Felipe Fernández-Armesto: «Soy el mayor patriota español del mundo, pero odio los nacionalismos»
Doctor en Historia y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU), Fernández-Armesto es especialista en el estudio del impacto histórico de España en EEUU. Autor de publicaciones de carácter divulgativo, artículos de prensa y una ingente obra literaria, ha sido reconocido con honores como la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X El Sabio
La familia de Felipe Fernández-Armesto daría en sí misma para una novela. Su padre, periodista orensano, fue expulsado de la Alemania nazi y se estableció en Londres, desde donde relató al público de España, con el seudónimo Augusto Assía, el blitz, el bombardeo de la capital británica en la Segunda Guerra Mundial. Su madre, la británica Betty Millan, fundó en 1947 la revista The Diplomat. Ambos -Fernández Armesto padre y Millan- también trabajaron, en secreto, para el servicio de inteligencia británico.
Si sus padres fueron cronistas de la actualidad, Felipe Fernández-Armesto, que nació en Londres en 1950 y tiene pasaporte británico y español, optó por el pasado. Durante más de 20 años fue profesor de Historia en la Universidad de Oxford. De allí pasó a Tufts, en Boston, y de Tufts a Notre Dame, en Indiana, donde lleva dando clase desde hace una década. Ha publicado casi una veintena de libros, muchos de ellos en el territorio en el que la Historia se mezcla con la Filosofía, la Antropología y la Psicología. Entre los asuntos analizados en su obra -escrita en inglés y en parte traducida al español- está la presencia española en Estados Unidos, el descubrimiento de América, la historia de la gastronomía y de la explotación de la Tierra, cómo funciona el cerebro, cuál es la naturaleza del cambio y la evolución, y la historia del concepto de verdad.
- ¿Deberían pedirse disculpas por la conquista de América, como dijo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador?
- Por supuesto que no. Disculparse por cosas de las que no tienes la culpa es una falta de responsabilidad moral. Lo que hay que hacer es confesar los pecados que ha cometido uno, no los que cometieron otros. Eso es lo que requiere valentía.
- Usted pasa medio año en Estados Unidos. Uno de los temas de debate en las primarias del Partido Demócrata es si hay que indemnizar o no a los descendientes de los esclavos negros.
- Es ridículo indemnizar a una persona por ser descendiente de otra persona a la que no conocemos por los agravios a los que le sometieron otras personas a las que tampoco conocemos.
- Sigamos con Estados Unidos. Un estudio del Hispanic Council publicado en junio revela que seis estados de EEUU más Puerto Rico tienen en sus banderas símbolos que hacen referencia a España. Montana hasta tiene en su bandera las palabras «Oro y Plata» en español. Los estadounidenses desconocen ese legado español. Pero es que los españoles también lo ignoramos.
- Debo confesar que yo no sabía lo de Montana, ¡así que soy el más culpable de todos, porque mi especialidad es la Historia de España en EEUU! Lo cierto es que la española es una cultura que tiene como vicio histórico la autocontemplación. En el sistema educativo de España no se explica mucha Historia del mundo, ni tampoco mucha Literatura extranjera. Y lo mismo sucede en EEUU. Así que el legado español es ignorado por ambos.
- En el caso de EEUU, al menos puede argüirse que es un país que es virtualmente una isla, separado por dos océanos de la mayor parte del resto del mundo. Pero España pocas veces ha podido permitirse el lujo de aislarse.
- España es la mayor parte de una península así que, geográficamente es, también, un país muy aislado. Es como Inglaterra, que es la mayor parte de una isla. Yo, que conozco ambos países, creo que se parecen mucho más de lo que españoles e ingleses creen. Ambos han estado al margen de la Historia europea -lo que les desvincula de los demás países europeos-, con una vocación marítima, que miran al Oeste, tienen grandes pasados imperiales… Así que su experiencia histórica ha sido relativamente similar.
