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Clara Janés: «La vida no es sueño, pero el sueño es vida»

En su último poemario, «Kamasutra para dormir a un espectro», la escritora se mueve entre el erotismo y el misticismo, que para ella siempre van de la mano

Hablar con Clara Janés (Barcelona, 1940) es dejarse llevar por los meandros de su imaginación y su memoria, que rara vez tocan la tierra y fluyen con una voz como venida de otro mundo, de un lugar lejano donde la contemplación es norma, y no atrevimiento. Se conoce la pregunta, no el destino, que termina por iluminar algo, no siempre buscado.

De su último libro, «Kamasutra para dormir a un espectro» (Siruela), no se sabe muy bien si es un texto místico o erótico, ni si es un poemario o más bien un diario poético. Y parece que esa duda es la intención, porque las formas van cambiando con el paso de las páginas, y a Janés no le importa fechar sus versos y adornarlos con partituras musicales o fórmulas matemáticas. Todo por la poesía, claro.

Entonces, ¿esto es un libro místico o erótico?

La verdad es que erotismo y misticismo van juntos. Me parece una cosa muy clara. ¿Qué es el arrebato místico? Es llegar a un punto de suprema felicidad en el cual –y esto está explicado por todas las personas que han sentido la mística, como la misma Santa Teresa– la felicidad es tan grande que uno desea morir. Entonces, el erotismo es muy parecido. Llegas a un punto de extrema felicidad y luego, claro, el vacío que viene te deja con la tristeza. Aquí está el punto de conexión. Pero me decanto más en pensar que es un libro erótico.

¿Y se puede separar lo uno de lo otro?

Yo creo que no. «El Cantar de los Cantares», del Antiguo Testamento, era un cantar erótico, que luego los mismos judíos, por temor al exceso, lo hicieron pasar por místico. Pero en principio no lo era, era un epitalamio. Y era de una época en la que quizás existía una prostitución sagrada… Esta mezcla es muy potente siempre. ¿Por qué? Porque hay un punto en el erotismo que es el germen de la vida.

Eso trasciende lo físico.

Es que el erotismo es el mecanismo por el cual se engendra vida. Y por eso es tan fuerte. Este es el punto: estar vivo o no estar vivo.

¿Por qué ahora este libro?

Siempre he escrito cosas eróticas, porque el erotismo no tiene edad. Pero quería algo que fuera como los dibujos de Sistiaga [que ilustra el libro]. Y de repente estoy un día en la cocina y oigo a una señora que dice: «Mi padre antes de morir decía que si no era muy amado no podía dormir». Se me queda en la cabeza. Entonces empiezo a hacer esto, el Kamasutra. Y estudio, porque yo no sabía… Sabemos lo que es, pero no todas las posturas, todo lo que implica. Eso fue un trabajo de investigación.

Este libro no parece tanto un poemario como un diario poético: los poemas están fechados, hay páginas enteras que son citas de otros autores, incluye fórmulas matemáticas, partituras musicales…

Exactamente. El libro tiene este valor también.

Y llama la atención la presencia de la ciencia, que muchas veces es el centro del poema.

Es que la ciencia es potentísima. Al final del libro puse una selección de textos de «Psi o el jardín de las delicias», que fue un poemario, como ninguno en mi vida, dictado. Yo iba por la calle y me empezaban a venir poemas. Llegaba a casa y escribía diez poemas. Al día siguiente otra vez. Y me preguntaba: ¿de dónde viene esto? Pues de que yo venía de Padua. Me había subido a la cátedra de Galileo, y sabía que Galileo daba clases en la calle. También había estado en el jardín botánico de Padua, había leído mis poemas allí, en una sala antigua, pequeña y redondita, que parecía de la época de Galileo… Y todo esto estaba en mi cabeza, funcionando… Ya he hecho varios libros mezclando poesía y ciencia.

¿Cree la poesía se puede extender a todos los ámbitos y que puede nacer de cualquier parte?

Por supuesto.

Hay otro tema central en el libro, que es el de la fe en la palabra. De hecho, comienza con una cita de Wittgenstein: «Las palabras son también acciones».

