Mi espantoso cerebro de reptil
Acabo de hacer un espeluznante descubrimiento sobre mí misma. Y todo gracias a Meghan Markle. Desde no hace mucho, mi lado marujón hace que me interese por ciertos personajes de las revistas del cuore. Podría decirles ahora que estoy haciendo un estudio sociológico o antropológico y quedar como los ángeles. Pero es mentira. Lo mío es una pulsión cotilla y cholula que hace que, por ejemplo, cuando veo noticias sobre esta señorita, pinche inmediatamente en ellas para saber qué dice; algo, por cierto, que no me ocurre con Kate Middleton. Y aquí viene mi inquietante descubrimiento. ¿Por qué me interesa Markle, que me parece falsa, sobreactuada, oportunista y ni siquiera guapa y no, en cambio, Middleton, a la que considero inteligente, sensata, discreta y mucho más atractiva en todos los sentidos? Como soy la primera y la más azorada observadora de mis contradicciones, decidí estudiarme y ver cómo reaccionaba frente a otros personajes de la crónica rosa. ¿Leía preferentemente noticias relacionadas con gente que me caía bien o, por el contrario, me inclinaba por las andanzas de otros que deploro? La respuesta fue que los segundos ganaban a los primeros por goleada. Entonces se me ocurrió hacer una lista de individuos e individuas de vidas nada edificantes que llaman mi atención y pude comprobar lo siguiente: que unos eran zafios, deslenguados y trepas; otras (en este apartado, siento decirlo, las mujeres son mayoría) son personas que no han hecho nada de mérito, salvo coleccionar maridos y novios ricos; luego hay otro grupo que tiene cuentas con la Justicia mientras que un cuarto escuadrón lo integran vendedores de humo como blogueros e influencers. Sin embargo, la pregunta continuaba en el aire: ¿por qué me tomaba –y me tomo– la molestia de seguir las andanzas de personas como las antes descritas, gentes con las que jamás se me ocurriría tomarme ni un café? ¿Se me estará secando el seso como a don Quijote de tanto leer inanidades? Reflexionando un poco más decidí consultar a mi otro yo, el serio, el no-frívolo y hacerle la misma pregunta que a mi coté marujo: ¿a ti qué tipo de personaje te interesa? Y la respuesta fue tranquilizadora. Mi yo sensato seguía teniendo los mismos referentes razonables de siempre. No había cambiado a Goya por Jeff Koons, ni a Churchill o Mandela por Boris Johnson y Matteo Salvini. Tampoco a Jane Austen por la autora de Las cincuenta sombras de Grey ni a Maria Callas por la representante de Israel en Eurovisión 2018. Un poco más reconfortada con este retazo de información, seguí observándome y decidí que mi parte más racional se interesa por personas de valía a las que admiro y respeto. Pero mi lado primitivo funciona de otro modo. ¿Se deberá a eso que llaman ‘nuestro cerebro de reptil’? No lo sé, no soy neuróloga. Pero, según he podido informarme, esta parte de nuestro coco controla los comportamientos más básicos y ancestrales como la agresividad o la territorialidad. Estimulan, por tanto, esta parte de nuestro cerebro sentimientos muy elementales que producen filias y fobias. Y, curiosamente, son tan fuertes y tan gratificantes las filias como las fobias, de modo que, por ejemplo, en mi caso, me hacen leer con morbosa fruición todo lo que cae en mis manos sobre Meghan Markle, enfadarme con sus malcriadezas de nueva rica, ‘viviseccionar’ sus estilismos o admirarme de cómo consigue imponer su voluntad un ser tan poco interesante. ¿Es posible que lo feo, lo grotesco y lo reprobable sea tanto o más atrayente que lo bello, lo bueno y lo positivo? Insisto en que no soy neuróloga, solo alguien a quien le encanta observar y observarse. Por eso, me he atrevido a hacer en público esta confesión tan poco favorecedora sobre mí misma. Díganme, por favor, que no soy la única a la que le ocurre algo así y, mientras tanto, y como penitencia, prometo no leer nada más sobre Meghan Markle. Tampoco sobre su padre, ni siquiera sobre Archie Harrison, anda que menudo nombrecito… Perdón. Aquí está otra vez mi cerebro de diplodocus haciendo de las suyas. Mea culpa, mea maxima culpa. Acto de contrición y propósito de enmienda, lo juro.