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El terror del usurpador

“La obediencia a un hombre cuya autoridad no está alumbrada con legitimidad es una pesadilla”. Simone Weil

En Macbeth, la tragedia shakesperiana más cargada de ambición y traición, hay un suceso significativo que suele pasar inadvertido. Cuando el protagonista, con aspiraciones usurpadoras, lleva a cabo el asesinato del rey Duncan, tienen lugar unos toques a la puerta (II, iii). En ese momento no se sabe quién es el autor de los misteriosos toquidos, pero tiene lugar un sutil cambio en el clima sobrenatural de la obra. La índole de ese cambio es un enigma que queda pendiente para ser descifrado por el espectador.

Para dar respuesta al entresijo, De Quincey escribió un ensayo titulado Sobre los golpes a la puerta de Macbeth (1823), considerado la mejor pieza critica del autor y uno de los más penetrantes comentarios a la literatura inglesa.

“Cuando el hecho se ha consumado, cuando el trabajo de lo oscuro es perfecto, entonces el mundo de lo oscuro se desvanece como una pompa en las nubes: se escuchan los golpes a la puerta y se hace evidentemente audible que la reacción ha comenzado: lo humano ha causado su reflujo sobre lo malvado, los pulsos de la vida comienzan a latir de nuevo, y el restablecimiento de las andanzas del mundo en el cual vivimos, nos hace profundamente sensibles del poderoso paréntesis que las había suspendido”.

De Quincey explica que hay un cambio de tiempo, de lo diabólico al tiempo de lo humano. El primero es una burbuja de inhumanidad y maldad política, donde Macbeth puede cometer impunemente su crimen. Podemos especular que es la atemporalidad a que puede aspirar el superhombre (el ‘instante’ nietzscheano). Luego de realizado el magnicidio a Duncan, los toques a la puerta lo regresan a la realidad. El protagonista está de nuevo en un mundo en el que deberá rendir cuentas.

En la misma obra, más adelante, nos enteramos de que el bueno de Macduff era quien daba aldabonazos al portón del castillo. Este personaje fue el autor físico de los toquidos. Pero eso no explica el fenómeno sobrenatural. Entonces, ¿quién ha tocado a la puerta desde el punto de vista metafísico?

Cuando los poderosos se asustan

Cuenta el historiador italiano y teórico del liberalismo, Guglielmo Ferrero, que el gran Julio César no era fácil presa de cobardías. Tenía las características del verdadero líder, osado a nivel personal y muy confiado en sí mismo. Cuando pretendió arrebatar la soberanía al senado romano, no temió una conspiración de los senadores. Esa falta de previsión  condujo al atentado que acabó con su vida en los idus de marzo. Esta actitud contrasta, continúa Ferrero, con la de los fascistas italianos, quienes fueron valerosos soldados en la primera guerra mundial, y además juraron defender con valentía al pueblo desde el gobierno, pero resulta que al acceder al poder, comenzaron a desconfiar del mismo pueblo al que afirmaban defender.

“(Ante cualquier acusación, los fascistas) se colocaban automáticamente a la defensiva, pretextando como excusa cualquier conspiración imaginaria, que como por arte de magia parecía esconderse en los más insospechados e impensables lugares y rincones: en la intimidad de las cartas confiadas al secreto del correo, en las conversaciones telefónicas privadas, en la más sagrada reserva del hogar familiar, en el interior de las tabernas, en toda clase de reuniones y conciliábulos donde dos personas pudieran encontrarse e intercambiar propósitos; incluso, en el recóndito sigilo de los confesionarios, y entre las líneas de los periódicos”. (Poder, p. 6).

Esto puso a Ferrero a reflexionar sobre el miedo de estos hombres fuertes en la política. Encontraba una contradicción entre la posición ventajosa de los gobernantes respecto de la población, y el miedo que le tienen a esa misma población. Esa reflexión lo llevo a descubrir el concepto de legitimidad.

El poder del miedo

Ese descubrimiento Ferrero lo llevó a cabo en su obra póstuma: El poder. Los Genios invisibles de la ciudad  (1942). Como lo señala el título, el libro está dedicado al problema de la dominación política. Ferrero pretende resolver lo que considera uno de los más grandes enigmas de la historia humana: la naturaleza del poder.

Ferrero encuentra la clave en la relación entre poder y miedo. Existen dos grandes miedos que la humanidad siempre ha tenido: a la anarquía y a la guerra. El poder nace como arma ante el miedo que producen los otros seres humanos.

