Trump y la indignidad
La suerte de Trump es que le ha tocado una época en la que al menos los europeos andamos muy poco sobrados de dignidad
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), la dignidad es un bien preciado muy ligado al individuo. O, como mucho, a colectivos. Así, cada vez está más en desuso la apelación a la dignidad de las naciones, salvo por parte de nacionalistas y populistas, que tienen la dignidad de la patria siempre herida. La izquierda radical, por su parte, sólo se preocupa de la dignidad de los pueblos oprimidos. Los que otrora fueran opresores, que se fastidien.
La dignidad nacional es un concepto difuso que pone en juego la reputación en el escenario exterior, que hoy, al menos en este rincón de Occidente, sólo parece arruinarse cuando una selección hace el ridículo en algún campeonato de fútbol o cuando se queda al final de la tabla en Eurovisión.
Estos días hemos asistido al mayor pisoteo de la dignidad de un país que se recuerda por parte del patán que dirige el mundo. Nunca he creído yo que los conflictos diplomáticos se resuelvan con las armas, Dios me libre. Pero lo que le ha hecho Donald Trump a los daneses es tan inflamante como cuando Helena se ciscó en la dignidad de todos los griegos y a éstos no les quedó más remedio que ir con su caballito hasta Troya.
Pero, siendo grosera la actuación del americano al cancelar su viaje a Copenhague enrabietado como un niño chico por la negativa de la primera ministra a venderle Groenlandia -¿de verdad no es todo una campaña de El Mundo Today?-, con la digestión ya más reposada uno acaba pensando que bien merecido lo tienen los daneses por demostrar tan poca dignidad nacional. ¿Qué queda de la sangre vikinga?
Y es que, ¿cómo es posible que el Gobierno y la reina de Dinamarca, perteneciente a la dinastía reinante más antigua de toda Europa, no se anticiparan al muy palurdo inquilino de la Casa Blanca y fueran ellos los que cancelaran la visita de Estado, después de que insultara como insultó su dignidad nacional pretendiendo comprar un territorio bajo su soberanía? Si Trump no manda el viaje al carajo, ¿qué habrían hecho las autoridades danesas al recibirle en el aeropuerto, reírle la gracia?
¿Habrían mantenido nuestros próceres como si nada una visita de Estado a España si días antes el presidente de Estados Unidos hubiera manifestado su empeño en adquirir Ibiza o Formentera? Pues, a lo peor sí. Porque la suerte que tiene Trump es que le ha tocado la presidencia en una época en la que al menos los europeos andamos muy poco sobrados de dignidad.