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Armando Durán / Laberintos: ¿Listo el pollo de Barbados?

 

Este lunes por la mañana se instaló en Barbados la cuarta y quizá ronda final del diálogo entre los representantes de Nicolás Maduro y de Juan Guaidó, de acuerdo con el mecanismo de la llamada mediación noruega. Unos nuevos encuentros que – es costumbre desde la primera ronda – generan algunas dudas inquietantes. La primera y más peligrosa, la necesidad de determinar si estas controversiales conversaciones forman parte de un diálogo permanente, o sea, sin final con fecha fija, y solo para ir resolviendo sobre la marcha conflictos puntuales y menores de una crisis que no cesa, o si en realidad se trata de una negociación “expedita” que produzca, como resultado concreto, “la celebración de elecciones transparentes y monitoreadas internacionalmente, la reinstitucionalización de los poderes públicos relevantes y la recuperación económica.” Es decir, si nos hallamos ante un más de lo mismo como en tantas otras ocasiones, o si en efecto se trata de ponerle fin a la usurpación y al régimen, que es lo que desea, desesperadamente, la inmensa mayoría de los venezolanos.

Puestos a conjeturar sobre el propósito real de estas conversaciones, cabe preguntarse por lo que quiso decir exactamente Juan Guaidó cuando en su ya habitual estilo críptico le declaró a la prensa que cubría la sesión ordinaria de la Asamblea Nacional este martes, que “nos aproximamos a una solución que todos sabemos por dónde pasa.” ¿Que él y Maduro van camino de contarse en las urnas de unas elecciones que se mantienen tercamente presentes en los sueños de casi todos los dirigentes de la oposición venezolana, o que tras el demoledor informe Bachelet, el brutal asesinato del capitán de corbeta Carlos Acosta y la impaciencia creciente de 30 millones de venezolanos y de la comunidad internacional estamos a punto de ver aparecer en el horizonte nacional novedades sorprendentes?

Son, por supuesto, buenos o malos pensamientos según el día de la semana y según el humor de cada quien. Lo único que sí sabemos con certeza es que en Oslo y Barbados los mismos de siempre han logrado resucitar el artificio que hace 16 años fue diseñado por los ex presidentes Jimmy Carter y César Gaviria a la medida de Hugo Chávez y del régimen chavista para que pudieran superar los inmensos contratiempos que enfrentaban entonces y conservar el poder contra viento y marea hasta el día de hoy. A pesar de que todos los protagonistas del drama venezolano saben que desde aquella tristemente célebre Mesa de Negociación y Acuerdos hasta su versión nórdica-caribeña, pasando por los igualmente fallidos “diálogos” de 2014, 2016, 2017 y 2018, esta maniobra siempre ha tenido para el régimen el objetivo único de perpetuarse en el poder indefinidamente y que cada vez que la han ensayado, la maniobra ha cumplido su cometido a cabalidad.

   La resurrección del diálogo como maniobra

Desde esta penosa perspectiva podemos señalar que cuando en mayo se recurrió en Oslo a la mediación internacional con el argumento de que en Venezuela existían dos partes que no se entendían y que para superar la devastadora crisis venezolana era imprescindible acometer la tarea de mediar en la solución pacífica del problema, se puso en evidencia que si bien los representantes de las “partes” que acudieron a la cita noruega seguían siendo identificados como representantes del gobierno y la oposición, nadie sabía quién o qué organismo opositor había acordado estas reuniones, ni quién era el responsable de la selección de unos “embajadores” que no parecían tener absolutamente nada que ver con una supuesta disidencia opositora. Tampoco se sabía, y ese era el más hermético de los secretos, cuáles iban a ser los puntos a tratar por los “negociadores”, hasta que comenzó a circular el perturbador rumor de que lo que ahora se negociaba en la distante y gélida Noruega no era el dichoso “cese de la usurpación” como primer paso a dar para poner en marcha la transición de Venezuela a la democracia, como venía exigiendo desde enero el ahora presidente interino Guaidó, sino una elección presidencial entre Guaidó y Nicolás Maduro como primer paso de un cese de la “usurpación”, ahora disminuida al nivel de una trivial expresión retórica.

