubo de la basura de la historia agarrándose a las fuerzas ascendientes del islam” (Sumisión, p. 257).
Contra la cultura occidental, ilustrada y democrática, el marxismo perdió el tren de la historia. Hay que tomar el nuevo tren, cuya locomotora viene alimentada por el combustible de una fe militante. En otras palabras, se comienza marxista, después, a través de la incoherencia posmoderna, se combina el marxismo con el islamismo, para, finalmente, atracar en el puerto del islamofascismo.
Una sacudida necesaria
Sobre la finalidad de la literatura, Kafka afirmaba que “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. Si esto es verdad, entonces Sumisión ha cumplido su cometido. En la actualidad, son pocos los libros que remueven la consciencia y que colocan frente a verdades tan incómodas.
Está claro que el mundo democrático requiere una renovación civilizatoria, pero su espíritu se encuentra atrapado entre en el nihilismo posmoderno, causa de la inmunodeficiencia moral, y la reverencia a los petrodólares de los países islamofascistas.
En resumen, Sumisión nos habla de la soledad del hombre posmoderno y de cómo este trata de evadirla al precio de vender el alma. Todo esto lo condimenta Houellebecq con su estilo desenfadado, que no ahorra en erotismo, ni en citas a Nietzsche, ni en crueles caricaturas de los monstruos sagrados de Francia. De esta forma, crea una escalofriante visión del futuro, en la tradición de Orwell, sobre los peligros que amenazan a las libertades de la civilización occidental.