Dicha clave conduce a la revelación del libro: el poder es la manifestación suprema del miedo que el hombre se provoca a sí mismo en su vano esfuerzo por evitar el terror. Para tratar de evitar el terror de la anarquía y de la guerra se establece el poder. Pero el poder establecido también produce miedo, no sólo entre los dominados, sino también entre los mismos dominadores.

“Si los hombres temen siempre al Poder al que están sometidos, también el Poder que los somete teme siempre a los hombre a los que somete…No ha existido nunca, ni existirá jamás, un Poder que pueda estar totalmente seguro de ser siempre y en todo momento obedecido… La única autoridad que desconoce el miedo es la que deriva del amor, la de la autoridad paterna, por ejemplo. Para que entre el hombre y el Poder no medie esa relación de miedo recíproco sería menester que el Poder fuera obedecido y reconocido con plena y absoluta libertad por respeto y amor sincero”. (Poder, p. 51)

El poderoso ansía la fidelidad de sus súbditos. Para lograr tal propósito, no escatima en adulaciones: dinero, honores o ventajas materiales. Si todo esto falla, se recurre a la violencia y el miedo. El producto de esta estrategia es una seguridad precaria, pues persiste el peligro de la sublevación. Esto conduce al gobernante a un estado paranoico, que es directamente proporcional a las coacciones que impone a los gobernados.

Los genios de la ciudad

Ferrero deja claro que la estructura de cada sociedad se basa en la intersección del mando y la obediencia. Dicho de otra manera, la autoridad al mando, en la parte superior de una comunidad, debe obtener reconocimiento, a través de la obediencia, desde abajo. Este reconocimiento es, precisamente, la legitimidad. Sin una convergencia de estos dos elementos esenciales, no es posible la vida en común.

La aprobación de ceder el mando a una autoridad no es un acto completamente arbitrario, sino que debe ajustarse a unas entidades, las cuales Ferrero describe poéticamente como los “genios invisibles de la ciudad”. Aunque estos seres sutiles son olvidados con frecuencia, no por eso dejan de regular nuestro actuar y nuestro ser. Dichos genios son, en un lenguaje más prosaico, los “principios de legitimidad”.

Ferrero encuentra cuatro principios de legitimidad en la historia: electivo, hereditario, aristocrático-monárquico y democrático. Estos principios se han entremezclado y diferenciado a través del devenir humano, a veces colaborando, y otras, combatiéndose; pero siempre inseparables. En la actualidad, predomina el principio de legitimidad democrático.

“En los Estados fuertemente constituidos, en las grandes civilizaciones, el miedo puede quedar reducido a la mínima expresión, a un simple residuo espectral, pero aun así sobrevivirá” (Poder, p. 50)

El poder no solo somete a la población, sino que encierra en su propio ser una suerte de terror sagrado, que se esconde en el corazón de los gobernantes y que castiga sin piedad a quienes se apoderan de él. La única forma de despojar al poder del miedo es a través de la legitimidad.

La servidumbre voluntaria

¿Qué es el poder? La acumulación de fuerza para contrarrestar el miedo que nos producen los otros seres humanos. ¿Cuándo un poder es legítimo? Cuando no produce miedo a los gobernados. ¿Qué es la legitimidad? El consentimiento libre de los gobernados a dejarse gobernar. ¿Cuál es el significado del término “los Genios invisibles de la ciudad”? Desde el punto de vista sociológico, son los principios de legitimidad, lo que luego ha sido llamado “consenso”, pero, desde el punto de vista metafísico son las deidades cívicas que resguardan dichos principios. ¿Cuál es el origen del temor sagrado de los poderosos? Su conciencia culpable de haber trasgredido la legitimidad y profanado a las reglas.

Al final de Macbeth, vemos cómo la conciencia culpable conducirá a la locura y posterior suicidio de Lady Macbeth. También a la muerte del protagonista en una batalla perdida contra el destino.

Ahora debe quedar claro que los golpes a la puerta de Macbeth son producto de los “genios de la ciudad”. Si no se honra a esos espíritus, el monarca deja de serlo para convertirse en usurpador. Establecer un gobierno que repugna al pueblo constituye un acto de irrespeto a los valores incluso a los divinos.

Los ángeles custodios de la comunidad interrumpen el tiempo diabólico de los gobernantes para recordarles su humanidad, pues la voluntad de dominio no es lo más importante. El superhombre no es más que un tirano, un gobernante que  ha transgredido el pacto social. Le entregamos nuestra libertad para que la protegiera y, luego, nos la trata de arrebatar. Ya su poder no surge de la legitimidad sino de la violencia, lo que nos asigna el derecho a rebelarnos.

 

 

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