Entrevista al joven historiador venezolano Guillermo Tell Aveledo Coll
A Guillermo Tell lo conocí a mediados de la década de los noventa en la escuela de Estudios Políticos. Yo tenía poco tiempo de haberme graduado y él comenzaba la carrera, pero no fue hasta que trabajé con nuestro amigo común Daniel Terán-Solano que empezamos a hablar con mayor frecuencia. Las redes sociales luego han ayudado a fortalecer la amistad.
Guillermo Tell posee una gran inteligencia y amplios conocimientos, pero lo que más admiro es su sencillez y educación. Es un caballero en medio de nuestra sociedad violenta y maleducada, que siempre busca la Verdad y la ecuanimidad. Sin duda estamos muy agradecidos por su tiempo y confianza al responder la entrevista, pero especialmente por contar con su amistad.
Profeballa
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- Foto: El escenario es la Biblioteca Pedro Grases, de la UNIMET, mi segunda casa.
- Resumen de su vida como historiador: (ciudad de nacimiento, año), ciudad donde vive actualmente, pregrado, postgrado, docencia, investigación, publicaciones…
Nací en Baruta en 1978. Ha pasado casi toda mi vida en Caracas (mi madre es caraqueña, hija de carupanero y caraqueña, y mi padre barquisimetano, hijo de caraqueño y cabudareña). Estudié en el Colegio La Salle La Colina desde Kinder hasta primer año de Humanidades en 1994 (no fui malo en ciencias, pero les tenía un prejuicio enorme, lo cual era una necedad adolescente). Ese año obtuve una beca dentro del Programa Galileo de Fundayacucho para cursar Bachillerato Internacional, lo cual hice en el United World College de South East Asia, en Singapur, donde egresé con «highers» en Historia, Arte y Español (Literatura Iberoamericana), en 1996. Mientras tramitaba las reválidas que debía hacer ante el Ministerio de Educación, cursé un año de Derecho en la UCAB. Pero yo deseaba estudiar Ciencias Políticas en la UCV, e ingresé en 1997 a la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos, donde hice casi todas mis electivas en Historia Intelectual y Filosofía Política, egresando en 2002 con la mención summa cum laude. En 1998 fui aceptado como asistente de investigación en el Instituto de Estudios Políticos de la misma facultad. Cuatro años más tarde egresé como Licenciado, pero no había plazas para investigadores nóveles, ni oportunidad para becas del CDCH (estábamos saliendo de los hechos del 2002-2003); así que incursioné en el sector privado. Paralelamente, inicié el Doctorado en Ciencias Políticas, e ingresé como profesor a tiempo convencional en la EEPA, mi alma mater y con la que tengo casi 20 años vinculado. Eventualmente, fui invitado como profesor en la Escuela de Estudios Liberales de la Universidad Metropolitana, donde he sido promovido generosamente en casi una década. En ambas he dictado asignaturas de pensamiento político, especialmente pensamiento occidental moderno y pensamiento venezolano.
Aparte de artículos arbitrados y trabajos aislados (cuya lista aburriría a los lectores), he tenido la suerte que la Academia Nacional de la Historia y la UNIMET publicaran mi tesis doctoral Pro Religione et Patria: República y Religión en la crisis de la Sociedad Colonial 1810-1835; y la antología y estudio La Segunda República Liberal Democrática 1959-1999, por la Fundación Rómulo Betancourt. También espero que finalmente logremos publicar un estudio colectivo sobre la década militar 1948-1958 que editamos junto con José Alberto Olivar, que contiene trabajos de historiadores jóvenes y veteranos, que toca muchos mitos para desmontarlos.
- ¿Cuándo y cómo nació su vocación como historiador?
