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Elecciones españolas: huérfanos de centro y de italianos

 

I

La campaña electoral española fue un espejo de los actuales problemas que cruzan la piel de toro; la crisis que atraviesa la democracia española arranca por la falta de consenso acerca de qué es España hoy, sobre cuáles principios se organiza una convivencia muy venida a menos ante el ataque constante que está sufriendo la histórica transición que permitió el cambio del régimen franquista a una democracia que ingresó a Europa y que logró en más de tres décadas importantes avances sociales, económicos y culturales. Pero desde al menos la llegada al poder del hasta ahora más impopular de los presidentes de gobierno, el aliado del chavismo José Luis Rodríguez Zapatero, la sociedad como conjunto ha comenzado a hacer aguas, a olvidar lo positivo y privilegiar lo negativo, aupando lo que divide y despreciando lo que une. Y no ayuda un sistema político que, para colmo, luego de décadas de tener dos claras opciones, el centro-derecha del Partido Popular y la centro-izquierda del PSOE, ahora es un abanico de cinco movimientos, que incluye también a VOX, una escisión por la derecha del PP, Ciudadanos -un partido liberal que originalmente comenzó en Cataluña y ahora cubre toda la nación- y Unidas Podemos, una coalición de izquierda más radical que el PSOE.

¿Cuáles son algunos de los hechos característicos de esta campaña electoral?

Más que una batalla política, fue una batalla cultural, y allí la izquierda se siente más cómoda. Desde Rodríguez Zapatero hasta Sánchez la consigna es clara: todo el que no sea socialista es fascista. La derecha responde acusando de comunista a toda la izquierda, lo cual tampoco es cierto.

Esta manipulación extrema de la realidad se da a pesar de la inusual juventud de los cinco candidatos principales: Pedro Sánchez (PSOE), 47 años; Santiago Abascal (VOX), 43 años; Pablo Iglesias (Unidas Podemos), 40 años; Albert Rivera (Ciudadanos), 39 años; Pablo Casado (Partido Popular), 38 años. ¿Tienen algo en común salvo la nacionalidad y profesión? Todos son idólatras de una política con minúsculas.

Otra característica, lamentable, es el desprecio y abandono por el centro, entendido este como lugar político de encuentro, de diálogo entre quienes se respetan por ser iguales y porque saben que nadie monopoliza verdades, y que entre todos deben remar el bote nacional, ya que no hay soluciones “socialistas”, o “conservadoras” que funcionen por sí mismas. Buscar el “centro” en España equivale, asimismo, a rescatar, renovar, el espíritu de la Transición, liderada por un Adolfo Suárez que le tendió una mano generosa a los rivales en la Guerra Civil, representados por Felipe González y Santiago Carrillo. Sin ese esfuerzo común no habría sido posible los logros de la mejor época, con mayores avances democráticos, económicos y sociales de la historia española. Hoy solo quedan cenizas de los pactos y diálogos pasados, abunda la disgregación y atomización.

Los actuales dirigentes se reirían, con ironía, de esta frase de Suárez: “Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación”.

Otra característica de este proceso electoral fue el ensimismamiento. Con ello hago referencia a que las relaciones internacionales, los grandes problemas europeos y mundiales, la conexión con el exterior, casi ni se mencionó ni tuvo algún papel significativo.

II

Después de sí pero no, de dimes y diretes, de cantinfléricos desencuentros –con perdón de alguien serio como Cantinflas- hubo dos debates, pero solo entre cuatro de los candidatos.

Los debates, como la campaña, tuvieron una característica muy original: todos los candidatos, con discursos intolerantes, buscaban maneras de fagocitarse los votos de sus –inevitablemente- futuros aliados: Sánchez los de Iglesias y viceversa; Rivera, a derecha e izquierda (los de Sánchez y los de Casado), Casado, los de Rivera y los de Abascal (no presente, como ya dijimos, pero cuya sombra flotaba sobre todos).

Otra característica funesta surgida en los debates fue la tendencia de todos a privilegiar la mención de con quiénes jamás pactarían, en lugar de tender la mano a sus posibles –y necesarios- aliados.

