Armando Durán / Laberintos – El caso Venezuela: La mediación imposible
¿Qué ocurrió en Oslo durante las dos últimas semanas? Y, ¿qué ocurrirá mañana, pasado mañana, en Venezuela?
Estas son preguntas que sin duda generan incertidumbres, pero debemos hacerlas porque a pesar de tener derecho a saber lo que nos atañe, muy poco o nada se nos ha informado sobre la agenda, el desarrollo y el desenlace de esos recientes encuentros de representantes del régimen chavista y de Juan Guaidó, propiciados por el gobierno noruego con el apoyo de la Unión Europea.
En medio de mucha penumbra y medias verdades, los tres protagonistas principales de la llamada “mediación-noruega” nos ofrecieron este miércoles sus ambigüedades habituales. Por ejemplo, para Nicolás Maduro, ácida manzana de la discordia venezolana que desde hace años acorrala a los venezolanos y desde enero acapara la atención del mundo, lo ocurrido fue una experiencia “constructiva”, aunque ni él ni ninguno de los suyos han explicado por qué lo fue. También se divulgó ese día un diplomático comunicado firmado por Ine Erikson Soreide, ministra noruega de Asuntos Exteriores, en el que la funcionaria expresa el reconocimiento de su gobierno “a las partes por los esfuerzos realizados” y porque “han mostrado su disposición de avanzar en la búsqueda de una solución acordada y constitucional para Venezuela, que incluye los temas políticos, económicos y electorales”. ¿Qué significan sus palabras? ¿Una suerte de amable saludo a la bandera, una fórmula muy elemental para no reconocer el fracaso de sus gestiones o porque a pesar de todo las parte acordaron continuarlas discretamente? ¿A eso se refería Maduro cuando calificó la mediación de experiencia “constructiva”?
Del otro lado del océano, en Caracas, la Asamblea Nacional venezolana no guardó silencio: en su comunicado que a primera vista desmiente la versión edulcorada de la ministra Soreide, Guaidó y su equipo notifican que “el encuentro al que asistimos por invitación de Noruega… finalizó sin acuerdo”. ¿Será que los asesores de la oposición pensaron que era posible “negociar” con los representantes de Maduro el cese de su usurpación así como así?
En medio de esta realidad, borrosa y resbaladiza, llama la atención el hecho de que no se tomara en cuenta la posición de Luis Almagro, secretario general de la OEA, quien desde el primer momento ha sostenido que la llamada mediación noruega carece de sentido, pues en la Venezuela actual no se enfrentan dos partes que no se entienden del todo, sino un pueblo desesperado por salir de una dictadura y una dictadura resuelta a permanecer en el poder hasta el fin de los siglos. Y que nunca, absolutamente nunca, una dictadura ha salido como resultado de mediación alguna.
Esta observación apunta directamente al centro del problema venezolano. En mi columna de la semana pasada recordaba yo que cada vez que los dirigentes de la mal llamada revolución bolivariana se han encontrado en aprietos, sectores de la “oposición” y de la comunidad internacional han acudido en su ayuda y le han suministrado al régimen oxígeno y tiempo para recuperar el aliento y los espacios perdidos. Eso le ocurrió a Hugo Chávez después del sobresalto histórico de su forzada renuncia el 11 de abril de 2002 y eso le ha ocurrido a Nicolás Maduro varias veces, desde 2014 hasta 2018. Una maniobra que ahora, y esta es la clave para entender lo inexplicable de estas reuniones en Oslo, han intentado repetir los colaboracionistas de siempre con la mediación noruega.
No se trata, por supuesto, de negar el valor del diálogo como mecanismo esencial de la actividad política en una democracia. Todo lo contrario. Nada define mejor a una democracia que las negociaciones, los acuerdos y los consensos que le sirven de sustento, siempre y cuando las partes actúen de buena fe y respeten la existencia y los derechos del otro. Una condición que ciertamente no se cumplió en tiempos de Hugo Chávez, mucho menos en estos duros años de agravado chavismo de la mano de Maduro, su sucesor. Y porque tras el rotundo fracaso a principios de 2018 de las negociaciones entabladas con representantes del régimen quedó claro para la oposición que Maduro, después de la debacle de su partido en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, no renunciaría a manipular groseramente a su favor todas las elecciones por venir. Una certeza que llevó a los partidos de la oposición a negarse a participar en lo que inevitablemente iba a ser una burda farsa electoral. Por esa misma razón Maduro decidió adelantar la elección presidencial prevista para diciembre para el 20 de mayo de aquel año, y sin participación opositora real.
