Elecciones

PSUV: Elecciones Funerarias

gse_multipart9368

No importa cuál cifra, de las tantas que han dado los chavistas, es la verdadera: ninguna lo es, y todas lo son, porque son hijas de la misma mentira: de que el pueblo chavista votó de forma ciudadana –o sea, libre de conciencia, libre de presión externa, libre de chantajes de todo tipo-. Es sabido: el PSUV no desea militantes democráticos, lo más, siervos tarifados, no-entidades sin autonomía, meras piezas de una estadística, fríos números, como los de la cédula de identidad, tan necesaria en estos tiempos para adquirir productos esenciales.

La enferma y enfermiza retórica chavista –la practicada ayer y siempre por Maduro, por Cabello, por Farías, por Rodríguez- con sus amenazas, con sus enojos, sus alegrías fingidas, busca apropiarse cada vez más de la vida de sus siervos, trágicamente ex-ciudadanos. Los mandarines del chavismo lo tenían todo para ser demócratas –maná petrolero a raudales, apoyo popular, juventud- y prefirieron ser tiranos. Por cierto: uno de los deberes más importantes de los venezolanos demócratas es no abandonar al pueblo chavista, usar un lenguaje de verdades, no de mentiras, para convencerle, para iluminarle el camino que lo lleve al retorno a su condición de personas autónomas. Sin el odio que sus jefes destilan ya con el solo hecho de respirar, capos plenos de sentimientos calcificados, enfermos de violencia crónica, como si su estabilidad y bienestar dependieran de su ferocidad.

El cada vez más disminuido apoyo al chavismo, ante la ruina de sus proyectos, demuestra una vez más que sentir no es lo mismo que pensar, y que el Arco de Triunfo que decían haber construido tenía después de todo bases de cartón piedra.

Fue por ello triste , sobre todo en lo moral, el espectáculo de este domingo 28 de junio: le señala al mundo los restos de una esperanza traicionada día tras día durante más de quince años: mostrando durante todo el día algunos rostros que no se resignan al naufragio al que han sido llevados por una dirigencia obscenamente corrupta. Votando –es un decir- en unos salones escolares que tenían en común el deterioro que las escuelas, como todo el país, padecen.

Es asimismo moralmente deprimente ver llamar elección al cansado rostro del despotismo chantajeando, comprando y manipulando conciencias. Un despotismo que da título de democracia a lo que no es más que ejemplo de su traición.

Acto traidor que concluye con una lista de candidatos tan fantasmagóricos como el futuro de la revolución que dicen representar. Mediocridades en las cuales sólo resalta su vacuna lealtad a lo que digan los actuales dueños de la franquicia, esos rostros de hidra, de aliento tan venenoso como la original bestia mitológica, que representan Maduro y Cabello. Luego del domingo, estos personajes ya saben que el próximo diciembre les aguarda el mismo destino que su trágicamente legendaria prima griega. Por ello hay que estar doblemente alertas: porque ellos han demostrado que no les cuesta mucho pasar del linchamiento simbólico al linchamiento fáctico. Es que ambos capos son ejemplos perfectos del infortunio moral fruto de una cultura política en la que la moralidad se hace crecientemente inconcebible.

La conducta de Cabello y Maduro este pasado domingo 28 de junio fue una repetición más de su voluntad totalitaria, expresada en su amenaza de destruir el muro que protege lo público y lo privado –por ejemplo, Maduro afirmando que tiene derecho a saber quién votó y quién no; o las denuncias de amenazas en todo el país a empleados de los gobiernos nacional o regional para que hicieran acto de presencia en este ensayo funerario que torcidamente llamaron elección-.

 La separación de lo público y lo privado es un pilar central de una república democrática, por ello el afán de todo totalitarismo en socavarlo (la vida privada es el “templo sagrado” de la ciudadanía, que ningún poder, ninguna potestad política, social o económica, ningún Estado, puede cambiar, afirmaba con justicia el revolucionario francés Saint Just). Porque cuando la idea de que lo público es distinto a lo privado se difumina, se pierde también la moral ciudadana.

Nada ni nadie puede impedir el destino que les espera. Después de este domingo teñido de negro para la robolución, un domingo que terminó con un llamado a oficio de difuntos, el mayor enemigo de la democracia es la abstención de los demócratas. Por ello, más que nunca, la abstención debe ser derrotada.

Botón volver arriba