¿Qué hace Don Quijote? Crea a Dulcinea. Y la expresa. Y esta expresión cobra cuerpo fuera de él: la palabra se ha convertido en un hecho, aunque sea imaginario. ¿Qué es más potente: la realidad o la imaginación? Este es un tema también interesante. Planteo una de mis lecturas poéticas: la vida no es sueño, pero el sueño es vida. Ahí está eso. Eso tiene una realidad. De hecho, todo pasa a nuestra mente. A través de nuestra mente lo procesamos. Una cosa que con tu palabra has creado puede cobrar para ti tanta realidad que estás en ello.

¿Y las palabras pueden modificar la realidad?

A quien modifican es a ti. A ti. Siempre es uno mismo el que está en contacto con la realidad.

El lenguaje inclusivo es uno de los temas candentes en la Academia… ¿Qué opina usted de esto?

De momento no estoy muy de acuerdo. Pero hay que esperar. Yo no soy de la Comisión que lo ha estudiado. Yo soy escritora, y allí hay dialectólogos, hay lingüistas, que son los que trabajan en esto.

¿No le parece artificial intentar modificar la lengua desde arriba?

Evidentemente. Es absurdo. Pero… ¿Por qué se ha empezado esta cuestión?

No lo sé.

Yo creo que por una moda. Entonces… Hay que dejarlo, a ver qué pasa.

Volviendo al libro… La segunda parte está fechada en 2014, y la primera en 2016. ¿Usted escribe a rachas? ¿Espera la inspiración? ¿O arranca las palabras de la página?

Después de este libro la verdad es que me quedé… ¿Sabes? Que hago poesía, pero casi es una poesía, digamos, por encargo. Porque te piden cosas continuamente. Entonces, bueno, algo hay que hacer. He hecho algunos poemas. Pero no son de los que uno está muy contento. No nacen del arrebato que sientes, sino porque en la revista tal te piden un poema.

¿Y los libros como este llegan de repente?

De repente. A lo mejor ahora ya estoy un poco vacía (ríe). Tampoco puedo estar todo el día… Ya vendrá. Hay que dejarle tiempo.

Por cierto, ¿siempre quiso ser poeta?

Yo la verdad es que pensaba ser novelista.

Pero lo de la literatura era inevitable, ¿no? La tenía en casa.

Verás. Mi padre era editor y poeta. El padre de mi madre era traductor y novelista… Hay una tradición. Son cosas que te vienen de herencia, quieras o no.

¿Empezó muy joven?

Yo escribía de niña, pero tonterías que nos pedían en el colegio. En el mes de mayo que escribiéramos un verso a la virgen. Empecé a hacer poemillas. Y había un boletín en el colegio que siempre publicaba mis poemillas. Tendría 6 o 7 años. Y esto no se pasa, porque después empiezo a escribir una novela. Porque estuve todo un año enferma, en la cama. Mi padre me dejaba libros de arte. Me copié la capilla sixtina entera. Y oía por la radio todas las novelas que daban. Eso se quedó ahí.

¿Recuerda cuál fue su primera gran lectura?

Viene de la música, porque mi madre era música. Todos los domingos había música en mi casa. Venía Federico Mompou con su pareja. Y a veces venían otros músicos. Si pasaba Wanda Landowska por Barcelona venía a mi casa a tocar el clavicémbalo. Cosas así. Y a Mompou le encantaban Debussy y Ravel. Y una de las cosas que siempre ponía era el «Dafnis y Cloe». Y entonces me lo contaba lo que era. Después mi padre publica «Dafnis y Cloe» y lo leo. Y a partir de ahí empiezo a leer en serio.

Así que, además de literatura, se respiraba música.

Pero no era porque lo respiraras. Porque en mi casa había veinticinco mil libros. Era pavoroso. Eso te da miedo. La solución, quizá, era meterse dentro. Hacer un libro.

Y ya van unos cuantos.

Escribir es una forma… Con la palabra estás inventando tu propia vida.

 

 

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