El objetivo estratégico de cada uno fue: Para Casado, quien cargó con la losa de los escándalos de corrupción del gobierno Rajoy, reunificar el voto de centro-derecha (hoy serruchado en buena parte por VOX, y en parte por Ciudadanos). Para Rivera –a veces demasiado camaleónico, enredado entre muchas idas y venidas tácticas- venderse como la opción de liberalismo moderno no socialista, no corrupto e intransigente con el independentismo, buscando captar votos desencantados con el viejo statu quo PP-PSOE. Ha sido ya dicho: su fortaleza (la flexibilidad estratégica) se ha convertido paradójicamente en su debilidad. Para Iglesias, terrateniente con estudiado desaliño, constituirse en una “nueva y verdadera izquierda”, esencialista, indignada y de contenido social, frente a la corrupta política del viejo PSOE. Para Sánchez, mantenerse en el poder pactando con quien sea, vendiéndose simultáneamente como progresista y moderado, socialista pero comprensivo con el gran capital. Para Abascal, antiguo condotiero vasco del PP, hacer de VOX el auténtico partido conservador, dueño de las esencias históricas del ser hispano.

III

Los resultados son conocidos. La derecha pagó por su desunión y el bipartidismo tradicional recibió la extremaunción –por primera vez, la suma del PSOE y del PP es menor al 50% de los votos-. Lo que existe ahora son dos bloques, dos visiones muy distintas de España (con pulsiones y expresiones anti-políticas en ambas). Una especie de bipartidismo de cuatro (PSOE + Podemos versus PP + Ciudadanos), con VOX orgullosamente distanciado de todos. El ganador, el PSOE, no llega al 30% de votos (29%), con PP en 17%, Ciudadanos 16%, Unidas Podemos 14% y el quinto, VOX, 10%.

El centro fue mencionado por la mayoría, pero la dinámica se dio más bien en torno al “voto contra”; en ello Sánchez contó con un aliado fantástico: VOX. Nadie ayudó más a la victoria socialista que la campaña del partido que más orgullosamente se alejó del centro político. Para colmo, Pablo Casado cometió el gravísimo error de alejarse del centro para tratar de conquistar votantes de VOX; resultó que VOX no tenía los votos que se pensaba. Pobre Casado; como dice Maite Rico, parece que los electores le dieron la patada en el trasero que estaba destinada -merecidamente- a un nefasto Mariano Rajoy. 

Victor D’Hondt

Vale mencionarse que con el sistema electoral español (método D’Hondt, tan popular en Latinoamérica y en algunos países europeos), si la derecha hubiera estado unida, con los mismos votos obtenidos habrían logrado la mayoría absoluta: 177 parlamentarios (con el PSOE bajando a 108 y Unidas Podemos a 33). Con los votos de los tres partidos sumados, habrían sido la primera fuerza en todas las provincias excepto en País Vasco y Cataluña. Claro, hablar de la unión de la derecha es un anatema, algo impensable. Para la fundación FAES –dirigida por José María Aznar- el centro derecha se debe reconstruir ante la “absurda y suicida canibalización” de este espacio electoral. Incluso ha acusado a sus electores de “ignorancia temeraria”. Me pregunto: ¿Por qué no destacar más bien la responsabilidad de los “caníbales” que jefean –y afean- dichos partidos?

Sonaba lógico pensar que Casado dimitiría ante el desastroso resultado de su partido (-71 parlamentarios, de 137 a 66). Nada que ver. Será que espera un milagro en las elecciones europeas, autonómicas y municipales del 26 de mayo. Ello le abre la oportunidad a Albert Rivera de convertirse en el líder más importante del centro-derecha. A fin de cuentas, su partido obtuvo un crecimiento notable –un millón de votos y 25 parlamentarios más que en 2016, y solo 200.000 sufragios menos que el PP-. Mientras que en la derecha se inicia una nueva confrontación por el liderazgo, en la izquierda hay consenso en torno a que les conviene rodear a Sánchez a pesar de los pesares.

Podemos (hoy “Unidas Podemos”) fue el único partido que asumió, antes del 28 de abril, que sufriría una dura derrota; pierde 29 parlamentarios (de 71 a 42). Claro, ello tampoco significa que Pablo Iglesias piense en dimitir, ni siquiera a favor de su señora. Esa es una ventaja a la hora de analizar los diversos caudillismos, sean de derecha o de izquierda: son muy predecibles.

Otros grandes vencedores fueron los independentistas catalanes. Saben que sus votos serán fundamentales para estabilizar la nave del gobierno socialista. Y, ténganlo por seguro, ellos cobrarán por ello.

Dice Sánchez que no pactará con nadie, que tratará de gobernar sin alianzas ni coaliciones. Vale la pena recordar la frase dicha en 2015 por Felipe González: “España va a tener un parlamento “a la italiana” (dividido en muchos grupos partidistas), pero sin políticos italianos para gestionarlo”. Por desgracia, la inestabilidad, la polarización y la confrontación seguirán siendo los platos más importantes en el hoy indigerible menú de la política española.

 

 

 

 

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