No tengo legítimamente el título, ya que no he estado enrolado académicamente en ningún centro de entrenamiento de historiadores profesionales. Me avergüenza un tanto con los muchos historiadores que han promovido su especificidad técnica. Pero soy politólogo «monje»; si se me permite esta digresión, que ya adquirirá sentido, debo decir que desde el IEP y la EEPA surgió una distinción aún viva entre nosotros: los «batas blancas»-científicos políticos inclinados a los métodos cuantitativos de la ciencia política norteamericana- y los «monjes» -politólogos de tradición clásica, especialmente inclinados a lo histórico-institucional-. Manuel García-Pelayo influye en ambas tradiciones (que en realidad deben comunicarse más), pero podría decirse gruesamente que la una es más identificada con la USB y la otra con la UCV. Por eso quería estudiar allí; estaba interesado en la alta historia política o en filosofía política. No deseaba estudiar historia regional, o social, o cultural, y pensé que estudiar en una escuela de historia me distraería de mi propósito. Así que soy politólogo por vocación de historiador. ¿Cómo nació esta vocación? En una casa con compromiso político, suele haber conciencia y vinculación con la historia, estimulada o no: los libros de historia eran abundantes (disfrutaba especialmente Pijoan y Pirenne, y distraídamente los libros de Plesa), lo mismo las visitas a lugares de especial significación histórica, y claro, los medios: “Valores Humanos” de Uslar, las charlas de Guillermo Morón y los micros de “Los Hechos que Cambiaron al Mundo”, que aparecían de madrugada en la TV estatal. Mi padre también me inclinó a conocer y conversar con viejos estadistas venezolanos sobre sus experiencias y errores (cosa que recomiendo a los jóvenes), pero uno sin talento o vocación política, queda para entender y explicar.
En 1992, con los golpes de Estado, aquello que me resultaba evidentemente positivo, la democracia, aparecía cuestionado por todos; y eso sólo se fortaleció con las discusiones de responsabilidad histórica y legitimidad que surgieron con el proceso constituyente, y toda la politización de masas que le siguió. Comprender cómo hemos concebido lo político y cómo lo hemos justificado, se convirtió en mi trabajo, al sentirme casi siempre fuera de este mundo.
- ¿Qué lectura, película-serie, o persona fortaleció dicha vocación? ¿Fue “discípulo” de algún historiador? ¿Cuál es su historiador preferido y por qué? ¿Qué libro de Historia recomienda y por qué?
Éstas son varias preguntas. Mi familia, tanto mi padre Ramón Guillermo como mi abuelo Jorge Coll, ayudaron en esta vocación. Tuve siempre grandes maestros que me hicieron cuestionar la realidad circundante, y excelentes profesores de historia. Resalto a Miguel Hurtado Leña en La Salle, y a los profesores Steve Willis y Mark Eagers en Singapur, con quienes tuve primera conciencia concreta de la profesión histórica y la historiografía. En la EEPA, tuve como profesores a Élide Rivas, Fernando Falcón, Carolina Guerrero y Diego Bautista Urbaneja (nuestro padrino de promoción, la “Juan Germán Roscio” de 2002), así como en el Doctorado a Graciela Soriano de García-Pelayo (y teniendo como compañero a Naudy Suárez, quien es una cátedra hecha persona), todos grandemente influyentes y con gran confianza y estímulo sobre mi trabajo. Otros profesores influyentes fueron Joaquín Ortega, Edgardo Ricciuti y José Colmenares en filosofía política, aunque no se inclinaban al análisis histórico sino textual y contemporizador (lo cual ayuda a hacer énfasis en argumentos y no tanto en el contexto); también a Colette Capriles, quien en sendos seminarios desmontó y remontó mis creencias sobre la Ilustración. Pero mi mentora especial ha sido Elena Plaza, hoy miembro de la ANH, una de las historiadoras académicas más prolíficas de las últimas décadas, y quien me ha aconsejado en cada buen paso académico. Los malos los he dado yo.
¿Qué libro recomendar? «Idea de la Historia», de Collingwood, y «¿Qué es la Historia?» de Carr. En Venezuela, Contra la abolición de la historia de Manuel Caballero, y sobre historia intelectual, uno que tengo de referencia frecuente: «Consideraciones sobre metodología en Historia de las Ideas Políticas», de Diego Bautista Urbaneja. Y, para cualquier persona que busque una carrera académica, «La estructura de las revoluciones científicas» de Thomas Kuhn.
- ¿Cómo fue su experiencia en el pre y/o postgrado de historia?