El resultado de ese golpe de Estado es que Juan Guaidó, diputado que había asumido la presidencia de la Asamblea Nacional el 6 de enero, advirtiera entonces que si Maduro intentaba extender su mandato presidencial más allá del 10 de enero, fecha en que terminaba su mandato presidencial, estaría “usurpando” la Presidencia de la República. La denuncia del atropello constitucional en marcha le valió a Guaidó convertirse en un fenómeno político instantáneo y más tarde, en función de esta nueva circunstancia política, denunció a los cuatro vientos la usurpación y le pidió a los gobiernos democráticos del mundo desconocer la reelección de Maduro. Finalmente, el 23 de enero, 61º aniversario del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Juan Guaidó asumió la Presidencia interina de la República de acuerdo con el artículo 233 de la Constitución nacional.
Estos hechos han sido la causa de la actual crisis política que la Unión Europea trató de solucionar con la mediación noruega. Y la razón por la que Almagro y algunos gobiernos comprometidos con la causa de la restauración democrática en Venezuela se manifestaran en contra de la instalación en Oslo de una mesa de diálogo entre representantes de Maduro y de Guaidó, los dos “presidentes” que reclaman sus derechos a un poder que ninguno de los dos ha podido ni puede ejercer a plenitud. Una situación que a su vez ha determinado que voces muy calificadas, dentro y fuera de Venezuela, se pregunten y le pregunten al presidente interino sus motivos para participar en un encuentro que contradecía ostensiblemente su rotunda y no transable “hoja de ruta”, cuyo primer paso era, es, precisamente, el cese inmediato de la usurpación.
Desde esta perspectiva, nadie entiende las razones de Guaidó para que sus representantes se reunieran en Oslo con delegados de Maduro. Una participación que como quiera que se mire equivalía a darle a la Presidencia de Maduro la legitimidad que a pedido del propio presidente de la Asamblea Nacional casi 60 gobiernos le niegan. Una sinrazón que afectó, y mucho, la posición y el liderazgo de Guaidó. En definitiva, el simple hecho de aceptar la mediación noruega fue una forma rebuscada de admitir el exabrupto que significa sustituir la exigencia clara y terminante del cese de la usurpación como primer paso para poner en marcha la transición de la dictadura a la democracia, por la inadmisible convocatoria a unas elecciones parlamentarias con Maduro como presidente. A no ser que la decisión de sentarse a la mesa servida por el gobierno noruego y rechazar esa opción ahora, hayan sido en realidad fruto de presiones de su entorno nacional en un caso y de sus aliados internacionales en el otro.
Como quiera que haya sido, lo cierto es que acudir a Oslo fue un innecesario paso en falso. No sólo por su incierto desenlace y porque estas idas y vueltas no permiten calcular cuáles serán los próximos aciertos o desaciertos de la oposición venezolana, sino porque mientras los factores políticos que luchan en el seno colegiado de la Asamblea Nacional por el control de la oposición no terminan de ponerle fin a sus pugnas y rivalidades partidistas, en las calles desoladas de una Venezuela sin comida, sin medicamentos, sin electricidad, sin agua, sin gasolina y hasta sin dinero en efectivo, con una inflación y una contracción de la economía que según acaba de informar el Banco Central de Venezuela alcanza proporciones escalofriantes, millones de ciudadanos inocentes y desamparados continúan su dramático descenso al fondo del infierno y de la nada. A la espera desesperada de que ocurra un milagro, poco importa cuál, pero que ocurra antes de que sea demasiado tarde, que los rescate de la oscuridad política y existencial en que agonizan y les devuelva la esperanza y el futuro que la mayoría teme haber perdido para siempre. Sin remedio aparente a la vista.