- Pero los españoles se ven a ellos mismos como problema. Los ingleses están mucho más encantados de haberse conocido.
- Bueno, sí, pero es que en los últimos dos siglos esa forma de observar a España ha sido la correcta. España ha sido un desastre tras otro desde las guerras napoleónicas y la pérdida de las colonias. Inglaterra, entre tanto, tenía motivos para sentirse orgullosa porque era el país más exitoso cultural, política y militarmente del mundo.
- Era, pero ya no es. Esa pérdida de influencia de Gran Bretaña en general y de Inglaterra en particular ¿explica el Brexit?
- No lo sé. Yo soy incapaz de comprender el Brexit. Yo soy historiador: me fijo en el pasado. El presente me tiene en un estado de perplejidad. Yo soy muy viejo y no entiendo el espíritu de los tiempos. Hay cosas que me parecen estupideces y Brexit es la mayor estupidez de todas. Es contraria al interés del país, contraria al rumbo de la Historia. Cuando hablo con mis amigos brexiteros, veo que sus argumentos son totalmente irracionales, porque son una reacción emocional contra el proceso europeo. Ese proceso europeo es, acaso, el más importante de la Historia, pero es un movimiento aglutinador y eso provoca siempre reacciones de rechazo. Es algo visible en todo el continente europeo, pero tal vez más en Inglaterra, porque allí no se han producido las grandes catástrofes que Europa ha sufrido en el siglo XX, como la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil española, que nos han marcado mucho y han hecho que en la mayoría de los países se defienda a la UE.
- Uno de los rasgos de ese «espíritu de los tiempos» es el rechazo a ustedes, a los intelectuales.
- No lo sé… yo procuro ser un intelectual. La intelectualidad me parece que vale mucho y yo tengo el valor de no negarlo. El mundo necesita intelectuales, porque sin intelectuales que profundicen en la naturaleza de las cosas no vamos a saber cómo son las cosas. No me parece adecuado reaccionar contra los intelectuales. Pero reaccionar contra los intelectuales que traicionan al pueblo -como hacen las universidades, con algunas excepciones- me parece bien.
- ¿En qué consiste esa traición de las universidades?
- En traicionar los valores tradicionales de búsqueda de la verdad, que son el centro de la universidad. En lugar de eso nos hemos convertido en un gran órgano de oportunidades económicas para el alumnado y en un centro de preparación de las personas en el conformismo. Enseñamos a adaptarse a las normas de la sociedad, a aceptarlas, y a conformarse con ellas, y no educamos para ejercer la crítica ni la responsabilidad en el sentido moral. Nos falta poner cuidado en nuestros alumnos, en el sentido moral y espiritual. En EEUU tenemos una serie de problemas enormes de corrupción en el acceso a la universidad. Pero no es solo un problema estadounidense, sino de todo el mundo, que se debe fundamentalmente a que la universidad ha perdido su vocación tradicional y ahora es solo un órgano para crear riqueza.
- ¿Han caído las universidades víctimas de la tiranía de lo políticamente correcto?
- En mi j’accuse [yo acuso] contra las universidades, la corrección política juega un papel central.
- ¿Por qué?
- Porque es parte de la renuncia de la universidad a crear en la sociedad un espíritu crítico.
- Pero la corrección política es, también, una posición cultural. Todo populismo lo es.
- No lo sé. Yo prefiero plantear el problema de otra forma: no voy a negar que existe un nivel de rechazo a las élites. Ya sabemos eso y creo que deberíamos centrarnos en otros problemas, como la autocomplacencia o la falta de comunicación. El populismo nace de un espíritu de complacencia de los propios populistas con sus opiniones y con su incapacidad de someter esas opiniones a la realidad y de comunicarse solo a la gente que comparte su misma ideología.
- Ésos son los problemas de España.