Poco después, cuando finalmente se supo que en la capital noruega, con la mediación del gobierno de Erna Solberg, una de las poquísimas democracias europeas que no ha reconocido la legitimidad de Guaidó como presidente interino de Venezuela, el desconcierto de los venezolanos se hizo descreimiento y confusión. Ahora nos lo recuerda Miguel Fontán en las redes sociales: meses antes de esta primera ronda de conversaciones en Oslo, el 5 de febrero, ante la insistencia del imprevisto rumor, Juan Guaidó formuló una declaración categórica: su nombramiento como presidente interino de Venezuela no solo contaba con el respaldo del Grupo de Lima y de casi todas las democracias del mundo, también contaba con el rechazo de esas instancias internacionales a cualquier diálogo o grupo de contacto que alargase el sufrimiento del pueblo. Insistía entonces Guaidó que rechazaba cualquier objetivo que no persiguiera el cese de la usurpación y la conformación de un gobierno provisional que garantizara la celebración de elecciones transparentes y democráticas. Luego, sin embargo, se supo que los “negociadores” de la oposición eran el ex alcalde Gerardo Blyde y ex ministro de Carlos Andrés Pérez, Fernando Martínez Mottola, ambos muy distantes del planteamiento de una ruptura como la que planteaba Guaidó, y el misterio que engendraba el no saber quién los había designado, se hizo mucho mayor. Nadie informó tampoco el objetivo de este nuevo encuentro entre unos y otros.

Esta suerte de niebla en que inició esta nueva ronda de diálogo no se disipó hasta que se dio a conocer que pronto tendría lugar una segunda ronda y que ella también participarían dos nuevos representantes de la oposición, Stalin González, vicepresidente de la Asamblea Nacional y por lo tanto segundo hombre de Guaidó, quien durante las últimas semanas había contradicho repetidamente a Guaidó al anunciar sin ningún pudor que pronto habría elecciones en Venezuela, y Vicente Díaz, experto petrolero de la Mesa de la Unidad Democrática y representante colaboracionista de la oposición en el Directorio del Consejo Nacional Electoral hasta pocos años antes.

A partir de ese punto crucial, el desconcierto inicial se perdió de vista. ¿Cuál era en verdad la agenda del gobierno interino de Guaidó, quien ya no podía seguir ocultando su responsabilidad de coparticipar con Maduro en el montaje de esta nueva instancia de diálogo, sobre todo después de haber negado de manera categórica la posibilidad de esa opción. Y así, dentro del marco de una cohabitación que se suponía imposible entre estos dos “gobiernos” paralelos, la vieja y amarga división de la sociedad civil sobre la estrategia a adoptar para salir del régimen chavista, cerrada en enero por la súbita aparición de Guaidó en el escenario nacional y por la notificación de una hoja de ruta clara y terminante, cese de la usurpación, gobierno provisional y elecciones transparentes, ahora volvía a abrirse.

La condena hecha por Guaidó el 5 de febrero a la eventualidad de un diálogo con el régimen pasó de pronto a ser otro melancólico lugar común del insubstancial discurso de los dirigentes políticos de la oposición venezolana, el dichoso “cese de la usurpación” se convirtió en una vaga alternativa del nuevo menú de opciones que se comenzó ahora a manipularse como si nada hubiera ocurrido el 23 de enero, el 23 de febrero o el 30 de abril, y esta nueva ronda de negociaciones dejó de ser un encuentro entre el gobierno y la oposición para pasar a ser, en Barbados, entre Guaidó y Maduro. Una circunstancia que implica que cada uno de ellos reconoce la legitimidad “presidencial” del otro, a pesar de después del informe Bachelet y del asesinato del capitán de corbeta Carlos Acosta, Guaidó le advirtió al país y a la comunidad internacional que su posición frente al régimen seguía siendo la misma, pues ni él ni los suyos se chupaban el dedo y sabían que “nos enfrentamos a un régimen asesino.”