No puedo contestar esto, pero debo repetir que no sé si pueda llamarme legítimamente historiador, lo cual asumo estoy botando por la ventana con esta entrevista. Porque tampoco soy ya, puramente, politólogo. Creo que hay divisiones profesionales que hemos creado con la hiper-especialización contemporánea, pero respeto a quienes abrigan una identidad gremial más clara. Históricamente las ciencias políticas y morales en Venezuela estuvieron tan vinculadas a la Academia de la Historia como a la de Ciencias Políticas, que es ligeramente más joven. Y aun así el solapamiento entre estas -y la de la Lengua- es notorio hasta al menos los años 70 del siglo XX.
Dicho esto, en la EEPA, aunque no era imprescindible para aprobar, era necesario para ser excelente el acercarse a la investigación histórica y a la sensibilidad historiográfica. Desde temprano, se nos hace leer de Garcia-Pelayo su introducción a “Las ideas y la práctica política en Roma”, de Adcock. Del mismo modo, en materias y seminarios de historia política y de las ideas, debíamos ser especialmente prolijos con las fuentes. Fue con trabajos de seminario que ingresé por primera vez a archivos y a revisar con propiedad documentos de los siglos XVIII y XIX. La revisión de la prensa es también un afán necesario, y mientras más erudito, mejor.
Con todo, no me es sencillo encontrar modos de participar en congresos o eventos, como en la fábula: al no ser ni historiador ni politólogo, termino no cuadrando. Las Jornadas de Historia de la UCAB, las de Investigación y Creación Intelectual en la UNIMET, los Simposios de Ciencias Políticas y las actividades de Iberconceptos han sido una excepción.
- ¿Cuál es su área o rama de la Historia favorita y por qué? ¿Cuáles son sus líneas de investigación? ¿Cuál escuela historiográfica sigue y por qué?
Mi rama es la historia del pensamiento político, como una rama de la historia política. Mi línea de investigación general es el pensamiento político venezolano, y especialmente sus corrientes conservadoras. Con eso mantengo los vínculos con el estudio de las relaciones Religión-Estado, pero desde una perspectiva intelectual y no institucional. La corriente con la que me identifico -aunque más como investigador que como docente- es lo que ha sido llamado el «contextualismo» o la «Escuela de Cambridge», siguiendo los patrones de Quentin Skinner y J.G.A. Pocock. Parecerá extranjerizante, pero es la corriente dominante de la historia intelectual en Venezuela por varias décadas (acá la introdujo Diego Bautista Urbaneja, pero tiene muchos propulsores, como Luis Castro Leiva, Elena Plaza, Fernando Falcón, Carole Leal, Carolina Guerrero…), y en realidad también la dominante en el mundo Atlántico. Me gustaría aclarar dentro de ella el rol analítico de la categoría “ideología”, porque creo que puede tener alcances importantes para hacer corrientes de largo aliento más comprensibles, aunque eso termina mellando la historicidad de las expresiones y sus argumentos. También deseo revisar nuestro pensamiento político durante la época hispánica, que es algo que merece más estudio.
- En torno a los debates historiográficos: ¿Cuáles han atrapado su atención y/o cuáles ha estudiado? ¿Cuáles considera que deben ser divulgados? ¿Cuál es su posición ante ellos?
Al asumir el contextualismo, son los debates sobre el pensamiento político los que más han ocupado mi atención. Esto no lleva al eclecticismo, sino al rechazo al dominio ideológico «evidente»: la reverencia atemporal a las ideas como si fueran ubicables y utilizables en nuestro tiempo, o la idea que sólo los intereses o la ubicación material de los autores en la sociedad explican sus expresiones. No es que eso no genere interpretaciones valiosas, pero no suelen ser históricamente adecuadas; y si creemos que el pasado importa en sus propios términos, esto podría distorsionarlo.
- ¿Cuál fue su primer escrito como historiador o cuál fue el que más le gustó? ¿A quién se lo dedicó?