- Los problemas de España son los problemas de Europa y del mundo. Son problemas derivados de la rapidez del cambio en la sociedad. Aunque los cambios sean positivos, si la gente los experimenta de una manera rápida el golpe de ansiedad que producen es traumático. Y eso pasa en España. Lo que hemos aprendido desde el final de la dictadura es que España no es un país tan diferente. Es parte del mundo y afronta los mismos retos que el resto del mundo.
- ¿Vivimos en una época de aceleración de la Historia no en el sentido marxista sino tecnológico y cultural?
- Sí. La aceleración de la Historia que estamos experimentando no tiene precedentes. Los cambios tecnológicos, morales, etcétera, son asombrosos. Cuando pienso en las normas morales de mi niñez, me quedo atónito. Si nos hubieran dicho cómo iba a ser el mundo en unas pocas décadas no nos lo hubiéramos creído.
- ¿No es España un ejemplo de adaptación a esos cambios? Varias generaciones de españoles vivieron en un país con unos valores diametralmente opuestos a los que están vigentes hoy en día. Y, sin embargo, han aceptado los cambios. La gente que nació en los años 30 y 40 fue educada para considerar, por ejemplo, algo como el Día del Orgullo Gay como inconcebible y abominable. Y, sin embargo, lo han aceptado, aunque acaso no lo entiendan o no lo compartan. Esas generaciones de españoles a cuyos miembros a veces despreciamos por «antiguos» ¿no son un ejemplo de adaptación?
- Tal vez ellos hayan tenido la ventaja de haber experimentado la Guerra Civil y la posguerra, de modo que solo dejar esos episodios históricos atrás es un triunfo. Pero para mi generación no es tan fácil. Tal vez sea que, como dijo el primer ministro británico Harold McMillan, «nadie nunca lo ha tenido tan bien» como nosotros. Incluso para los jóvenes de hoy en día es difícil de aceptar el cambio. Si quieres estar al día tienes que cambiar todo el rato y ajustarte a nuevos valores constantemente. Hoy no es una novedad, por ejemplo, que haya homosexuales. Siempre ha habido homosexuales. La novedad es insistir en que puedas ser gay y tener una familia que es un simulacro de una familia tradicional. A mí eso me parece bien. Pero es algo que nunca había existido en la Historia del mundo y no sabemos cuál será la consecuencia. Se está cambiando el lenguaje, por ejemplo, para adaptarlo a los nuevos valores. Esos cambios son vastos, difíciles y tendrán consecuencias profundísimas.
- ¿Sobrevivirá el Estado-nación a estos cambios?
- El Estado-nación no podrá sobrevivir porque nunca tuvo sentido. Fue una casualidad histórica de poco valor que solo sirvió para fomentar guerras y conflictos. Pero las entidades geográficas que se identificaron con los Estado-nación de los siglos XIX y XX seguirán existiendo en el siglo XXI dentro de organizaciones supranacionales más grandes, como la UE.
- ¿Qué va a pasar con las identidades nacionales?
- La identidad es como un milhojas: la puedes cortar por donde quieras. Yo soy inglés, español, gallego, latinoamericano y, ahora, hasta un poco estadounidense. Y me siento todo eso.
- ¿Se desintegrarán los Estados? ¿Por ejemplo, España?
- Eso me plantea un problema personal. Yo soy el mayor patriota español del mundo, porque no he vivido nunca en España y no he tenido que sufrirla nunca, pero, al mismo tiempo, odio los nacionalismos. Y una de las cosas que me preocupan es la regeneración del nacionalismo en España. Parecía que eso se había dejado a unos pocos catalanes y vascos con su idea nacionalista mezquina, pero ahora, tal vez sea a raíz de la expansión de esos nacionalismos, el nacionalismo español está volviendo. Temo que eso envenene la política en España.
- ¿Por qué?
- Porque el nacionalismo español podría ser aún peor. El problema es que no veo una solución clara a esta dinámica mientras ese nacionalismo español siga siendo alimentado por el nacionalismo de las comunidades periféricas.