   Los difusos objetivos de Guaidó

Los hechos, sin embargo, no dejan lugar a la menor duda. Los objetivos de Guaidó, por las razones que sean, ya son otros muy distintos a los que anunció al juramentarse primero como presidente de la Asamblea Nacional y después como presidente interino de Venezuela de acuerdo con el artículo 233 de la Constitución. La sociedad civil venezolana que lo ha venido acompañando desde entonces muestra ahora signos de indiscutible desaliento, sobre todo en Caracas, donde a cambio de sacrificar al resto del país la crisis ya no tiene la dureza de hace algunos meses, los muchos gobiernos aliados de la causa de la restauración de la democracia en Venezuela comienzan a mirar en otras direcciones para no quedar entrampados en lo que podría ser una imposible victoria política de Maduro en Barbados y Maduro y los suyos dan la impresión de estar retomando la iniciativa dentro y fuera de Venezuela.

Por último, quizá para hacernos creer que en ese seductor paraje del Caribe el pollo del entendimiento y la cohabitación está casi listo, el inefable papa Francisco acaba de sumarse a la mesa con una declaración sobre el diálogo en Barbados que por supuesto pasa por alto las aspiraciones del pueblo venezolano: “Pidamos al señor”, dijo desde el Vaticano, “que inspire a las partes para que lleguen cuanto antes a un acuerdo que le ponga fin a los sufrimientos de la gente.” Tan perversamente mal intencionadas palabras con la intención de reducir la terrible crisis política de Venezuela, abierta por la confrontación de una dictadura criminal y un pueblo acorralado, al simple desencuentro de dos partes que no se entienden. No en balde, al regresar este lunes a Barbados la delegación de Maduro, su jefe, el ministro Jorge Rodríguez, utilizó el mensaje papal para fortalecer la posición del régimen en el diálogo y convertir el diálogo en una instancia permanente cuya finalidad es poner de acuerdo a las partes en ciertos temas meramente circunstanciales y a partir de ahí lograr que las democracias del mundo levanten las sanciones que se aplican, no a Venezuela como nación sino a ciertas figuras del régimen acusados de delitos tan graves como la violación de derechos humanos elementales, el narco tráfico y el lavado de dinero. Textualmente, Rodríguez declaró:

   “Hemos arribado a la generosa Barbados para continuar con el diálogo de paz. Junto al papa Francisco esperamos que todos empeñemos nuestro esfuerzo para la construcción de un mecanismo pacífico de solución y se desactiven las agresiones (del imperio, por supuesto) contra nuestro pueblo.”

Por su parte, los obispos venezolanos, desde la Conferencia Episcopal Venezolana, respondieron las palabras y los deseos del papa Francisco con una declaración particularmente contundente: “Ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela (no una parte a la otra, sino el pueblo en su totalidad a quienes usurpan el poder) clama a gritos un cambio de rumbo, una vuelta a la Constitución, y exige la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección en el menor tiempo posible (no ya, sino cuando un gobierno provisional haya creado las condiciones institucionales imprescindibles para poder celebrar elecciones limpias y democráticas) de un nuevo Presidente de la República.”

¿Qué pasará hoy en Barbados, mañana, pasado mañana? ¿Cómo superará Guaidó sus propias contradicciones, sus ambigüedades, sus eufemismos? ¿Cómo se diferenciará de otros dirigentes que durante más o menos tiempo fueron abanderados de las urgencias populares y hoy apenas son sombras de un triste pasado? ¿Y cómo resolverán sus enormes diferencias el papa Francisco y los obispos venezolanos? ¿Y a fin de cuentas, que resultará de esta mesa permanente de diálogo o mesa expedita de negociaciones?

De este sinuoso modo, de ilusión en ilusión, de engaño en engaño, de intentar vender cada día viejas y nuevas mentiras por verdades, los venezolanos de a pie, desamparados, mueren de mengua y huyen despavoridos de Venezuela en busca de alguna normalidad, y las cúpulas políticas continúan haciendo “política”, que según confiesan a veces, es lo único que en verdad saben hacer. Y uno tiene la impresión, ante una situación que cada día se torna más y más insoportable, que el pollo ya está servido. Nadie sabe con precisión, sin embargo, de qué pollo habla cada quien. Pero de que está servido, lo está, de eso no me cabe ninguna duda. Truene, llueva o relampaguee, creo que no tendremos que esperar mucho más para despejar la incógnita. De Barbados no pasa.

 

 

 

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