Mi primer trabajo publicado de historia intelectual fue sobre la polémica sobre la libertad de cultos en la Caracas de 1811, que apareció en la revista del Instituto Maritain. Eso fue en 2001, y fue el núcleo a partir del cual inicié mi investigación doctoral, que comencé como estudiante de pregrado. Esa pieza no la dediqué a nadie, pero eventualmente mi tesis tuvo varias páginas de justos reconocimientos. Siempre hay a quien agradecer, especialmente con algo que parece poco práctico y que requiere tanto tiempo separado de la rutina normal de cualquier trabajo.
Un trabajo al que le tengo especial afecto ha sido uno sobre “El Copiador”, un digesto conservador y furibundo del padre José Cecilio Ávila, que tiene comentarios muy coloridos.
- ¿Cuáles son sus ritos cuando se dedica a escribir sobre historia? ¿Escribes de noche o de día, con música, te acompañas de objetos especiales, lo haces en un lugar específico, etc.?
Me gustaba escribir en las mañanas, pero la vida no se acomoda a esta labor. No tengo la largueza de un trabajo como investigador, y la docencia y lo administrativo toman más tiempo. Eso sí, prefiero hacer esquemas muy detallados a mano (en bolígrafo, sobre blocks a rayas), tras una completa investigación y acumulación de datos, y proceder con un frenesí de escritura que no necesite muchas correcciones. Sólo así comienzo ante la página en blanco. Mi esposa Diana y mi hija Clara son especialmente respetuosas y cariñosas con estos procesos, en los que suele acompañarme mi gata Greta.
- ¿Qué tiempo diario o semanal le dedica a la historia? ¿Qué está leyendo en este momento? ¿Qué lee por lo general?
No tengo cómo contabilizarlo, porque uno siempre está revisando notas para clase. Y como tengo poca paciencia para la ficción, suelo leer algo histórico o de filosofía política antes de acostarme, y dedico mucho tiempo navegando internet por vínculos relevantes sobre lo que hablamos en clase, y cosas que piquen mi curiosidad, las cuales comparto por redes sociales eclécticamente. No debería eso tomar tanto tiempo, pero las redes dan validación -y crítica- inmediata y eso es adictivo.
En este momento tengo en mi mesa de noche tres libros que voy alternando, y que me han tomado más de lo acostumbrado: “Revolutionary Ideas: An Intellectual History of the French Revolution from The Rights of Man to Robespierre” de Jonathan Israel; “Temporada de Golpes: Las insurrecciones militares contra Rómulo Betancourt” de Edgardo Mondolfi; y “Nixonland: The Rise of a President and the Fracturing of America” de Rick Perlstein.
- ¿En qué proyectos sobre historia está ahora?
Dos cosas: estoy tratando de organizar mis notas de clase para una introducción al pensamiento político en Venezuela desde 1810 hasta hoy (que me abruma porque cada monografía que aparece me hace sentir que es un trabajo de brocha gorda, como corresponde a esos libros generales), y una investigación sobre la visita de Richard Nixon a Caracas en 1958, con sus repercusiones en la dinámica política de la naciente democracia. Esa crisis encuentro determinante al sino trágico de la izquierda marxista, y a la vez reveladora de clivajes no siempre aparentes en los trabajos sobre el espíritu unitario de 1958.
- ¿El historiador debe leer literatura? ¿Qué otras disciplinas debería conocer el historiador?
Para saber escribir ha de haber leído, aunque recomendaría más los ensayos que la narrativa; entre nosotros creo que los historiadores que mejor escriben –sin excluir a otros, esta es sólo mi opinión- son Edgardo Mondolfi, Diego Urbaneja y Tomás Straka, quienes están disciplinados y embellecidos por el ensayo del periodismo de opinión. Debe tenerse una cultura suficiente para conocer referencias relevantes a lo estudiado. Así que depende de sus líneas de investigación. Pero conocer de dinámica social y económica nunca hace daño, y eso sólo es comprensible con un aparato conceptual disciplinado. De otro modo, leerá hechos sin saber cómo se conectan. Nada es azar.
- Además de la Historia, ¿tiene otros gustos, placeres o vicios?
