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Yoani Sánchez: Fidel Castro y la prensa como propaganda

Abel Sierra traza con precisión el contraste entre el sobrio Comandante que proyectaban los diarios cubanos y los tintes sensacionalistas al otro lado del Estrecho

Mientras en los medios oficiales Fidel Castro se exponía como un austero gobernante, reservado con su vida privada y poco dado a los placeres mundanos, en la prensa estadounidense la imagen que se tenía de él se acercaba más a la del superhéroe, el villano o el seductor. En este libro, el historiador Abel Sierra ha trazado, con precisión, el contraste entre el sobrio Comandante en Jefe que proyectaban los diarios cubanos y los tintes sensacionalistas de los que estaba rodeado su nombre en la mayoría de los medios al otro lado del Estrecho de Florida.

El hombre que trastocó la historia cubana e irradió su voluntariosa personalidad por toda América Latina aprovechó con mucha habilidad la fascinación que generaba entre los reporteros de Estados Unidos. Los usó para exportar una imagen sobredimensionada e irresistible de sí mismo. Esa relación comenzó desde que estaba en la Sierra Maestra cuando algunos periodistas, como Herbert Matthews, ayudaron a crear una historia épica sobre la gesta revolucionaria que los lectores devoraron con deleite.

Castro conocía bien la importancia de usar las planas de los periódicos para erigir el mito del sistema que construyó

Castro conocía bien la importancia de usar las planas de los periódicos para erigir el mito del sistema que construyó. Utilizó a la prensa extranjera para reforzar ciertos clichés sobre la Cuba del pasado que justificaran los excesos posteriores a enero de 1959 y para encandilar a los simpatizantes ideológicos de manera que aparcaran las críticas y solo se quedaran con los aplausos. Para expandir su mito se valió de publicaciones como The New York Times, Time y Playboy pero también lo ayudaron en ese empeño las tiras cómicas y las historietas, sus páginas fueron uno de los tantos frentes de batalla en los que combatió por el poder.

Fidel Castro. El Comandante Playboy. Sexo Revolución y Guerra Fría es la historia de una fascinación, la descripción minuciosa de cómo la prensa estadounidense contribuyó a la creación de un liderazgo que permitió al autoritario Comandante en Jefe convertirse en una figura familiar para los ciudadanos de ese país. De manera que los lectores de este libro tienen ante sí el detallado itinerario de un romance, entre los medios y el guerrillero; entre los editores y el dictador.

De esa atracción nacen buena parte de los esquemas del parque temático ideológico en que se convirtió Cuba y cuyo montaje Abel Sierra describe cronológicamente. Una Isla paralela que se conforma no solo a partir de maquillar la realidad, sino también de conducir hábilmente las miradas de los visitantes extranjeros y de los reporteros. Con una efectividad apabullante, Castro los manda a vigilar, les confecciona una apretada agenda que no los deje mirar más allá de la ventanilla del auto climatizado y los premia cuando sus artículos se ajustan al guion de la Plaza de la Revolución.

Por décadas ha sido muy difícil para los profesionales de la prensa escapar de esa urdimbre y no tragarse totalmente la papilla informativa que el régimen de los Castro ha querido administrarles. Los que no quisieron dejar a un lado su profesionalidad para dedicarse a hacer propaganda de la Cuba socialista fueron tomados por traidores, revisionistas o agentes de la CIA, además de que en la mayoría de los casos no se les permitió volver a pisar la tierra de la utopía.

Los que no quisieron dejar a un lado su profesionalidad para dedicarse a hacer propaganda de la Cuba socialista fueron tomados por traidores

En este texto, Sierra también encuentra los puntos de contacto entre el magnetismo que provocan los mundos creados por Hugh Hefner con sus fantasías Playboy y, por otro lado, el universo revolucionario que Castro intentó instaurar en la Isla. Una burbuja que durante décadas ha fascinado a buena parte de la izquierda internacional. Si el magnate estadounidense promovía una vida de placeres rodeada de conejitas, el líder cubano devolvía un país de milicianos dóciles dispuestos a morir al menor gesto de su mano.

A ese mundo creado por Castro llegaban los camaradas de otras partes del planeta deseosos de encontrar las claves de la materialización de una ideología en tierras cubanas. Para ellos, había un amplio repertorio de estadísticas que insistían en la superioridad del sistema, los paseos por las escuelas y hospitales, los largos discursos exponiendo «las conquistas de la Revolución» y, para los más incrédulos, siempre podía prepararse la escena del líder rodeado de niños y coreado por los jóvenes.

Las varias entrevistas que Fidel Castro ofreció a Playboy también hablan de su astucia para colarse en una de las revistas más leídas de aquellos años, una manera de llegar a el estadounidense promedio que se acercaba a esas páginas en busca de los desnudos de celebridades y las entrevistas con personalidades controvertidas. Entre una foto subida de tono y un pezón que asoma en otra, Castro descargaba sus dardos políticos.

Este libro muestra una impresionante secuencia de portadas de aquellos años en que el dictador cubano alternaba en las planas de Playboy con rostros como Elizabeth Taylor o Elvis Presley. Pero las siguientes páginas no son, para nada, un atado de carátulas, referencias y fechas, sino un recorrido ameno por los años en que se cinceló el perfil de Castro en el pueblo norteamericano.

Como un rompecabezas asistimos a la conformación de una imagen con trozos edulcorados, otros terribles, pero todos tremendamente atractivos. La sola mención del nombre de Castro resultó un negocio rentable para la venta de más ejemplares de revistas y diarios, amén del daño que esa masiva difusión entrañaba para el presente y el futuro de Cuba.

La sola mención del nombre de Castro resultó un negocio rentable para la venta de más ejemplares de revistas y diarios

El mediático Comandante siempre vio a la prensa como un animal al que domesticar, hipnotizar y mantener con las riendas bien apretadas. Por esa razón los reporteros que lograban llegar a la Isla para entrevistarlo, después de haber pulsado numerosos contactos y apelado a influyentes intermediarios, debían pasar largas semanas aguardando dócilmente al lado del teléfono a la espera de la llamada que confirmara que podría acercarse a Castro y hacerle preguntas.

Con el tiempo, el círculo de reporteros elegidos se fue estrechando y para finales del siglo pasado solo figuras muy cercanas a la Plaza de la Revolución lograron entrevistar al líder cubano. Más que entrevistas, el resultado de aquellas charlas tenía todas las trazas de una caja de resonancia en la que solo se escuchaba su voz, como en los libros publicados por Frei Betto y Gianni Miná después de varios encuentros pactados.

Como ironía de la vida, los últimos años de la vida de Fidel Castro pasaron alejados de la escena pública y de la prensa. Solo los más confiables camaradas de ruta, al estilo de Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner o Nicolás Maduro, servían de cronistas que relataban a la opinión pública nacional e internacional cómo estaba el expresidente. Ellos fueron, en ese momento, los «cómplices reporteros» del final e intentaron crear, como tantos otros descritos en este libro, la leyenda de su excepcionalidad, la falsa impresión de que se trataba de un hombre extraordinario al que había que permitirle todo.

 

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