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Boris Johnson: cuando el doctor Jekyll conoció a míster Hyde

Alexander Boris de Pfeffel Johnson nació en Nueva York en 1964 y siempre fue conocido como «Al» por su familia, e incluso por su segunda esposa y madre de sus cuatro hijos, Marina. Fue a su paso por Oxford cuando empezó a desdoblarse entre la persona privada y el personaje público, al que decidió llamar «Boris» (su segundo nombre, elegido por su padre Stanley en homenaje a un inmigrante ruso).

Fue también en Oxford, previo paso por Eton (como mandan los cánones del aspirante a político británico) cuando se propuso la meta más alta posible: convertirse en «rey del mundo». Todo esto lo recuerda Sonia Purnell, la celebrada autora de Just Boris, que trabajó a sus órdenes en su época de corresponsal euroescéptico para The Daily Telegraph en Bruselas y fue testigo de la propensión a «retorcer» la realidad del nuevo Primer Ministro (le despidieron de su primer trabajo en The Times por inventarse una cita).

«¿Tiene Boris lo que hay que tener para ser primer ministro?». Al cabo de 200 entrevistas y 450 páginas, y a pesar de su experiencia directa con el gran protagonista del momento, Sonia Purnell reconoce que sigue habiendo algo «elusivo» en él y se siente incapaz de responder a la fatídica pregunta.

En el casillero de las virtudes, Purnell destaca «el cerebro, la inteligencia emocional, la confianza en sí mismo y la buena suerte», más el carisma, el «sex appeal» y el aura dorada de las estrellas. En el apartado de los defectos, sobre todo uno: «Boris inspira simpatía y lealtad, pero nunca devuelve el favor; es un tipo amigable, pero rara vez un amigo«.

Habla también Purnell de su «falta de visión, de convicciones morales o de empatía real«. Y aún así, Boris es «complicado, sorprendente e inspirador», en opinión de su lejana colaboradora, que le cree capaz de dar mucho más de sí de lo que hemos visto hasta ahora: «El problema es que tiende a defraudar, más aún de lo que tiende a ofender».

Como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, se diría que Al y Boris libran una constante batalla en la escena pública y en la intimidad. Al padeció un sordera de pequeño, y eso le convirtió en un niño «retraído». El extrovertido y grandilocuente Boris no asomó hasta años después, impulsado por esa colección de latinismos que aprendió estudiando a los clásicos y fogueándose como aguerrido miembro del Bullingdon Club, donde compartió honores y deshonras con David Cameron.

Su propensión a la bufonada fue siempre su mejor baza y su peor enemigo. «Boris tiene la virtud de convertir en un éxito lo que para cualquiera de nosotros sería un desastre», declaró el propio Cameron cuando vio al entonces alcalde de Londres subido allá en la tirolina, en el frenesí de los Juegos Olímpicos y en la antesala de la gran batalla del Brexit.

«Llegará un día en que tengas que elegir entre la comedia y la política», llegó a decirle a Boris el veterano Michael Portillo. Durante un tiempo, estuvo pensándoselo. Incluso en los momentos en que parecía listo para el asalto, siempre había algo que le retenía al final. La «puñalada» que le propició Michael Gove, su pésimo papel como secretario de Exteriores, su enésima aventura amorosa (Carrie Symonds) que provocó la ruptura de su segundo matrimonio…

Tentado estuvo Boris no ya de elegir la comedia, sino la tragedia, y acabar de una vez la biografía de Shakespeare que tantas veces ha aplazado desde que culminó su libro sobre Churchill, su auténtico role model: subestimado a la hora de llegar al poder y capaz de crecerse ante las circunstancias más críticas. Como Churchill, Boris tiene un lado oculto y bipolar, y teme ante todo a «los perros de la noche». Su ex amante Petronella Wyatt, una de las mujeres que más le llegó a calar, definió mejor que nadie al nuevo Primer Ministro: «Tiene más remolinos que un jacuzzi». Y no se refería precisamente a los bucles de su melena leonina, finalmente recortada por exigencias del guión.

 

 

 

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