Me gustan el cine (no el cine histórico, con el que tengo una relación de amor-odio), la caricatura y el béisbol. Las dos primeras dan grandes evidencias históricas, especialmente sobre creencias y prejuicios, y el último refleja parte de lo que nos resulta valioso. Hay muy buenos trabajos sobre la caricatura y el humorismo en Venezuela, y mucho puede hacerse desde la historia social y cultural del deporte; también sería muy útil una historia electoral de Venezuela a través de las caricaturas políticas, al modo de la que ha hecho la Political Cartoon Society en el Reino Unido.
- ¿Cómo es su relación con las redes sociales e internet en general? ¿En qué puede ayudar el internet a la historiografía? (si tiene twitter nos gustaría conocerlo y divulgarlo si le parece).
Mi relación es excesiva, y si bien he conocido gente fascinante, no es muy conducente al trabajo tal como yo las uso. Eso puede mejorar. Dicho esto, la digitalización creciente de archivos es una bendición para el investigador, que debe sin embargo cuidar su relevancia. Con la facilidad creciente para una erudición por vía digital, esta se hace insuficiente para destacarse.
También las redes ayudan a promocionar investigaciones y establecer vínculos con otros investigadores y personas del público que puedan colaborar. Ojala en las redes apareciera gente que haya estado por ahí cuando vino Nixon, para abordarla… Mi cuenta de twitter es @GTAveledo
- ¿Cómo sobrevive (en lo económico, en lo profesional y en lo espiritual) siendo historiador? ¿Se puede ser historiador en Venezuela?
Vivo de mi trabajo docente y administrativo, y aunque he recibido apoyo cuando he tenido que concentrar más esfuerzos en investigación, si dejara lo anterior por ésta, sería casi imposible vivir. La UNIMET me ha ayudado proveyendo ese trabajo, sin dejar de estimular generosamente la investigación del mejor modo posible para una Universidad privada que no desea ser meramente docente (y aquí tenemos muy buenos investigadores, como Laura Febres, Edgardo Mondolfi, María Magdalena Ziegler, María Eugenia Perfetti, Napoléon Franceschi…). Todo esto considerando cómo han colapsado los sueldos académicos en Venezuela, es de agradecer.
Hay historiadores muy prolíficos que tienen una gran carrera literaria y son bestsellers (las colecciones de Alfa con Elías Pino, Germán Carrera, Manuel Caballero, Inés Quintero y los ensayos de Rafael Arráiz, son ejemplos a aspirar), pero nuestro mercado literario no es poderoso como para sostener muchísimos estudios históricos, de alta calidad y accesibilidad. Claro, un libro normal suele venderse por 20$, y ése se ha convertido en un precio inalcanzable para los lectores. Los libros académicos sufren de problemas de distribución masiva, pero no creo que algo mío llegue a ser muy comerciable.
- ¿Qué profesión u oficio ejercería de no ser historiador? ¿Abandonaría su profesión de historiador? ¿Por qué?
Mi oficio es la docencia, y eso no lo abandonaría. Mi experiencia en la consultoría privada no fue cómoda, aunque más lucrativa. Y como sólo la docencia permite hacer activa la investigación, no me veo fuera de este campo. Más joven fui caricaturista, lo cual sigo rasguñando aquí y allá.
- ¿Para qué sirve la historia? ¿Tiene futuro el estudio de la historia en general y en Venezuela?
Los hechos pasan, y seguirá habiendo material para registrar y estudiar. Pero hay tres amenazas: la mengua del historiador profesional, gracias al colapso de la carrera académica; el amateurismo, que le sigue a lo anterior gracias a la entrada de personas con medios e interés pero sin formación técnica; y por último, la presión creciente hacia una historia oficial: al matar los centros independientes de academia, sólo hallarán apoyo institucional las investigaciones sancionadas por la verdad oficial.
- Si cree que existe la venezolanidad o la identidad venezolana ¿cómo la definiría?
Somos un país en el que conviven varias culturas e historicidades, como en todo este extremo Occidente (este es un cliché, pero si es un cliché que han abordado Pedro Manuel Arcaya, Augusto Mijares, Mario Briceño Iragorri y Manuel Briceño Guerrero, estamos en buena compañía). Pero nuestra peculiaridad es el petróleo y su consecuente compra acelerada del futuro, nuestra desatención a los esfuerzos de largo plazo porque la renta siempre nos salva. No hay hecho más determinante, para bien o para mal. Esa es nuestra excepcionalidad, y la que arropa a todas nuestras etnias.
- ¿La historia de Venezuela ha sido un fracaso? ¿Qué piensa de nuestro presente?
Es muy pronto para decirlo, pero la pretensión de ser una República democrática no ha sido cumplida, salvo en lapsos muy cortos. Estamos, entonces, en deuda con esa vieja aspiración. Lo notable es que pese a todas las tentaciones y presiones para lo contrario, esa siga siendo una aspiración relevante. Por otro lado, hoy, no habiendo realmente sino núcleos inconexos de poder, especialmente poderes fácticos y no institucionales, con grandes capacidades económicas y de fuego, el muy básico contrato social entre la sociedad y el Estado está en entredicho. Y sin eso, sin unidad política, ¿existe Venezuela? No hay una cultura, una etnia, una «pureza» nacional que nos sirva de ancla; hay mucha mitología que compulsivamente oculta bochornos.
- ¿Qué debemos hacer con el culto a Bolívar y la Historia Patria?
Estudiarlo y desmontarlo, y demostrar que la historia es el choque de diversas agendas inconclusas, sin un final último ni predeterminado. Quitarle a la historia su carácter de tribunal con el fantasma ciego de Simón Bolívar como justicia, porque Bolívar es uno más.
- ¿Qué recomendaría a los noveles historiadores?
Sería muy presuntuoso recomendar otra cosa que ser un poco parricidas: sólo así avanza el conocimiento. No hay texto ni historiador sagrado, aunque es bueno mantener ese parricidio con urbanidad.
- Recomiéndeme más de 2 historiadores noveles y/o jóvenes que deberíamos entrevistar
Ya tienes a varios en tu colección entrevistados. Pero recomiendo a los historiadores intelectuales Luis Daniel Perrone y Javier Blanco, de la EEPA. Sócrates Ramirez, que ha dedicado esfuerzos al octubrismo. Olga González-Silén, que ha hecho su carrera en EEUU, con atención al régimen colonial y en especial a la crisis de la Capitanía General. Maria Eugenia Perfetti de la UNIMET, experta en la historiografía hispanoamericana. Arturo Lev, que hace su doctorado en Argentina, y ha reforzado aspectos de la historia local mirandina. Germán Guía, con temas de historia militar, de la USB. Y Pedro Correa, quien ha estudiado entre otras cosas el humorismo en Venezuela. Y, claro, tú mismo…
Vista la lista, conozco a muchos vía redes sociales. Lo cual habla bien del medio.
- Ahora invente una pregunta, la hace y se responde a sí mismo.
¿Es el mundo académico meritocrático? Aspira a serlo, no sin honestidad. Pero hay ocasiones en que ventajas de género, sociales, familiares, que silenciosamente se imponen. Yo he sido injustamente beneficiario de ellas, con extraordinaria suerte. No me enorgullece, así que debo trabajar más.
- ¿Qué otras preguntas deberíamos hacer en esta entrevista? ¿Cuáles consideran que deberían eliminarse o modificarse?
No, en absoluto. Gracias por tu generosidad, que me ha hecho conocer a muchos colegas.
- Puede hacerle una pregunta al entrevistador
¿Cómo logras tus «ayunos feisbuquenses»?
Respuesta del entrevistador: Profeballa: Relativamente fácil: lo cierras y tiras la llave. Ahora en serio: le pido a mi esposa que cambie la contraseña y no me la diga ni en la mayor crisis de abstinencia. Ella lo cumple. Es fundamental para poder concentrarme en la escritura que como docente a tiempo completo solo puedo dedicar los tiempos de vacaciones.
Querido Guillermo Tell: he disfrutado y aprendido con tu entrevista. Sin duda eres uno de los amigos que han influido en mi vida académica y espiritual. «¡Gracias totales!»